Domingo de la Divina Misericordia

“Contagiados para contagiar”

Domingo Divina Misericordia
Cristo de la Divina Misericordia © Cathopic. Rita Laura

San Juan Pablo II instituyó la fiesta del Domingo de la Divina Misericordia en el año 2000, que se celebra todos los años el primer domingo después de Pascua, concediendo indulgencia Plenaria.

“En este día se abrirán las puertas de mi Misericordia… Cuando confieses debes saber que Yo mismo actúo en el alma…Concederé lo que me piden los que recen la Coronilla con confianza…… cuánto más confíes más recibirás.” Todos estos son mensajes que se le dieron a Santa Faustina Kowalska, y que en éste tiempo se hacen más actuales si caben.

Hemos vivido hace pocos días el gran Misterio del Amor de Dios clavado en la Cruz, atravesado por esa lanza, que hizo abrirse de par en par, el Corazón de Cristo. Un Corazón tan lleno de Amor, y que lo que brotó de él fue ese chorro de Misericordia infinita que inunda al ser humano. Por eso, la Hora de la Misericordia, el Rezo del Rosario con la Coronilla de la Misericordia, se realiza a las tres de la tarde. Porque fue la Hora de la entrega del Señor por todos nosotros.

La Iglesia siempre nos ha enseñado que una vida llena de ese amor misericordioso que brotó de la Cruz se concreta en lo que conocemos como obras de misericordia, corporales y espirituales, lo que nos lleva a los cristianos a tener una vida de oración, que se concreta en nuestras palabras y obras en favor de nuestros hermanos.

El Papa Francisco afirma: “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia”. Y es algo que cada día debemos reactualizar en medio de nuestras familias y nuestra sociedad, tan marcadas por la desconfianza, por el ensañamiento de unos contra otros, por la indiferencia ante los problemas del hombre…. La misericordia es esa fuente de alegría, de serenidad y de paz que nos lleva al encuentro del Cristo Misericordioso, que se nos hace presente en el hombre que camina a nuestro lado, y el vivir desde el corazón misericordioso de Dios es la condición para nuestra salvación.


La Misericordia del Señor Resucitado es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira, desde la compasión y ternura de Dios al hermano que encontramos en el camino de la vida.

Pero para llegar a tan gran misterio que se nos revela en ese momento culminante de la Cruz, como concreción de toda la Vida del Señor, y que celebramos el domingo siguiente a la Resurrección de Cristo, no podemos olvidar que la Eucaristía es el centro de la verdadera Devoción al Corazón Misericordioso de Jesús.

Te invito a vivir, de una manera constante en tu vida, la misericordia del Señor, con el rezo de la Coronilla de la Misericordia, con la contemplación de la imagen del Cristo de la Divina Misericordia, con los rayos que brotan de su corazón, el rojo (la sangre) el blanco (el agua purificadora). Pero sin olvidar, que todo ello, nos tiene que  llevar a vivir las obras de  misericordia y a un amor y adoración a la Eucaristía.

Contágiate de la Misericordia de Dios en tu vida y contagia a los demás. Y siempre proclama: “Jesús, en ti confío”. Feliz Cincuentena Pascual. Quedamos en el Altar.