Cómo vivir el verano con fe (en familia y sin parecer marcianos)
Descansar, disfrutar y seguir a Jesús entre helados, excursiones y sobremesas familiares. Porque el verano no es excusa para desconectar la fe… ni el buen humor

Llega el verano: calor, vacaciones, menos prisas… ¿y la fe? Pues igual que siempre, pero con chanclas. No se trata de recitar letanías en la playa ni de parecer místicos desubicados, sino de vivir nuestra fe con sencillez y alegría, donde estemos y con quien estemos. Como dice el Papa Francisco: el cristiano no hace teatro, simplemente vive con coherencia.
1. La oración también tiene horario de verano
La oración en verano no desaparece, solo cambia de sitio y formato. ¿Por qué no rezar al despertarse mirando el mar? ¿O bendecir la comida en el chiringuito (sin hacer aspavientos)? Dios está donde estamos nosotros. Y si los niños se cansan, basta un simple: «Gracias, Señor, por este día tan bonito (y por las vacaciones)».
2. Testimoniar sin discursos (con gestos sencillos)
En verano estamos más relajados, pero no de vacaciones espirituales. Basta con seguir siendo amables, ayudar en casa, hablar bien de los demás, escuchar con paciencia… Pequeños detalles que hablan de Dios sin decir su nombre a gritos. Como decía San Francisco de Asís: «Predica siempre, y si es necesario, usa palabras».
3. Planes en familia donde Dios se hace presente
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Paseos por la naturaleza, que invitan a admirar la creación. No hace falta soltar un sermón ecológico; basta con decir: “¡Qué maravilla ha hecho Dios!”
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Visitar una iglesia bonita del sitio donde estemos: entrar, hacer silencio, admirar el arte sacro y, si cuadra, rezar un poco.
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Misa dominical, aunque estemos fuera: buscar una parroquia local puede ser toda una aventura… ¡y una sorpresa agradable conocer a otros creyentes!
4. Conversaciones que dejan huella
Las vacaciones son buen momento para hablar en familia: sobre la vida, los sueños, las dudas… y también sobre la fe. Sin forzar, sin dar lecciones. Simplemente compartiendo lo que llevamos dentro. Y escuchando mucho.
5. Ayudar cuando se presenta la ocasión
A veces en verano tenemos más tiempo para fijarnos en los demás: quizá ayudar a ese vecino mayor que está solo, colaborar en una recogida de alimentos, o simplemente ser más pacientes con la familia (que no siempre es fácil cuando hace 35 grados).
6. Disfrutar… ¡sin remordimientos!
La fe no es enemiga del disfrute sano. Podemos pasarlo bien, reírnos, descansar, desconectar del estrés. San Juan Bosco decía que «un santo triste es un triste santo». Así que, ¡alegría y sentido del humor!
El verano puede ser un regalo para nuestra vida espiritual. Solo hace falta no desconectarse de Dios, vivir con coherencia, y disfrutar del tiempo en familia como una bendición. La clave está en la sencillez, en vivir la fe con naturalidad, sin etiquetas ni rarezas. Y al final del verano, seguro que nos llevamos no solo fotos y recuerdos… sino también un corazón un poco más lleno.
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