Domingo de Ramos: Reflexión del padre Joaquín Mestre

Aclamamos ‘Hosanna’

Domingo de Ramos reflexión
Procesión en Domingo de Ramos © Cathopic

El padre Joaquín Mestre, sacerdote de la archidiócesis de Valencia, España, y experto en las Sagradas Escrituras, comparte con los lectores de Exaudi su artículo de reflexión sobre la celebración del Domingo de Ramos, hoy 28 de marzo de 2021.

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Al acercarse a Jerusalén con la vista puesta en su ya cercana Pasión, Cristo quiso montar sobre un asno para cumplir la profecía de Zacarías (9,9-10): “¡Salta de gozo, Sión;  alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna. Suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; romperá el arco guerrero y proclamará la paz a los pueblos. Su dominio irá de mar a mar, desde el Río hasta los extremos del país”.

El asno era la montura de los primeros gobernantes de Israel, antes de que las riquezas y el afán de poder les llevaran a acumular caballos (cf. 2 Cro 1,14) — que servían principalmente como arma de guerra —. La profecía de que el Mesías vendría a Jerusalén sobre un borrico era también la promesa de un retorno de Israel a sus orígenes, cuando su relación con el Padre era como la de un niño (cf. Os 11,9-11). 

La liturgia de la Iglesia pone en nuestras manos ramos de olivo para que renovemos nuestra infancia bautismal, como niños que renuncian a usar el poder para imponer el bien. Alzamos estas ramas como olivos que desean dar los frutos de buenas obras que Cristo quiere germinar en nuestra vida. Portando los brotes del olivo somos palomas que anuncian que todo hombre puede volver a Dios sin miedo (cf. Gn 8,11) porque sólo encontrará en Él una tierra acogedora y unos brazos de Padre (cf. Lc 15,20).


La Iglesia pone en nuestros labios el “¡Hosanna!”, que significa “¡Ayúdanos!”, para que aclamemos a Cristo, el Rey manso y humilde, reconociéndole como Salvador. No hay mayor victoria humana que dejarse ayudar por Dios. 

La liturgia nos invita a ir en procesión: nos quiere en movimiento, “compañeros de Cristo”, porque volvemos a fiarnos de él (cf. Hb 3,14). Así, hoy entramos eucarísticamente en la Jerusalén del cielo como pueden hacerlo quienes aún peregrinan en la tierra.

Sabemos que la ciudad de Jerusalén sólo reconoció la realeza de Jesús durante unos momentos. Que rápidamente los gritos de Hosanna se tornaron en petición de muerte: “¡Crucifícale!”. Sabemos que también en nuestra vida los momentos de Hosanna compiten continuamente con un ilusorio deseo de autosuficiencia.

Pero no se puede caminar sin la memoria de la meta. No se puede abrazar la Cruz sin la memoria de la gloria. Por eso es muy importante custodiar el recuerdo de todos esos momentos en que hemos agitado nuestros ramos y reconocido a Cristo como el único Señor. Él ha vencido ya en nuestra vida, aunque a veces esto lo experimentamos sólo breve y parcialmente, y por eso caminamos en la esperanza de que vencerá un día definitivamente.

El Domingo de Ramos nos recuerda que, para manifestarse a Jerusalén como Rey Humilde, Cristo quiso contar con la colaboración humana, pero con ello no se pretende simplemente que repitamos unos gestos ”simbólicos”. En la liturgia, el memorial se transforma en realidad, y esa realidad transfigurada es nuestra vida como implicados en la venida del Reino, frágiles y alegres como niños, y ardientemente deseosos de que Cristo sea conocido y amado por todos.