Bioética: Dignidad hasta el final

Puede haber enfermos incurables, pero no hay enfermos incuidables.

Bioética Dignidad hasta final
Dignidad al final de la vida © Canva

Jaime Millás, licenciado en Ciencias Biológicas y Ciencias de la Educación, experto en Dirección de Instituciones Educativas y doctor en Bioética, ofrece este artículo titulado “Dignidad hasta el final”.

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La Sala Constitucional y Social de la Corte Suprema de Justicia del Perú dejó al voto su decisión sobre la solicitud de la psicóloga Ana Estrada Ugarte, quien espera que esta sala confirme el fallo del 11º Juzgado Constitucional de Lima, que el año pasado reconoció su derecho a una “muerte digna”.

En relación al proceso contra los médicos del Tercer Reich que practicaron la eutanasia, escribía el médico norteamericano Leo Alexander, en 1949: “Comenzaron con la idea, que es fundamental en el movimiento a favor de la eutanasia, de que existen estados que hay que considerar como ya no dignos de ser vividos. En su primera fase esta actitud se refería sólo a los enfermos graves y crónicos. Paulatinamente se fue ampliando el campo de quienes entraban dentro de esa categoría y se fueron añadiendo también a los socialmente improductivos y a los de ideologías o razas no deseadas. Sin embargo, es decisivo advertir que la actitud hacia los enfermos incurables fue el diminuto desencadenante que tuvo como consecuencia ese total cambio de actitud”.

Los médicos alemanes que, por convicción o por miedo, sucumbieron a los postulados del gobierno nazi de Hitler, contribuyeron a una de las peores masacres de la historia. Actualmente el movimiento anti-vida lucha por suprimir el derecho fundamental de los seres humanos, sin el que no existe ningún otro. También los psiquiatras nazis hablaban de “la vida que no merece ser vivida”. Joseph Goebbles, con la película “Yo acuso” buscaba la aceptación del programa de aniquilamiento y difundía la “muerte a petición”, de tal forma que el homicidio apareciera como un acto de amor y compasión, como una ayuda a un “morir humanamente digno”.


El pronunciamiento del Colegio Médico del Perú “Acorde con lo expresado en el art.72 del Código de Ética y Deontología del CMP que indica ´el médico no debe realizar acciones cuyo objetivo directo sea la muerte de la persona´, el CMP ve por conveniente aclarar que no respalda la eutanasia (…) El Colegio Médico reafirma su posición en defensa de la vida y reconoce a la muerte como un proceso natural que debe ser atendido acompañando a las personas en este trance final de su vida con el debido respeto a su dignidad”, fue muy oportuno, máxime cuando algunas personalidades, que por su cargo están llamadas a defender los derechos humanos, toman partido en contra de la vida de las personas.

Así como también la sentencia de un juez que ordena al MINSA (Ministerio de Salud) y a Essalud (Seguro Social de Salud) facilitar la eutanasia en un caso particular, dejando de lado el artículo 112 del Código Penal peruano, mediante la acción de un médico de suministrar de manera directa (oral o intravenosa), un fármaco destinado a poner fin a su vida, u otra intervención médica destinada a tal fin. Cuando en otros países parecen haber perdido el buen sentido con aprobaciones de leyes injustas como el aborto en Argentina o la eutanasia en España, que atentan contra las bases de la convivencia y el derecho humano fundamental, y deterioran el trato médico-paciente, confiamos que en el Perú no falte la cordura para seguir protegiendo el bien más valioso, fundamento de todos los demás.

En estos tiempos de pandemia hemos palpado el dolor de los que mueren en las Unidades de Cuidados Intensivos y esta circunstancia nos ha hecho valorar la importancia del acompañamiento, la compasión y los cuidados paliativos, que mitigan el dolor y el sufrimiento físico, psicológico y espiritual. La solución de la enfermedad no es eliminar al enfermo. Puede haber enfermos incurables, pero no hay enfermos incuidables. Cuando una persona solicita morir suele ser porque no recibe el tratamiento adecuado que calme su dolor. Actualmente las “unidades de dolor” consiguen aliviar este problema y siempre cabe recurrir a la sedación paliativa ante un dolor refractario. No parece que sea un acto de libertad el de aquél al que la vida se le torna insoportable. La solución no es reconocer su autonomía para quitarse la vida o recurrir al suicidio asistido sino aliviar su sufrimiento, mitigar su dolor y proporcionarle paz y serenidad.

Es sintomático que los especialistas en cuidados paliativos rechacen terminantemente la eutanasia y el suicidio asistido: ellos que están en permanente contacto con enfermos terminales y sus familias. El deseo que todos tenemos de morir con la mayor dignidad y el menor dolor posible es compatible con el máximo respeto de la vida propia y ajena. Ni el encarnizamiento terapéutico, ni la utilización de medios desproporcionados se justifica ante un proceso terminal, pero tampoco el recurso fácil que adelanta el final de la vida de la persona.