Cultura empresarial para un tiempo nuevo

El camino de la integridad personal es el mejor camino para tener empresas socialmente responsables

(C) Pexels
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Los tiempos que nos toca vivir son, ciertamente, nuevos. La globalización nos trae vientos que, en más de una ocasión, nos despeinan y esquilman la economía. El Perú mismo tiene un entorno social, político y económico inédito. En medio de estas aguas revueltas navegamos, ciudadanos de a pie y empresas. Tiempos nuevos y agitados que piden al empresario una virtud moral que, precisamente, lo define como emprendedor: la virtud de la fortaleza. Una virtud cuyos tres componentes son necesarios para hacer empresa. En primer lugar, la capacidad de afrontar los riesgos y amenazas. El entorno no es fácil, hay obstáculos. Con la fortaleza le damos cara a los problemas. No se huye, se afronta.

Encarar los problemas no lo es todo. La virtud de la fortaleza otorga una segunda capacidad, la de emprender. El empresario emprende proyectos, asume los riesgos, se crece ante los problemas, lo suyo no es la parálisis; por el contrario, abre caminos en medio de la maraña de dificultades. Genera valor, puestos de trabajo, pone en movimiento la economía. Finalmente, hay que darle continuidad a la empresa y para eso la virtud de la fortaleza despliega una tercera capacidad en el talante del empresario: resistencia. Ánimo templado para sostener en el tiempo el emprendimiento y sortear los obstáculos previsibles e imprevisibles de toda gestión empresarial.

El nuevo tiempo que nos toca vivir requiere, por tanto, un claro afán de logro otorgado por la virtud de la fortaleza, condición necesaria para todo emprendimiento, pero no suficiente para ganar legitimidad o licencia social (en sentido amplio del término). Para esto último, la nueva cultura pide al empresario un nítido afán de servicio. Esto significa que el empresario ha de cultivar las virtudes de la magnanimidad y la solidaridad. Ambas, suponen a la virtud de la justicia (dar a cada cual lo suyo: salarios justos, productos y servicios de calidad, pago de impuestos), pero la superan por elevación. Son ingredientes que moderan la codicia del emprendedor e incentivan su vocación de servicio para cumplir cabalmente con todos los stakeholders de la empresa.

La nueva cultura empresarial requiere de emprendedores fuertes, justos, solidarios y magnánimos; afán de logro y afán de servicio a la vez. Ganancia y servicio se complementan, no están reñidos. Sin afán de logro no hay creación de valor, sin afán de servicio sólo queda la codicia descarada. Para este update (puesta al día, actualización) de la nueva cultura empresarial reclamada por la sociedad es muy aleccionador el libro del profesor Antonio Argandoña: La empresa, una comunidad de personas. Cultura empresarial para un tiempo nuevo (Plataforma, Barcelona 2021. Kindle edition). Un libro que para muchos les será familiar, pues sigue la estela marcada por el profesor Juan Antonio Pérez-López. La empresa es vista por Argandoña en sus dimensiones funcionales y personales. Vuelca en el libro su experiencia como consultor de empresas y profesor en los campos de la dirección, estrategia, dirección, cultura y ética empresarial.

“Una empresa -dice Argandoña- que ha hecho una reflexión profunda sobre el propósito está en condiciones de señalar claramente lo que quiere ser y lo que quiere hacer. Convertir eso en realidad no será tarea fácil, pero será aún más difícil para la empresa que va tomando decisiones según se presentan los problemas, sin otro indicador que su cuenta de resultados” (p. 62).  Importa, desde luego, tener en azul las cuentas; pero como recuerda nuestro autor, la empresa es esencialmente una comunidad de personas abiertas al servicio de personas, de ahí que el empresario ha de estar volcado en su gente, día a día, procurando comprender sus necesidades, expectativas. Sí, dirigir exige capacidad de sacrificio.


“Una empresa ética -continúa diciendo Argandoña- no es una empresa técnica y económicamente exitosa, a la que se han añadido algunos valores sociales y éticos, o que dispone de instrumentos como un código de buena conducta, o que cumple los requisitos señalados por un estándar, certificable o no, sobre aspectos sociales, medioambientales y de gobernanza. La calidad ética no consiste en añadir un plus moralizante a una estrategia elaborada para conseguir otros objetivos. La estrategia de una empresa ética debe arrancar de su propósito y de sus valores, debe ser ética desde su mismo origen, desde la descripción de su misión y de su visión hasta su implementación y su evaluación final” (p. 201).

La ética no es un barniz en las operaciones de la empresa, es el alma de la organización y de su cultura. El camino de la integridad personal es el mejor camino para tener empresas socialmente responsables.