Caminante, no hay camino

En estas canciones y aforismos de Machado, la palabra o idea que le arrancará una sonrisa en los labios y en el alma

(C) Pexels
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Los versos de Antonio Machado (1875-1939) “Caminante, son tus huellas/ el camino, y nada más;/ caminante no hay camino,/ se hace camino al andar”… nos resultan familiares gracias, en parte, a la canción versificada de Joan Manuel Serrat. Es usual, asimismo, encontrarse con breves versos de Machado citados en ensayos antropológicos o éticos. La poesía de Machado se presta, pues, al gozo lírico y a la reflexión pausada. Mi interés por los aforismos me llevó a la lectura de Canciones y aforismos del caminante (Edhasa, 2001), una selección de 471 textos de Machado al cuidado de Joaquín Marco, entresacados de la obra del poeta. Ha sido una lectura grata en donde al ingenio se une la agudeza del autor para sentenciar en “cosas de fundamento”, como decía el gaucho Martín Fierro de José Hernández.

Antonio Machado conoce el floklore español, las letras y la filosofía. En sus aforismos y cantares comparecen todos ellos. “En nuestra literatura -decía Mairena [es uno de los personajes creados por Machado]- casi todo lo que no es folklore es pedantería”. Es la sabiduría popular la que nutre sus dichos, de ahí que recomiende, también, adentrarse en las frases hechas antes de pretender hacer otras mejores. “Escribir para el pueblo -decía mi maestro- ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuánto pude, mucho menos, claro está, de lo que él sabe”. Esta actitud de escucha ante la realidad es un buen consejo ante la manía compulsiva de la mejora intempestiva. El tiempo apremia es verdad, pero también es cierto que hemos de darle tiempo al tiempo. Para escuchar hay que detenerse, de tal modo que se pueda ahondar en la peculiaridad de quien está delante de mí. Cuando falta esta disposición de pausa y calma es fácil ceder a la tentación de etiquetar a las cosas y al prójimo, cerrándonos al conocimiento de lo real. Por tanto, primero la actitud contemplativa y detenida de la realidad, después, mucho después, las categorías y etiquetas conceptuales.

Dice Machado: “Si la ciencia del conocimiento de sí mismo, que Sócrates reputaba única digna del hombre, pasa a saber de especialistas, estamos perdidos”. Esta máxima es agua fresca en el mar de especialistas que nos rodean. Hay un saber sapiencial, experiencia de vida al alcance de todos. Es lo que llamábamos el consejo de la abuela, las propias vivencias a las que no conviene renunciar. Hemos de perderle el miedo a llevar la batuta de la propia vida sin exagerar el recurso a las recetas de los expertos; pues si para saber quién soy necesitara del psicólogo, psiquiatra, coach, filósofo, no hay presupuesto que aguante. No es negar el lugar que el experto tiene en la salud física, mental y espiritual de la persona; es, simplemente, recuperar la atención primaria a su titular para que gestione el cuidado y crecimiento personal al que está llamado. Es la persona quien, en su entorno familiar, amical próximo, recupera para sí misma la responsabilidad de afrontar su destino. La educación en casa, en el colegio, en los centros de enseñanza superior está llamada a brindar esa educación para la vida.


En otra máxima escribe Machado: “Aprendió tantas cosas -escribía mi maestro, a la muerte de un amigo erudito- que no tuvo tiempo de pensar en ninguna de ellas”. Interesarse por todo lo humano -como señalaba Terencio-, asombrarse ante la belleza y geometría de la creación, leer, estudiar, saber, pensar, forma parte de una tendencia ínsita en la condición humana; sin olvidar que no basta con amontonar conocimiento. Hay un tiempo para rumiarlo, asimilarlo, de tal modo que, trabajosamente, se ilumine la propia existencia. Sabiduría a gotas, no a raudales. Esfuerzo inacabable, abierto a la rectificación y a nuevas luces.

Cada lector encontrará, en estas canciones y aforismos de Machado, la palabra o idea que le arrancará una sonrisa en los labios y en el alma y le acercará al tú esencial del poeta.