Cuando perdonamos, amamos

Vídeo semanal de Se Buscan Rebeldes

perdonamos amamos
Perdonar es amar © Pexels. Artem Beliaiki

Desde Exaudi ofrecemos a los lectores el vídeo semanal del canal de evangelización católico Se buscan Rebeldes, en el que el sacerdote Pablo de Lecea reflexiona sobre cómo cuando perdonamos, amamos, y cómo esta forma de relación vence al rencor.

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¿Quieres descubrir cómo hacer para que tu familia, la relación con tus parientes, amigos, compañeros de trabajo sea un mundo lleno de paz y alegría? Tantas veces escuchas la expresión “en todas partes cuecen habas”, como haciendo referencia que en todas las familias hay alguna dificultad, algún problema. 

Y es cierto, porque toda convivencia de seres humanos, está compuesta de personas, es decir, gente con limitaciones, con caracteres diferentes, temperamentos distintos, momentos vitales cambiantes, que al vivir en contacto con otros como ellos provoca o puede provocar roces, malos entendidos, puntos de vista distintos, encontronazos por choque de intereses que en ocasiones derivan hacia discusiones más o menos fuertes.

La cuestión que cabe preguntarse es qué hacer para discutir menos. Bien, es una opción. Sin embargo, las discusiones son algo muy humano, lo propio de la convivencia, por tanto, no querer tener discusiones sería como no querer convivir… Y la convivencia familiar es buena y necesaria para el ser humano, porque –como dijo Dios en el Génesis (cfr Gn 2,18)- no es bueno que el hombre esté solo. 

Es decir, si la convivencia familiar es necesaria para el ser humano, si podemos considerar la soledad uno de los principales males de la sociedad occidental del siglo XXI, y casi podemos añadir que no existe una convivencia familiar sin roces, sin discusiones, sin choques más o menos grandes… ¿cuál es la solución?

Además, estoy hablando de convivencia familiar, lo cual incluye intercambio de afectos, noticias, inquietudes, preocupaciones, alegrías, es decir, comunicación de calidad que conlleva transmisión de intimidades. 

Pero no me quiero cerrar sólo a la convivencia familiar, aunque quizá es la que más nos puede preocupar. Me gustaría ampliar el concepto a lo que sucede también en la convivencia provocada por la amistad, es decir, me refiero a todo tipo de convivencia humana, por lazos de familia, de amistad, de vecindad, incluso a la convivencia profesional.

¿Cómo hacer para encontrar la solución a una convivencia humana que sea amable, agradable, estable en el tiempo, confiada sin resquemores? Además de encontrarla en las películas o series, ¿es realmente posible este tipo de convivencia humana en la vida de cada día?

Para responder a esta pregunta os quiero contar algo que al principio me sorprendía, sin embargo, cada vez lo entiendo mejor. En todas las bodas que celebro les pido a los novios que elijan ellos las lecturas que quieren que sean proclamadas en la liturgia. Ellos pueden escoger entre un montón que propone el ritual. Pues bien, prácticamente todas las parejas me piden la misma lectura de la Sagrada Escritura, el capítulo 13 de la carta de san Pablo a los Corintios : “Ya podría tener el don de la predicación, conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener una fe para mover montañas, si no tengo amor, no soy nada…”

Todas las nuevas parejas están interesadas en impregnar la nueva etapa de su vida de lo que es esencial: el amor. Como dice san Pablo, si no tengo amor no soy nada. Todos quieren que el amor sea el protagonista de esa aventura abierta a la esperanza, a un futuro incierto pero lleno de esperanza. 

Un amor que en esa misma carta San Pablo lo define de forma colosal: El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca.

Sí, todos queremos vivir en una convivencia humana donde este amor sea el protagonista, una amor así, que no pase nunca, que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo soporta… ¿es así mi familia? ¿Es así mi relación con mis amigos, vecinos, parientes, compañeros de trabajo? O como señalaba antes ¿es realmente posible una convivencia estrecha vivida de forma amable, alegre, estable en el tiempo, duradera y confiada?

Evidentemente, claro que es posible. Con total contundencia os digo que es posible una convivencia donde se discute, una convivencia por tanto humana, donde hay roces y que al mismo tiempo es una convivencia de paz, amor, entrega, alegría y generosidad. Y lo mejor de todo, aunque el concepto convivencia implica la existencia de al menos dos personas, te diré que para que la convivencia funcione la solución está en ti.

Sí, la solución la tienes tú, está en las manos de cada uno de nosotros. Cuando de verdad amamos. Cuando de verdad, aquí viene lo esencial que me gustaría subrayar y grabar en la cabeza y en el corazón de todos, cuando sinceramente sabemos PERDONAR porque el perdón suscita el amor y el amor consigue el perdón. Y esto es clave, es más, lo considero la clave de la convivencia familiar, de cualquier convivencia humana.

Por eso mismo, una de las obras de misericordia espirituales es precisamente perdonar al que te ofende y como señala el Papa Francisco es quizá una de las más difíciles de poner en práctica,

“perdonar a quien te ha ofendido, quien te ha hecho daño, quien consideramos un enemigo. “¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices” (Misericordiae Vultus, 9).

Perdonar está en las manos de cada uno de nosotros, es el camino para alcanzar la paz en el corazón, es la condición necesaria para vivir felices.

Perdonar incluye el olvidar. Cuando el perdón está unido a Jesucristo porque el perdón de corazón, que es el perdón cristiano, está ligado a la esperanza en el amor que Dios nos tiene. Sólo el amor de Dios puede hacer las cosas nuevas. Hacer el cálculo del perdón como si Dios no existiese es horrible. El factor Dios en mi vida es siempre fundamental, porque Dios perdona y hace que sea un hombre nuevo.


Sino entraríamos en unos cálculos de previsibilidad humana, una especie de perdono con condiciones, que sea la última vez, perdono sólo si veo verdadero arrepentimiento, perdono sólo si me pide perdón… el perdón cristiano tiene el modelo de Jesucristo en la cruz que nos enseña que debemos perdonar todo y siempre, y sin que nadie le hubiera pedido perdón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. (Lc 23, 34).

En el Padrenuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” y el mismo Señor aclara: “si perdonáis las ofensas de los hombres, también el Padre Celestial os perdonará. En cambio, si no perdonáis las ofensas de los hombres, tampoco el Padre os perdonará a vosotros” (Mt 6, 14-15).

Perdonar las ofensas significa superar la venganza y el resentimiento. Significa tratar amablemente a quien nos ha ofendido. Y ese es el camino que convierte la convivencia humana, la convivencia familiar en el lugar maravilloso donde se disfruta cada día más porque como dice Hannah Arendt: el perdón es capaz de restaurar el pasado.

Sí, cuando perdono estoy amando en cristiano. Sí, amar en cristiano significa perdonar. Cuando perdono el pasado recupera su belleza, es la fuerza del perdón. Cuando con la ayuda de Dios soy capaz de perdonar de corazón, es decir, con totalidad, olvidando el daño sufrido, ese dolor, ese sufrimiento se transforma en belleza, paz, alegría y gozo.

En la convivencia familiar, en una relación de pareja, el amante aprueba lo que el amado ha hecho, y cuando no puede hacerlo, porque ha actuado mal, de un modo inaceptable, lo que hace es perdonarle. De modo que perdonar consiste en borrar lo inaceptable y ofensivo en la conducta pasada del otro, y hacer nuevo el amor, como si no hubiera pasado nada: perdonar es “borrar” las limitaciones y defectos del otro, no tenerlas excesivamente en cuenta, no tomarlas demasiado en serio, sino con buen humor, quitarles importancia diciendo: sí sé que tú no eres así.

Por eso en cualquier tipo de convivencia humana, de relación entre personas amar es perdonar. No se concibe que exista verdadero amor si no se sabe perdonar, porque en tal caso no se quiere borrar el error y la fealdad de la vida del otro.

Hemos de recuperar esta obra de misericordia espiritual, volver a colocarla en el centro de nuestra cabeza y de nuestro corazón. Volver de nuevo a mirar a Jesús que nos da su fuerza para amar con totalidad, es decir, para perdonar totalmente y siempre.

De esta manera la familia, principal lugar de convivencia humana, se transformará en lo que nos pide el Papa Francisco: 

…la familia es la primera escuela de los niños, es el punto de referencia imprescindible para los jóvenes, es el mejor asilo para los ancianos. Añado que la familia es también la primera escuela de la misericordia, porque allí se es amado y se aprende a amar, se es perdonado y se aprende a perdonar.

Hace unos años pude ver un video de Guardianes de la fe, un grupo de jóvenes que se lanzaron por Irak y Afganistán para dar cobertura mediática a las masacradas familias cristianas que habían sufrido el embate terrible del Estado Islámico. Entre otras entrevistas, logran hablar con una familia cristiana, en concreto con la familia de Maryam en Qaraqosh a 32 Km de Mosul al norte de Irak. El padre es veterinario, la madre ingeniero agrónomo. El 6 de agosto de 2014 lo perdieron todo.

El ISIS arrasó sus propiedades, lograron escapar casi milagrosamente. Explica la madre que desde ese día su vida ha cambiado radicalmente. El padre nos dice que ahora está mucho más cerca de Dios. Sin embargo, realmente sorprende la frase de su hija mayor, Maryam que con sólo 10 años es capaz de decir con total sencillez y sinceridad: “Si Dios ha perdonado mis pecados, como no voy a perdonar yo al Estado Islámico”.

Sí, es una situación extrema. Precisamente, en una situación tan difícil y dura una familia cristiana es capaz de transmitir a su hija de 10 años la importancia del perdón unida al amor de Dios. Es un ejemplo de cómo el perdón ha de formar parte de nuestra vida. Es necesario volver a recuperar esta obra de misericordia espiritual de modo que la convivencia familiar, la convivencia entre personas, familiares, vecinos, países, etc vuelva a ser el lugar donde vivir en paz, armonía, alegría…

No es tan difícil. De hecho, el perdón forma parte ya de la cultura cristiana, el perdón es como la identidad del cristiano. Se ve en el ejemplo de dos películas paralelas:

Los siete Samurais, famosa película japonesa de Akira Kurosawa. Y los siete magníficos, dirigida por John Sturges, e inspirada en el Oeste americano. Las dos películas fueron rodadas con 6 años de diferencia. En los dos casos, un pueblo de campesinos atemorizados pide la protección de unos guerreros, que en la película japonesa son los siete samurais; y en la americana, siete pistoleros. El argumento es parecido, sin embargo, en la película japonesa hay una escena que no tiene paralelo en la americana.

Los bandidos habían quemado una casa a la salida del pueblo y matado a un anciano. En un momento dado, los del pueblo capturan a uno de los bandidos. Y ofrecen la oportunidad a la viuda de vengarse, matando al bandido. Y lo hace con gran dignidad y decisión, hundiéndole la espada en el vientre. En la película japonesa el gesto expresa valentía y justicia. Pero nos sería difícil contemplar a una anciana cristiana haciendo lo mismo. No funcionaria. Los cristianos creemos en el perdón, no en la venganza.

La convivencia humana en el cristianismo, en nuestra sociedad ha de retomar la fuerza del perdón como su elemento reestructurador. El perdón de corazón recompone cualquier roto, arregla todas las afrentas, ofensas; realmente, el perdón hace que en el corazón del ofendido aquello -la ofensa- haya desaparecido.

Y esto es posible sólo cuando miro a Jesús, en quien se encuentra todo el amor de Dios, que me dice cada semana, en mi encuentro en la Confesión sacramental: “Yo te perdono”, porque como dice CS Lewis “para ser cristianos, debemos perdonar lo inexcusable, porque así procede Dios con nosotros…” (cfr el Perdón, CS Lewis, 14-15).