11 julio, 2025

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Dios es Amor: Celebramos el Misterio de la Santísima Trinidad

La solemnidad de la Trinidad no es un enigma incomprensible, sino una fuente inagotable de luz, amor y sentido para nuestra vida

Dios es Amor: Celebramos el Misterio de la Santísima Trinidad
The New York Public Library . Unsplash

Esta semana celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, y muchas veces pasamos de puntillas por esta fecha, como si se tratara de un misterio inaccesible, imposible de comprender o de aplicar a nuestra vida. Sin embargo, ocurre exactamente lo contrario: este misterio es clave para entendernos a nosotros mismos, al mundo y a Dios.

¿Misterio o problema?

Un misterio no es un problema por resolver, sino una realidad que nos desborda, que nos envuelve y que, lejos de ser absurda, nos ilumina. No se trata de que no pueda entenderse en absoluto, sino de que nunca se agota su comprensión. Como decía el pensador Gabriel Marcel, “un problema es algo que yo tengo frente a mí; un misterio es algo en lo que yo estoy implicado”.

La Trinidad no es un enigma matemático, sino una realidad viva que nos habla de un Dios que no es soledad, sino comunión, que no es poder frío, sino relación de amor.

Revelación progresiva en el Evangelio

Jesús no explica teóricamente la Trinidad. La revela viviendo. En el Evangelio, vemos cómo los apóstoles perciben su autoridad divina, cómo calma tempestades, perdona pecados, resucita muertos. Pero a la vez le oyen llamar a Dios “Padre” —¡hasta 170 veces!—, y no como un título simbólico, sino como expresión de una intimidad radical: “Padre mío”, “Abbá”, “Papá”.

Pedro, en nombre de los Doce, lo confiesa: “Tú eres el Hijo de Dios”. Una afirmación impensable para la mentalidad judía, que no conocía un “Hijo de Dios” literal. Era algo nuevo, incomprensible y al mismo tiempo evidente para quien vivía cerca de Jesús.

De la experiencia apostólica a la reflexión teológica

Ya en los primeros siglos del cristianismo, la Iglesia empieza a profundizar este misterio. Las cartas de San Pablo y la liturgia del bautismo (con su triple pregunta: “¿Crees en Dios Padre, en Dios Hijo, en Dios Espíritu Santo?”) muestran cómo la Trinidad no era una construcción posterior, sino una vivencia originaria de los cristianos.

Entre persecuciones y concilios, la Iglesia defendió esta verdad contra las herejías que querían simplificar el misterio. Algunos (los modalistas) afirmaban que Padre, Hijo y Espíritu eran solo “caras” de un único Dios. Otros (como Arrio) negaban la divinidad del Hijo y del Espíritu. Ambas posturas diluían el misterio y lo convertían en problema.

Los concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381) formularon con claridad la fe trinitaria: un solo Dios en tres Personas. Para ello se sirvieron de los conceptos de “naturaleza” (¿qué es?) y “persona” (¿quién es?). Así, proclamaron: una sola naturaleza divina y tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Dios es relación. Dios es amor

Lejos de ser un absurdo, esta verdad es profundamente transformadora. Dios no es una soledad eterna, sino comunión eterna de amor. Como afirma San Juan en su primera carta: “Dios es amor”. No un amor cualquiera, sino un amor que se da, se recibe y se comparte desde toda la eternidad. Por eso decimos que la Trinidad no es solo un misterio para entender, sino para adorar, para vivir, para imitar.

La familia, la comunidad cristiana, la Iglesia misma, están llamadas a reflejar esta unidad en la diversidad, este amor que se da sin medida, este misterio que nos explica más de lo que nosotros podemos explicarlo.

Al celebrar la solemnidad de la Santísima Trinidad, no tratamos de resolver un enigma. Nos dejamos abrazar por el Amor que sostiene el universo. Un Amor que tiene rostro, nombre y vida: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.

Luis Herrera Campo

Nací en Burgos, donde vivo. Soy sacerdote del Opus Dei.