Benedicto XVI y la necesidad de una nueva antropología de la educación

La libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación debe tomar de nuevo, personalmente, sus decisiones

El Papa educador

El hilo conductor durante la vida y ministerio del Papa Ratzinger se llama docencia, oficio íntimamente unido al hermoso y sagrado deber de educar. Abundan las biografías que ponen de manifiesto la faceta del maestro de teología, a quien podemos llamar “Doctor” en teología,   apelativo seguramente adosado la Iglesia a para elogiar su agudeza intelectual y su aporte a la historia del discurso lógico racional tanto desde los saberes teológicos como desde la filosofía. Incluso cuando recibió del Papa Polaco el encargo de mostrar la verdad de la fe católica en la Congregación para la Doctrina de la Fe, su única condición fue no apartarse de la investigación teológica y mantener su tarea de buscar la verdad y manifestarla, condición a la que el gran Juan Pablo II no se negó. Su pluma y el pensamiento de Cardenal bávaro serían de proyección y alance inusitado.

Se definió como un buscador de la verdad. En su escudo episcopal reposada el lei motiv de su trabajo apostólico: “cooperatores veritatis”. La devoción del Papa Benedicto XVI a San Agustín de Hipona fue siempre evidente y permanente. A propósito de la verdad, como cooperador y buscador, el mismo Agustín se reconoce servidor de la verdad. Frente al cuestionamiento de algunos filósofos de su época quienes le reclamaban el hecho de llamarse cristiano y buscar la verdad, en virtud de que los cristianos ya la han encontrado, Agustín respondía desde su deber el cual era ahora era mostrarla a los demás fin de poder ser encontrada por ellos.

La mejor manera de mostrar la verdad para el Papa alemán fue a través de la profesión docente. Su relación con los clásicos y la lectura asidua de sus obras le recordarían las palabras de Marco Tulio Cicerón: “si quieres aprender, enseña”. Es innegable la amplísima experiencia académica de este hombre brillante por demás. Una actividad que ejerció en todo lugar y en cada momento. El Mozart de la Teología, como lo llamó Meisner en el 2005, fue sin duda un gran maestro. Su trabajo fue la enseñanza de la teología. Desde la cátedra de Pedro, afirma: “al teólogo no le interesaba conocer algo o multitud de cosas; (quiere) conocer la verdad de Dios y la verdad sobre el hombre, descubrir qué significaba la visión cristiana del mundo”. Incluso aquí se puede encontrar una influencia del pensamiento agustiniano.

El influjo de los grandes maestros del Papa Ratzinger en la construcción de su pensamiento le hizo establecer conceptos fundamentales sólidos. Su perspectiva del mundo, conocedor de todas las realidades y dramas, la acuciosidad y manejo de los más crónicos problemas doctrinales dentro de la Iglesia le exigió tener claridad de conceptos, definiciones claras, doctrina segura y bien fundamentada a fin de responder a las desviaciones de la fe. El enseñar teología le demandaba implícitamente amplitud del pensamiento. No en vano afirmó de la teología como «la perenne actualidad de la relación entre la fe y el mundo».

La educación como método de desarrollo humano

A través del ejercicio docente es que se puede comunicar estos conceptos. Y la solidez la proporciona el fundamento antropológico. En la carta encíclica llamada Caritas in veritate, sostiene el Papa Benedicto XVI (2009): “con el término «educación» no nos referimos sólo a la instrucción o a la formación para el trabajo, que son dos causas importantes para el desarrollo, sino a la formación completa de la persona. A este respecto, se ha de subrayar un aspecto problemático: para educar es preciso saber quién es la persona humana, conocer su naturaleza. Al afianzarse una visión relativista de dicha naturaleza plantea serios problemas a la educación, sobre todo a la educación moral, comprometiendo su difusión universal”.


No se trata solo de transmitir conocimientos, no es la sesión simple de una transacción práctico-cogntiva que habilita operativamente a quien la recibe. Benedicto concede a la educación el necesario estatuto antropológico.  Para educar es preciso “saber quién es la persona humana, conocer su naturaleza”. Esta es la razón de toda acción en la sociedad y en el mundo. Conocer la persona humana es el ethos del fallecido Papa. Son varios los conceptos que conforman la antropología benedictina, vinculados a persona y existencia. Se trata de los hilos dorados de su pensamiento. En sus escritos encontramos los rasgos propios de la antropología.

En la magistral homilía pronunciado el 18 de abril de 2005, ante el colegio cardenalicio del cual Ratzinger fue decano, afirmó lo siguiente: “¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14). (…) el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”. Se cernía sobre la humanidad la dictadura del relativismo, cargada de una oscura antropología la cual desempolvaba ideologías pasadas y proyectaba algunas nuevas. La nueva antropología debe responder, desde la educación a las preguntas fundamentales del hombre.

La tarea urgente de educar

Lo primero a clarificar es que, en el discurso antropológico del Papa alemán, Hombre y Persona humana están en perfecta identidad. En el discurso dirigido a la Diócesis de Roma sobre la tarea urgente de educar, el Papa Ratzinger (2008), dice: “la libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación debe tomar de nuevo, personalmente, sus decisiones”. La libertad entendida como una dimensión ontológica forma parte del Hombre y por consiguiente de la Persona. La defensa de este argumento, perfectamente verificable, también se hace evidente en otros discursos. A lo largo de su magisterio la antropología es un tema común.

La última navidad de Benedicto como Papa reinante fue en el año 2012. Justamente en el Buon Natale propio de ese año a la Curia Romana, Ratzinger sostuvo: “Veo sobre todo tres campos de diálogo para la Iglesia en nuestro tiempo, en los cuales ella debe estar presente en la lucha por el hombre y por lo que significa ser persona humana: el diálogo con los Estados, el diálogo con la sociedad –incluyendo en él el diálogo con las culturas y la ciencia– y el diálogo con las religiones”. El diálogo como bello camino para exponer la verdad es un oficio propio de quien propone y defiende desde la razón. Los tres estadios aludidos evidencian lo urgente de una clara antropología y su correcto fundamento metafísico; además, de la necesidad de mostrarlo con toda la luz necesaria. De esto se trata la verdad. De una condición innegable de la persona humana, del hombre no contradictoria, antes bien, lo planifica y reafirma su naturaleza.

Pbro. Msc. Luis Eduardo Martínez Bastardo

Director del Gaudium, Instituto de Estudios Teológicos de la Arquidiócesis de Valencia y de la Escuela de Líderes Católicos de Valencia