La atención al enfermo “no se puede diseccionar”, debe ser integral

Videomensaje del Papa con motivo de la XXX Jornada Mundial del Enfermo

atención enfermo integral
El Papa con un joven paciente de hospital © L'Osservatore Romano

El Papa Francisco ha destacado la necesidad de realizar una atención integral al enfermo, ya que “es toda persona la que necesita cuidados: el cuerpo, la mente, los afectos, la libertad y la voluntad, la vida espiritual…La atención no se puede diseccionar, porque el ser humano no se puede diseccionar”.

Son palabras integradas en un videomensaje que el Santo Padre ha dedicado a los participantes en el webinar “Jornada Mundial del Enfermo: significado, objetivos y desafíos”, organizado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral con motivo de la XXX Jornada Mundial del Enfermo.

La pregunta de sentido

Al comienzo de su mensaje de vídeo, el Pontífice ha señalado que “la experiencia de la enfermedad nos hace sentir frágiles” y también “impone una pregunta de sentido, que en la fe se dirige a Dios”. No se trata, continúa, de “replegarse sobre sí mismo, sino, por el contrario, de abrirse a un amor más grande”.

Citando a san Juan Pablo II, el Papa señala que “El hombre, al descubrir por medio de la fe el sufrimiento redentor de Cristo, descubre al mismo tiempo en él sus propios sufrimientos, los encuentra, por medio de la fe, enriquecidos con un nuevo contenido y un nuevo significad”.

Individualismo e indiferencia

Francisco remarca dos “patologías” que amenazan a la persona: “El individualismo y la indiferencia hacia los demás son formas de egoísmo que desgraciadamente se amplifican en la sociedad del consumismo y el liberalismo económico; y las desigualdades resultantes se encuentran también en el ámbito de la salud, donde algunos disfrutan de la llamada ‘excelencia’ y muchos otros tienen dificultades para acceder a los cuidados básicos”.

Para curar este “virus”, expone, “el antídoto es la cultura de la fraternidad, fundada en la conciencia de que todos somos iguales como personas humanas, todos iguales, hijos de un solo Padre. Sobre esta base, será posible tener curas efectivas para todos. Pero si no estamos convencidos de que todos somos iguales, no irá bien”.

Gratitud para los que ayudan al enfermo

El Obispo de Roma ha dedicado su pensamiento a “las numerosas hermanas y hermanos misioneros que han dedicado su vida a atender a los enfermos más pobres, a veces incluso a los enfermos entre los enfermos”, así como a “muchos santos y santas de todo el mundo que han puesto en marcha obras sanitarias, implicando a sus compañeros y dando lugar a congregaciones religiosas”.

“Mis pensamientos están llenos de gratitud a todos los que en la vida y en el trabajo están cerca de los enfermos cada día. A las familias y amigos que cuidan de sus seres queridos con cariño y comparten sus alegrías y esperanzas, su dolor y su angustia. A los médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos y a todo el personal sanitario; y también a los capellanes de los hospitales, a las religiosas y religiosos de los Institutos dedicados al cuidado de los enfermos, y a los numerosos voluntario”, explica.

A continuación, sigue el texto completo del mensaje que el Santo Padre ha dedicado a la ocasión.

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Videomensaje del Papa

Os saludo a todos los que participáis en este Webinar: “Jornada Mundial del Enfermo: Significado, Objetivos y Retos”, organizado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, con motivo de la XXX Jornada Mundial del Enfermo. Y nuestro pensamiento se dirige con gratitud a todos los que, en la Iglesia y en la sociedad, están con amor al lado de los que sufren.


La experiencia de la enfermedad nos hace sentir frágiles, nos hace sentir necesitados de los demás. Y no sólo eso. “La enfermedad impone una pregunta de sentido, que en la fe se dirige a Dios: una pregunta que busca un nuevo sentido y una nueva dirección para la existencia, y que a veces puede no encontrar una respuesta inmediata”.

San Juan Pablo II indicó, a partir de su propia experiencia personal, el camino de esta búsqueda. No se trata de replegarse sobre sí mismo, sino, por el contrario, de abrirse a un amor más grande: “Si un hombre se hace partícipe de los sufrimientos de Cristo, esto sucede porque Cristo ha abierto su sufrimiento al hombre, porque él mismo, en su sufrimiento redentor, se ha hecho, en cierto sentido, partícipe de todo el sufrimiento humano, todo, de todo el sufrimiento humano. El hombre, al descubrir por medio de la fe el sufrimiento redentor de Cristo, descubre al mismo tiempo en él sus propios sufrimientos, los encuentra, por medio de la fe, enriquecidos con un nuevo contenido y un nuevo significado” (Carta Apostólica Salvifici Doloris, 11 de febrero de 1984, 20).

No hay que “olvidar nunca la singularidad de cada enfermo, con su dignidad y sus fragilidades”. Es toda la persona la que necesita cuidados: el cuerpo, la mente, los afectos, la libertad y la voluntad, la vida espiritual…. La atención no se puede diseccionar, porque el ser humano no se puede diseccionar. Podríamos, paradójicamente, salvar el cuerpo y perder la humanidad. Los santos que atendían a los enfermos seguían siempre las enseñanzas del Maestro: curar las heridas del cuerpo y del alma; rezar y actuar por la curación física y espiritual al mismo tiempo.

Esta época de pandemia nos enseña a considerar la enfermedad como un fenómeno global y no sólo individual, y nos invita a reflexionar sobre otro tipo de “patologías” que amenazan a la humanidad y al mundo. El individualismo y la indiferencia hacia los demás son formas de egoísmo que desgraciadamente se amplifican en la sociedad del consumismo y el liberalismo económico; y las desigualdades resultantes se encuentran también en el ámbito de la salud, donde algunos disfrutan de la llamada “excelencia” y muchos otros tienen dificultades para acceder a los cuidados básicos. Para curar este “virus” social, el antídoto es la cultura de la fraternidad, fundada en la conciencia de que todos somos iguales como personas humanas, todos iguales, hijos de un solo Padre (cf. Fratelli tutti, 272). Sobre esta base, será posible tener curas efectivas para todos. Pero si no estamos convencidos de que todos somos iguales, no irá bien.

Teniendo siempre presente la parábola del buen samaritano (cf. ibíd., cap. II), recordemos que no debemos ser cómplices ni de los bandidos que roban a un hombre y lo abandonan herido en la calle, ni de los dos funcionarios del culto que lo ven y pasan de largo (cf. Lc 10, 30-32). La Iglesia, siguiendo a Jesús, el buen samaritano de la humanidad, siempre ha hecho todo lo posible por los que sufren, dedicando en particular a los enfermos grandes recursos personales y económicos. Pienso en los dispensarios y en las estructuras sanitarias de los países en desarrollo; pienso en las numerosas hermanas y hermanos misioneros que han dedicado su vida a atender a los enfermos más pobres, a veces incluso a los enfermos entre los enfermos. Y pienso en los muchos santos y santas de todo el mundo que han puesto en marcha obras sanitarias, implicando a sus compañeros y dando lugar a congregaciones religiosas. También hoy esta vocación y misión de atención humana integral debe renovar los carismas en el ámbito sanitario, para que no falte la cercanía al que sufre.

Mis pensamientos están llenos de gratitud a todos los que en la vida y en el trabajo están cerca de los enfermos cada día. A las familias y amigos que cuidan de sus seres queridos con cariño y comparten sus alegrías y esperanzas, su dolor y su angustia. A los médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos y a todo el personal sanitario; y también a los capellanes de los hospitales, a las religiosas y religiosos de los Institutos dedicados al cuidado de los enfermos, y a los numerosos voluntarios. A todas estas personas les aseguro mi recuerdo en la oración, para que el Señor les dé la capacidad de escuchar a los enfermos, de ser pacientes con ellos, de cuidarlos de manera integral, cuerpo, espíritu y relaciones.

Y rezo de manera especial por todos los enfermos, en todos los rincones del mundo, especialmente por los que están más solos y no tienen acceso a los servicios sanitarios. Queridos hermanos y hermanas, os encomiendo a la protección maternal de María, Salud de los Enfermos. Y a ti, y a los que te cuidan, les envío mi más sincera bendición.

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