20 mayo, 2025

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Amar en el matrimonio: más allá de la felicidad

El verdadero sentido está en el amor que se entrega

Amar en el matrimonio: más allá de la felicidad

Recientemente he recibido una gran lección, quizá la más importante, respecto al matrimonio.

Hablaba con una persona casada con un hombre que tiene síndrome de Asperger. Diagnosticado después del matrimonio.

Me hablaba de la dificultad de estar casada con una persona que no tiene ninguna capacidad de mostrar afecto, ni de percibir la necesidad de los demás de recibirlo.

Cuando le pregunté si estaba recibiendo apoyo psicológico me dijo que sí, pero no parece que esté siendo muy eficaz. La psicóloga quería guiarle según el individualismo imperante: “pero si no estas pudiendo ser feliz, ¿por qué quieres seguir casada?”.

La respuesta de esta madre fue incontestable: “Porque le amo”.

El fin del matrimonio es amar.

El fin de la vida es amar.

La felicidad es esa quimera que obnubila la brújula de nuestra vida.

Nuestra naturaleza humana nos impone las dos necesidades más básicas, más aún que comer y beber (no es el momento de ilustrar esta idea, pero son muchos los ejemplos que lo demuestran), nuestras mayores necesidades son sentirnos amados y amar.

Los hijos no siempre nos hacen felices, pero siempre nos están ofreciendo la oportunidad de desarrollar nuestra capacidad de amar – y es una lástima cuántos padres se pierden esta oportunidad.

Aún cuando los hijos no siempre nos hacen felices no renegamos de ellos (salvo que estemos desequilibrados afectiva o psicológicamente).

Siempre que pienso en demostraciones de amor me viene a la cabeza José María, quien viviendo como hijo único – su hermano había fallecido de joven – cuando su madre quedó postrada durante largos años a una silla de ruedas y después a una cama debido al Alzheimer él se dedicó personalmente a darle todos los cuidados necesarios, llegando durante todo ese tiempo a dormir con ella, en lugar de contratar una enfermera (teniendo los medios económicos para haberlo hecho). Si le hubiéramos preguntado entonces: “¿eres feliz cuidando de tu madre?”, creo que hubiera sido perfectamente entendible que nos contestara con un exabrupto.

No se trata de si “soy feliz” sino de si amo o no, y de cómo y hasta donde me entrego.

Uno de los mejores ejemplos de la idealización de la felicidad está en la tan manida declaración de independencia de los Estados Unidos de América: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad

No hay ninguna referencia a la inalienable necesidad de ser amado y de amar, y expresa como derecho la búsqueda de esa emoción que te centra en ti – porque la sensación de felicidad es individual – y te hace olvidar al otro, quien solo puede satisfacer su necesidad más básica siendo amado por tí, y que te permite alcanzar el sentido de tu vida, que es amar.

Son demasiadas las personas que se casan con el deseo de ser felices, pero no se plantean con plena conciencia que el éxito de su unión depende de que asuman su decisión de amar. Así, tan pronto dejan de sentirse felices (y por ser una emoción, la felicidad es efímera) consideran que el matrimonio ha dejado de cumplir su objetivo y por tanto tienen el “derecho inalienable” de buscar su “tesoro”, aunque la búsqueda de su felicidad, por ir en contra de su necesidad de amar, vaya en contra de su esencia y, por supuesto, lo hagan a costa de la necesidad primordial de su cónyuge y, sin duda de sus hijos, de sentirse amados.

Mientras el ser humano siga poniendo como prioridad en su vida sentirse feliz, y deje de lado su necesidad de amar, ni los divorcios van a dejar de aumentar, ni las ventas de ansiolíticos y antidepresivos van a disminuir.

Amar es sinónimo de entrega y para entregarse es requisito entender que mi felicidad es absolutamente secundaria.

Es cierto que tan necesario como amar es sentirse amado. Y cuanto más inmadura afectivamente es una persona mayor es su necesidad de recibir atención, confundiéndolo con el amor, y por ello es fácil que busquen, a veces llegando a la sumisión, muestras de reconocimiento que no son más que pésimos sucedáneos del verdadero afecto.

La necesidad de recibir “likes” o de tener muchos seguidores en sus redes sociales, la necesidad de que escuches todo lo que tienen que contarte de sí mismos, la necesidad de que muestres admiración por sus logros o por sus posesiones, la necesidad de poder sentirse algo envidiados, … todo ello son muestras de que han quedado enganchados en la etapa afectiva entre los dos y los tres años, con su  insistente “mamá mira, mamá mira, mamá mira”.

La convicción de que «mi tiempo», «mi trabajo», «mi ocio», «mis objetivos», «mis deseos», «mi descanso», etc. están por encima del compromiso que asumí de amarte, es decir de entregarme a tí, es signo inequívoco de una fijación en la etapa egocéntrica propia de niños muy pequeños.

La inmadurez afectiva a menudo hace que el adulto sea altamente exigente hacia los que están a su alrededor, requiriendo de los demás las muestras de afecto que ellos mismos son incapaces de dar.

Sigmund Freud decía que “El que ama, se hace humilde. Aquellos que aman, por decirlo de alguna manera, renuncian a una parte de su narcisismo.”

Más bien, me permito puntualizarle, si no te haces humilde, si no renuncias al máximo posible de tu narcisismo, tu capacidad de amar a otro que no seas tú mismo es muy pequeña, y no es difícil encontrar personas que creen que aman mucho por lo mucho que exigen ser amados.

Por el contrario, cuando la persona es madura afectivamente es capaz de percibir las necesidades de los demás y de, al menos, buscar el modo de intentar satisfacerlas.

Y cuando estando casados centramos nuestros esfuerzos en amar a nuestro cónyuge, es decir, en entregar nuestro tiempo, relegar nuestros deseos, incluso nuestras necesidades con tal de satisfacer los deseos del otro y dejamos de buscar nuestra felicidad, es entonces cuando encontramos sentido a nuestro vivir, la plenitud de la vida, que puede que no traiga una emoción, la felicidad, sino algo mucho más grande, algo cercano a la infinitud: el gozo y la paz de saber para quién se vive, por qué se vive: «Porque le amo«.

ADENDO

Cristo no bajó a la tierra para ser feliz. Si ese hubiera sido su objetivo su fracaso hubiera sido mayúsculo.

Cristo bajó a la tierra para amar – entregarse – a nosotros y por nosotros, y para enseñarnos a amar: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros.» Juan 13, 34. Y más de dos mil años después seguimos viendo su éxito en aquellos que verdaderamente cumplen Su Palabra.

El problema es que nos empeñamos en «amar» a nuestro modo, buscando «la felicidad», sin entregarnos y sin aceptar la cruz.

Nacho Calderón Castro

Nacho es el fundador y director del Instituto de Neuropsicología y Psicopedagogía Aplicadas (INPA) en Madrid, España y forma parte del equipo de Neurological Rehabilitation International Consultants, dirigiendo su centro en Laredo, Texas, tareas que compatibiliza impartiendo conferencias en centros de enseñanza, desde jardines de infancia hasta universidades. Ha sido colaborador con con el programa de radio La Mañana de COPE, dirigido por Javi Nieves durante los cursos 2012 – 2014 y es profesor del Instituto de Estudios Familiares – IDEFA. En el año 2013 fue llamado por el Dr. Unruh para continuar su labor en Estados Unidos. Para realizar tal tarea y en reconocimiento a su trayectoria profesional, el gobierno de aquel país le ha concedido el visado 01, otorgado a personas con “habilidades extraordinarias”. Desde mayo de 2017 Nacho ha trasladado esta consulta a Pachuca, en el estado de Hidalgo, en México, y de ese modo trabaja junto con Iliana Guevara Rivera, con quien comparte una trayectoria profesional desde noviembre de 1992. Nacho Calderón atiende por tanto a pacientes en México a lo largo de tres meses al año – febrero, junio y octubre -, dedicando ocho meses a la atención de pacientes en España. Licenciado en Psicología, comenzó su labor profesional en los Institutos para el Logro del Potencial Humano en Filadelfia, junto con Glenn, Janet y Douglas Doman, donde estuvo durante dos años completos. Durante este periodo atendió a familias en Filadelfia, Fauglia (Italia) y Tokio (Japón). A su regreso a España en 1995, fue co-fundador de la asociación Institutos Fay para la Estimulación Multisensorial. Nacho trajo el primer Audiokinetron (para el tratamiento Bèrard) que hubo en nuestro país. En 1997 comenzó su formación como evaluador con el método IRLEN, tras su paso por el IRLEN Center de Helen Irlen en California, se convirtió en 1999 en el responsable de dicho método en la península. En el curso de 1997-98, completó su formación en reflejos primitivos de la mano de Peter Blythe y Sally Goddar. Más tarde continuaría su formación junto con Kjelt Johansen, Harald Blomberg y Beatriz y Sonia Padovan. Ha sido instructor KUMON durante más de 10 años y ha dado conferencias en Bélgica, Italia, Alemania y Reino Unido. Nacho ha sido profesor en el Master de diseño infantil en espacio y producto del Instituto Europeo de diseño y en la actualidad compagina toda su labor clínica con la formación en el Master para la formación del profesorado de la Universidad Rey Juan Carlos.