Cardenal Arizmendi: Que el pueblo decida

Somos parte viva del cuerpo social, y también de nosotros depende el bien común

Cardenal Arizmendi pueblo decida
Ciudadanos © Unsplash. Héctor J. Rivas

El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece su artículo semanal titulado “Que el pueblo decida”.

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Hay comunidades indígenas que conservan sus valores tradicionales. Deciden en asambleas comunitarias a quién elegir para un cargo importante, como presidente municipal, o para cargos menores. Lo hacen no en base a la propaganda de alguien que aspire a dicho puesto, sino tomando en cuenta su historia de servicio a la comunidad. Muchos se resisten a aceptar, porque saben el sacrificio que implica, pues es un verdadero servicio, de ordinario sin sueldo. Sin embargo, en muchas partes esos valores se han perdido por ambiciones económicas, o se han pervertido por intereses de partidos políticos. Que el verdadero pueblo decida, es de vital importancia para la democracia; pero se puede caer en demagogias populistas fácilmente manipulables por intereses personales o grupales.

El próximo domingo 10 de abril, el pueblo mexicano tendrá la oportunidad de expresar su deseo de que el presidente del país termine su sexenio en el año 2024, o que de inmediato lo concluya. Al respecto, hay posturas muy opuestas, que nos están confrontando y dividiendo. Los obispos hemos declarado que cada quien es libre de proceder conforme a su conciencia. No invitamos a acudir a las urnas, o a no hacerlo; ni a votar en un sentido o en otro. Sólo invitamos a la reflexión y a la oración, procurando el bien comunitario.

Hay quienes ven en este sexenio sólo bondades y luchan por que se prolongue incluso en otros sexenios; por lo contrario, otros sólo ven desastre tras desastre, error tras error. Lo más difícil es ser sabios, para discernir el trigo de la cizaña, y no dejarse embaucar ni por dádivas gubernamentales, o por discursos demagógicos, ni dejar de valorar las buenas intenciones y decisiones del actual gobierno. Los extremismos, de una parte u otra, no son sanos ni favorables.

 No faltará quien me diga que nuestra Iglesia no tiene por qué hablar de democracia, pues somos jerárquicos. Es verdad, pero no olvidemos que somos ante todo Pueblo de Dios, donde todos tienen lugar y participación, pues todos formamos parte de un solo Cuerpo en Cristo, pero en el cuerpo hay una cabeza, que debe escuchar y tomar muy en cuenta a todos los miembros de la comunidad, antes de decidir.

Discernir

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, nos ofrece unos criterios muy oportunos:


“Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad. El servicio que prestan, aglutinando y conduciendo, puede ser la base para un proyecto duradero de transformación y crecimiento, que implica también la capacidad de ceder lugar a otros en pos del bien común. Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad” (159).

“Los grupos populistas cerrados desfiguran la palabra “pueblo”, puesto que en realidad no hablan de un verdadero pueblo. En efecto, la categoría de “pueblo” es abierta. Un pueblo vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por otros, y de ese modo puede evolucionar” (160).

“Otra expresión de la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad. En esta línea dije claramente que estoy lejos de proponer un populismo irresponsable. Por una parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad sustentable. Por otra parte, los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras” (161).

“El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo. En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo” (162).

“La categoría de pueblo, que incorpora una valoración positiva de los lazos comunitarios y culturales, suele ser rechazada por las visiones liberales individualistas, donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses que coexisten. Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. En ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan los derechos de los más débiles de la sociedad. Para estas visiones, la categoría de pueblo es una mitificación de algo que en realidad no existe. Sin embargo, aquí se crea una polarización innecesaria, ya que ni la idea de pueblo ni la de prójimo son categorías puramente míticas o románticas que excluyan o desprecien la organización social, la ciencia y las instituciones de la sociedad civil” (163).

Actuar

Pidamos a Dios sabiduría para discernir el trigo de la cizaña que haya en nuestra vida nacional. Cada quien decida si participa o no en la consulta sobre revocación de mandato, pero todos hagámonos responsables del bien de la comunidad, y no esperemos que todo lo haga el gobierno. Somos parte viva del cuerpo social, y también de nosotros depende el bien común.