17 mayo, 2025

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Los Cónclaves de la Historia: el Espíritu Santo guiando la barca de Pedro

Desde el siglo XIII hasta hoy, los cónclaves han sido momentos clave donde la Iglesia, entre historia y gracia, elige al Sucesor de Pedro con confianza en la acción del Espíritu

Los Cónclaves de la Historia: el Espíritu Santo guiando la barca de Pedro

Desde hace más de siete siglos, los cónclaves han sido una de las expresiones más elocuentes del vínculo entre la Providencia divina y la libertad humana en la vida de la Iglesia. A lo largo de la historia, estas reuniones solemnes de cardenales electores han servido para designar al Sucesor de Pedro, con todo el peso espiritual, pastoral e histórico que esa elección implica. Más allá del símbolo de la fumata blanca, cada cónclave ha respondido a desafíos concretos de su tiempo, manteniendo viva la promesa de Cristo: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

¿Qué es un cónclave?

El término cónclave (del latín cum clave, “con llave”) se refiere al encierro estricto de los cardenales durante la elección de un nuevo Papa. Este aislamiento busca garantizar la libertad del voto, evitando interferencias externas. Aunque el sistema ha evolucionado, la esencia permanece: discernir, bajo la acción del Espíritu Santo, quién debe guiar a la Iglesia universal como Sucesor de Pedro.

El nacimiento del cónclave moderno: Viterbo, 1268–1271

La historia de los cónclaves, tal como los conocemos, comienza con una crisis. A la muerte del Papa Clemente IV en 1268, los cardenales se reunieron en Viterbo. Pero pasaron casi tres años sin alcanzar un consenso. La ciudad, indignada, decidió actuar: se cerraron las puertas, se retiró el techo del palacio episcopal y se redujo la comida a pan y agua.

Finalmente, en 1271 fue elegido Teobaldo Visconti, que ni siquiera era cardenal. Tomó el nombre de Gregorio X. Ya como Papa, convocó el II Concilio de Lyon (1274), donde instituyó oficialmente el procedimiento del cónclave en la constitución Ubi periculum. Desde entonces, el cónclave se convirtió en norma cada vez que se elegía un nuevo pontífice.

Cónclaves emblemáticos a lo largo de los siglos

A lo largo de más de 700 años, la Iglesia ha celebrado decenas de cónclaves. Algunos se desarrollaron en medio de fuertes tensiones políticas; otros, en tiempos de gran santidad; todos, sin excepción, bajo la mirada de Dios. Cada cónclave refleja su tiempo y, a la vez, habla del misterio de una Iglesia que es humana y divina, guiada siempre por la promesa de Cristo.

El Cónclave de 1378: el inicio del Gran Cisma de Occidente

La muerte del Papa Gregorio XI, el último pontífice que residía en Aviñón, abrió un periodo dramático para la Iglesia. Tras el traslado de la sede papal a Roma, el pueblo romano presionó para que el nuevo Papa fuera italiano. Ante la agitación popular, los cardenales, en su mayoría franceses, eligieron rápidamente a Bartolomeo Prignano, arzobispo de Bari, quien tomó el nombre de Urbano VI.

Sin embargo, su temperamento autoritario y las tensiones surgidas en los primeros meses de pontificado hicieron que varios cardenales abandonaran Roma y, alegando coacción, eligieran a otro Papa, Clemente VII, que fijó su sede en Aviñón. Así se produjo una escisión eclesial con dos (y después tres) papas simultáneos, respaldados por distintas potencias políticas europeas. El cisma duró casi 40 años y no fue un simple error humano, sino una profunda herida en la unidad de la Iglesia.

Este periodo demostró que incluso en la confusión y el pecado, el Espíritu Santo no abandona a la Iglesia. Fue finalmente el Concilio de Constanza (1414–1418) el que restableció la unidad eligiendo al Papa Martín V, cerrando así esta dolorosa etapa.

El Cónclave de 1492: poder, política y necesidad de reforma

El cardenal Rodrigo Borgia fue elegido Papa con el nombre de Alejandro VI. Su elección reflejó una época en la que los intereses políticos y familiares influían notablemente en el gobierno eclesial. Las críticas al nepotismo y a la corrupción fueron frecuentes. Este cónclave ha pasado a la historia como uno de los más “terrenales”, y su figura como símbolo de una Iglesia necesitada de conversión.

Sin embargo, es importante recordar que incluso los Papas con vida moral discutida no afectan la validez de su elección, ni destruyen la misión esencial de la Iglesia. En esos tiempos renacentistas, también florecieron grandes santos, místicos y reformadores, que prepararon el terreno para los cambios que vendrían. Así, Dios escribe recto incluso con líneas torcidas.

El Cónclave de 1846: hacia una Iglesia más espiritual

La elección del beato Pío IX marcó el comienzo de una nueva era. Fue un Papa joven, con una visión profunda de la fe, y su pontificado coincidió con un siglo convulso: revoluciones liberales, nacionalismos, y la progresiva pérdida del poder temporal del papado. En medio de esos cambios, Pío IX impulsó una renovada confianza en el papel espiritual del Papa: proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción y convocó el Concilio Vaticano I (1869–1870), que definió la infalibilidad pontificia en materia de fe y moral.

La larga duración de su pontificado (más de tres décadas) dio estabilidad y permitió a la Iglesia prepararse para un futuro donde ya no tendría poder político, pero sí una influencia moral más fuerte que nunca. El cónclave que lo eligió fue, en ese sentido, un umbral entre la Iglesia de la cristiandad y la Iglesia del mundo moderno.

El Cónclave de 1903: fin del “veto” de los emperadores

Este cónclave es recordado por la intervención del emperador austrohúngaro, quien quiso ejercer el derecho de jus exclusivae (derecho de veto) contra el cardenal Mariano Rampolla, secretario de Estado de León XIII. Aunque Rampolla obtuvo un número elevado de votos, el veto imperial pesó, y los cardenales eligieron al cardenal Giuseppe Sarto, que tomó el nombre de san Pío X.

Uno de sus primeros actos fue suprimir para siempre esa prerrogativa de los estados. Su elección marcó el inicio de una nueva etapa en la que la Iglesia se desvinculó definitivamente de las injerencias políticas en la elección del Papa. San Pío X fue un pontífice de profunda vida interior, promotor de la comunión frecuente, reformador de la liturgia y gran defensor de la doctrina frente a los errores del modernismo.

El Cónclave de 1958: el “Papa bueno”

Cuando murió Pío XII, el mundo esperaba un Papa que simplemente continuara su línea diplomática y doctrinal. Sin embargo, el Espíritu Santo sorprendió al elegir a Angelo Giuseppe Roncalli, un cardenal anciano, bonachón, y poco conocido fuera de Italia. Tomó el nombre de Juan XXIII.

Apenas tres meses después de su elección, convocó un nuevo concilio ecuménico: el Vaticano II. Su elección mostró que no hay “Papas de transición” para Dios. A veces, el Espíritu elige a los más inesperados para llevar a cabo las tareas más grandes. Con humildad, alegría y confianza, Juan XXIII abrió la Iglesia al diálogo con el mundo moderno, sin renunciar a su identidad.

El año de los dos Papas: 1978

Este año insólito fue testigo de dos cónclaves. En agosto, los cardenales eligieron al patriarca de Venecia, Albino Luciani, Juan Pablo I. Su sencillez, cercanía y sonrisa conquistaron al mundo, pero su pontificado solo duró 33 días. Falleció repentinamente, dejando una estela de ternura y santidad.

En octubre de ese mismo año, loa cardenales se reunieron de nuevo. Contra todo pronóstico, fue elegido el cardenal polaco Karol Wojtyła, San Juan Pablo II. Su elección fue histórica: el primer Papa no italiano en más de 450 años, un filósofo, deportista, actor y pastor incansable. Durante 26 años recorrió el mundo, enfrentó al comunismo, promovió la dignidad de la persona, impulsó las Jornadas Mundiales de la Juventud y dejó una huella imborrable en la historia contemporánea.

El Cónclave de 2013: una nueva etapa de misericordia

Cuando Benedicto XVI anunció su renuncia por motivos de salud y conciencia, la Iglesia vivió un momento de asombro y admiración. Su gesto abrió las puertas a un nuevo cónclave en el que fue elegido el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, primer Papa latinoamericano, primer jesuita y primer Francisco.

El pontificado de Francisco ha estado marcado por una llamada constante a la misericordia, la cercanía con los pobres, la reforma de estructuras eclesiales y el impulso a una “Iglesia en salida”. Con un lenguaje claro, gestos sencillos y una mirada al Evangelio puro, ha querido recordar que la Iglesia no es una élite espiritual, sino un hospital de campaña que acoge, sana y acompaña.

Su elección, como todas, fue fruto de un proceso humano y espiritual, en el que la oración, la escucha mutua y el discernimiento guiaron a los cardenales hacia una figura que supiera pastorear a la Iglesia en un tiempo global, fragmentado, pero necesitado de esperanza.

Una elección espiritual, no solo institucional

Aunque se trata de una elección concreta, el cónclave es ante todo un acto espiritual. Los cardenales celebran la Misa Pro eligendo Pontifice, escuchan una meditación sobre sus deberes, hacen un juramento de secreto, y entran en la Capilla Sixtina para las votaciones, en clima de recogimiento y oración.

El elegido acepta libremente, elige su nombre, y se presenta al mundo desde el balcón de San Pedro con el célebre Habemus Papam. En ese momento, millones de católicos rezan por su nuevo pastor, en comunión con toda la Iglesia.

¿Qué nos enseñan los cónclaves?

Los cónclaves nos recuerdan que la Iglesia, aunque habitada por hombres con sus limitaciones, no se gobierna solo por estrategias humanas. Cristo la sostiene y el Espíritu la guía. Así ha sido desde Pedro hasta hoy. La historia de los cónclaves es la historia de una fidelidad que atraviesa los siglos, adaptándose sin traicionarse, renovándose sin perder su alma.

Como decía Benedicto XVI, el Espíritu no dicta nombres, pero actúa en quienes se abren a Él. Por eso, más que esperar al “mejor”, la Iglesia se dispone a reconocer al que Dios ha querido para ese momento. Y esa confianza es el milagro silencioso que acompaña cada elección papal.

Alberto Ramírez, CEO de Exaudi

artículo publicado en La Razón, 08/05/2025

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