Educar para la fraternidad: La revolución de la ternura

Si somos hijos de Dios, somos hermanos entre nosotros

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Amor y fraternidad © Cathopic

José María Montiu, sacerdote y doctor en Filosofía, ofrece este artículo titulado “Educar para la fraternidad. La revolución de la ternura”. Como cristianos, “a todos tenemos que reconocer como hermanos, y, por consiguiente, amarlos”, pues, como dijo el Señor que “los cristianos serán reconocidos porque aman”.

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Como dijo el gran san Agustín, el Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera hijo de Dios. La gracia santificante es lo que nos hace hijos de Dios, hijos adoptivos de Dios. Si somos hijos de Dios, somos hermanos entre nosotros. Toda la vida cristiana consiste en ser buenos hijos de Dios. Así, ser hijo de Dios, por la gracia, es lo más grande.

La grandeza de esta verdad, la filiación divina por la gracia santificante, no puede hacernos olvidar otra importante verdad. Esto es, que también somos hijos de Dios por haber sido creados por Dios. Esta filiación no es tan plena como la filiación por la gracia, pero no deja de ser importante.

Dios ha creado todo de la nada. El artífice divino ha dejado su huella en todo lo creado. Como dice el Doctor Angélico, en las cosas no hay una imagen de Dios, sino sólo un vestigio de Dios. La mano de Dios es cercana en la rosa y en todas las maravillas de la creación. Las cosas no son hijas de Dios. En cambio, la persona humana, no sólo ha sido creada por Dios, sino que, además, es imagen de Dios. De aquí que Dios es padre de todo hombre y de toda mujer.

Como dice el venerable obispo tomista Torras y Bages, Dios nos ha llevado en su inteligencia durante toda la eternidad como una madre lleva a su hijo en su seno. Como dice el Santo Padre Francisco, Dios, que es padre, y que tiene entrañas de madre, nos ha puesto en el mundo por amor. Como dice santa Faustina Kowalska, Dios nos ha encerrado en el si de su misericordia infinita. La mano de Dios es cercana en el ser humano. Ello, no sólo en la creación de los primeros hombres, sino también por hacer creado directamente el alma espiritual e inmortal de cada persona humana.

En definitiva, como dice el Santo Padre Francisco, “Fratelli tutti”, todas las personas del mundo son hermanos o hermanas ¡Brotan a millones! ¡Miles de millones!¡Familia super-super-numerosa!


Si todo ser humano es hermano o hermana, se sigue que lo es también el que nos cuesta querer, el que nos ha ofendido, el que no nos resulta simpático, el diferente, el peor y el mejor, el santo y el delincuente, el que nos puede asustar que se acerque, el endemoniado y el no endemoniado. En particular, es hermano o hermana, quién, incluso desconocido, está en el mismo banco de la Iglesia, así como cualquiera que nos encontramos por la calle. Sentirle como hermano o hermana, es llevarle de una manera muy especial en nuestro corazón, es una revolución de la ternura.

Esta verdad queda iluminada con el testimonio de Cristo. Además, siendo la regla de vida del cristiano actuar como Cristo actuó, resulta lógico considerar ahora un ejemplo de esto. Veré, pues, acto seguido, como el Señor actuó con el endemoniado de Gerasa (Mc. 5, 1-20).

La manera de ser del endemoniado de Gerasa era diferente, ciertamente repugnante, nada agradable, causaba espanto. Vivía entre los sepulcros, había roto los grilletes y las cadenas con que lo habían atado, nadie podía dominarlo, gritaba y se hería con piedras. En fin, algo espantoso.

Sin embargo, ante el endemoniado, Jesucristo no huye. Cristo, lo respeta, reconoce su dignidad humana, lo ve como muy valioso, le es caro, lo ve como hermano. Lo quiere, lo abraza en su corazón, lo mira con amor. Se le hace próximo, le da su mano de amigo. Lo acoge como acogió a la pecadora, al leproso, al publicano, al buen ladrón, etc. Lo acoge y lo ama. Lo trata con amabilidad y delicadeza. Le hace el bien, le libra del mal. Habiéndolo abrazado en su corazón, le expulsa los demonios.

Lo que ha movido al Señor es la lógica de la gratuidad, la lógica del amor, de la misericordia. Se compadeció y lo curó. No le movió una lógica pragmática, económica o política, del éxito. Sabía que expulsarle los demonios y permitir que éstos penetraran en los cerdos y que éstos se precipitasen en el abismo, con la consiguiente pérdida económica para los porqueros, sólo se volvería contra Cristo, causándole sólo perjuicios. Cristo sería mal visto, pasionalmente. Perdería, por así decirlo, los votos de apoyo del pueblo, le empujarían a irse, lo expulsarían, lo echarían. Sin embargo, el amor de Cristo a un  hermano, pudo más que los perjuicios personales.

A todos tenemos que reconocer como hermanos, y, por consiguiente, amarlos. Esto puede costar, pero esto es ser cristianos. Dijo el Señor que los cristianos serán reconocidos porque aman.

A este reconocernos hermanos, a esta revolución del amor nos invita el Santo Padre Francisco. Precisamente la intención del Papa para este mes de enero de 2022, confiada a la Red Mundial de Oración del Papa, Apostolado de la Oración, es la siguiente: educar para la fraternidad.