Primer aniversario de ‘Fratelli Tutti’: Soñar juntos el sueño del Padre

Saberse hermanos los unos de los otros

Fratelli Tutti aniversario
Audiencia general, 29 septiembre 2021 © Vatican Media

La doctora María Elisabeth de los Ríos Uriarte, profesora e investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac de México, ofrece a los lectores de Exaudi su artículo sobre el primer aniversario de Fratelli Tutti, la Carta Encíclica del Papa Francisco sobre la fraternidad y la amistad social, firmada el 3 de octubre de 2020.

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Ha pasado un año desde que el Papa Francisco firmara, en Asís, la encíclica Fratelli Tutti y lo hiciera en un contexto aún de fuertes consecuencias sociales, económicas y emocionales derivadas de la crisis sanitaria mundial por coronavirus.

Desde entonces han pasado muchas cosas que van desde el descubrimiento de la vacuna contra el SARS-CoV2 que permitió un respiro a muchos países y un dejo de esperanza hasta los enfrentamientos constantes y no simétricos entre Israel y Palestina, la explosión en Líbano que tanta vidas cobró, la oleada de migrantes en las costas de Ceuta en España y en Centroamérica, los estallidos sociales en Cuba, las detenciones arbitrarias en Nicaragua, los desplazamientos forzados en Chiapas, México, y el ascenso del gobierno talibán en Afganistán, por mencionar algunos. Cada uno ocurriendo en latitudes diferentes y cada uno por separado. Pareciera que de no ser por crisis compartidas por la del coronavirus, los seres humanos no cedemos ese espacio individual para compartirlo con los demás; pareciera que, a un año de distancia, hemos hecho lo contrario a lo propuesto en la encíclica mencionada.

Atender las emergencias que se van suscitando en cada región es importante pero lo es aún más construir un horizonte común, soñar juntos y en ese sueño, que quepamos todos.

Hoy hace falta abrir los corazones y no sólo estremecerse por las tragedias propias sino también por las comunitarias y por las mundiales y la única manera de despertar esta sensibilidad es pensar y gestar una comunidad abierta y fraterna entre todos y no “contra todos” (FT, 36). Cada una de las crisis mencionadas es y debe ser siempre, una crisis de todos, no sólo de algunos.

Lo anterior es posible si se contempla al otro no como extraño sino como prójimo y, también, si uno se hace prójimo con el otro (FT, 81). Esta pandemia nos volvió extraños los unos de los otros y aprendimos a vernos con lejanía, sospecha y hasta discriminación si uno estaba contagiado y, de algún modo, nos hizo ser indiferentes frente al sufrimiento del hermano enfermo.

En esta recuperación de la vida después de la pandemia, resulta preciso voltear a ver al caído a un costado del camino y cambiar la mirada autoreferencial por aquella que es capaz de acoger, curar, dar su tiempo y restaurar.

¿Qué tiene que pasar para que nos hagamos prójimos de los que hoy son extraños?

La idea de progreso propia de la modernidad nos ha heredado una prisa que no es conciliable con la cultura del encuentro. El progreso se mide en resultados, medibles y cuantificables, en riquezas y acumulación de bienes, la cultura del encuentro, por su parte, se mide en la profundidad del corazón que es capaz de sentirse conectado con el corazón de otros muchos más allá de las nacionalidades y más allá de las fronteras.


Construir estos lazos fraternos tiene que pasar entonces por salir de la lógica del progreso lineal y situarse en la lógica del amor porque “la altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor” (FT, 92). En esta lógica, cuando se ama, somos lanzados a un horizonte de entendimiento universal que es, también existencial (FT, 97).

Es pues, esta vivencia existencial del amor que se traduce en amistad social entre naciones lo que nos salva de quedar sumergidos en los propios problemas e indiferentes frente a los problemas de los demás. Esta amistad social es la que urge a la ayuda ente naciones en el tema de las vacunas porque existen aún una brecha muy grande entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo en este tema, más cuando ya sabemos que sólo el 1.1% de la población en estos países ha sido vacunada.

Las acciones de fraternidad y solidaridad compartida no incrementan las riquezas y menos aún son rentables, pero sí abren el corazón y permiten pensar en un mundo menos desigual basados en el valor de cada persona y no en su utilidad social. Invertir en los pobres nunca será redituable pero siempre será transformador, así nos lo ha enseñado el movimiento social, filosófico, cultural y teológico de la llamada Economía de Francisco, tan presente y vívida también en este año transcurrido.

Tener una corazón abierto no obedece a una transacción monetaria ni a un contrato de derecho sino a la gratuidad. Se acoge por gratuidad no por utilidad.

Estos cambios implican en las personas, como en los estados, una evolución gradual de lo dentro a lo fuera, de al otro. Pero ¿qué anima este tránsito? La sola humanidad parece estar demasiado aferrada a sí misma y a sus bienes y placeres, se requiere entonces un ingrediente más que impulse la entrega desinteresada, el abandono de las propias seguridades y el olvido de lo propio. Ese algo hay que buscarlo en aquello que nos hermana por encima de nuestras diferencias, sean naturales o ideológicas, es un algo que va más allá de nuestras carencias y de nuestros tropiezos humanos, es algo que mueve, inspira, motiva e impulsa.

El lazo común que nos une se fundamenta en el horizonte de la fe y de una fe que confirma que somos, todos, hijos e hijas del mismo Padre y en esto se distinguen la solidaridad de la fraternidad. Mientras que la solidaridad hunde sus raíces en la voluntad humana, la fraternidad lo hace en la fe y en la esperanza divinas.

Saberse hermanos los unos de los otros proporciona esa seguridad de compartir la misma casa y de ser amorosamente cuidados por el Padre. Es confiar en que ninguno se quedará atrás si todos nos identificamos como hermanos.

Desde aquí es posible soñar y elaborar un proyecto común (FT, 150). Este proyecto requiere hombres y mujeres nuevas, capaces de vivirse de un modo distinto siempre en salida y en entrega total y confiada. Soñar el sueño del otro y que el otro sueñe mi sueño es soñar el sueño del Padre juntos, todos, como hermanos.

Ya experimentamos la fragilidad y la desigualdad, ya sufrimos y ya nos azotó la desgracia local y global, ahora sólo nos queda, a partir de las ruinas de nuestro egoísmo, construir un albergue compartido.