Adviento: “¡Cristo viene! ¡Ésta es la flecha de amor!”

Comienza este tiempo litúrgico de espera

Adviento Cristo flecha amor
Comienzo del Adviento © Alba Montalvo

José María Montiu, sacerdote y doctor en Filosofía ofrece este artículo sobre la llegada del Adviento:“¡Cristo viene! ¡Ésta es la flecha de amor!”.

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El tiempo de Adviento puede compararse a un arquero, a un niño que está disparando flechas de amor al corazón. Siendo este un tiempo litúrgico especialmente y bellamente romántico vale esta imagen clásica del amor. Todo el tiempo de Adviento nos dice una cosa: ¡Cristo viene! ¡Ésta es la flecha de amor!: ¡Cristo viene! Cada día, la sagrada liturgia, con su modo de hacer suave y elegante, nos clava esta flecha. ¡Cada día nos la clava! Nos la clava insistentemente, como el murmullo y el susurro de la tórtola. ¡Y, así, durante casi todo un mes! ¡Viene el Amor de los Amores, viene el buen Jesús, viene el amor!

Es una flecha de amor, una dulce descarga eléctrica, a fin de que nuestros corazones se vuelvan vibrantes, deseosos, alegres: ¡Ven Señor Jesús! ¡Casi todo un mes favoreciendo de modo muy especial tales deseos! Una flecha de amor que nos ha de llevar a hacer espacio a Cristo en nosotros, a acogerle con el cariño y con el amor de una madre, con nuestro abrazo afectuoso. Cristo quiere ser acogido como un niño. Que Cristo nazca y crezca en nuestros corazones, que participemos de la maternidad divina de la Santísima Virgen. Que esta realidad bellísima, muy deseable, encantadora, fantástica, maravillosa, resplandeciente, sea nuestra Navidad.


Las tórtolas al hacer el nido eliminan los tronquitos que ven que no se ajustan bien por su tamaño, deficiente elasticidad, poca consistencia, etc. Se quedan sólo con las ramitas que se adaptan bien al nido que se afanan en construir. También nosotros al hacer una cuna a Jesús, al construirle un piadoso nido, hemos de quitar aquello que en nuestro corazón no va bien, hemos de convertirnos, hemos de purificarnos, para que allí se encuentre a gusto. Es la lógica del amor la que nos lleva a purificarnos, a arreglarnos, a adornarnos, en el sacramento de la confesión. Nos confesamos, simple y llanamente, porque nos da la real gana, porque le queremos. Nos confesamos porque queremos adornarle y arreglarle una casita a Jesús, nuestro corazón.

Al mismo tiempo, hay una reciprocidad de afectos y de amistad, pues el amor de Cristo, su amor misericordioso, precioso, se vierte muy especialmente en nuestros corazones por el sacramento del perdón, el sacramento de la misericordia. ¡Aprovechemos! ¡No perdamos esta hermosa y bella oportunidad! ¡Dejémonos amar por Cristo, por el Amor de los Amores, por amor tan excelente que sólo él merece el nombre de amor! ¡Dejemos que el afecto de Cristo venga de una manera muy especial sobre nosotros, tal y como Cristo hace en el sacramento de la confesión! ¡Dejémonos mimar por Él!

Que aquella que Dios más ha querido, la Virgen Santísima, aquella en la que los ángeles tanto admiran el amor de Dios, nos ayude a entrar en esta lógica del amor, en este amar y dejarse amar por Cristo, en esta lógica preciosísima del Adviento y de la Navidad, en este purificar nuestra alma en el sacramento del amor misericordioso, y en este recibir fervorosamente a Cristo resplandeciente en la Sagrada Eucaristía, sacramento de amor.