El ambiente enseña, no determina

No fue el ambiente fui yo quien lo permitió

(C) Pexels - Pixabay
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La última tuerca quedó ajustada. Tomó distancia, pero esta vez sin la tensión propia de una actividad, para contemplar su obra terminada. No era una obra de arte esperada ni protagónica para una galería, era solo un mueble solicitado con antelación. Sin embargo, lo contemplaba con fruición. Su gozo era sincero. El tiempo marchaba sin pausa, aunque junto a él, su transcurrir era silente. El asombro y el ensimismamiento tienen ese efecto.

Aquel hombre, que pintaba canas, no recordaba cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que cumplió con entregar un trabajo encomendado. La fecha le sabía a lejana. Los recuerdos se agolpaban en su memoria. Hasta que uno, que detuvo la avalancha, llamó su atención. Con la ilusión de la juventud, con esfuerzo y con no poco dinero – la imagen que tenía era vívida – emprendió una ebanistería. Los primeros encargos fueron sencillos en su confección como en el plazo de entrega. Los últimos, sin embargo, no les entregó a tiempo. Finalmente, vino el gran pedido: unos muebles para un importante evento con fecha exacta de entrega, pero holgada de tiempo — habría que apuntar—. Transcurrido el periodo de espera, el evento sin los muebles se deslució y el momento de bochorno del responsable fue el comentario de la semana en plaza, bares y bodegas.  De allí en más, el emprendimiento comenzó a empalidecer hasta terminar exangue. ¿Cómo llegó a esa situación? El trago y el juego, vespertinos y consuetudinarios, le pasaron factura, no por la abundancia sino por el tiempo que le sustraían para emplearlo en quehaceres más productivos. Podía estar conversando con los amigos alrededor de una mesa y de unas copas. Relatos, proyectos, sueños, emociones, contrariedades, etc., se entrecruzan y alimentan mutuamente. Es un momento intenso y mágico: las palabras cobran vida, se convierten en experiencias y ellos en protagonistas, hasta el último salud.


Al despertar, al filo de la mañana, la sórdida realidad se instala: ni sueños, ni proyectos existen. Una tarde más y larga se avecina. Intenta avanzar lo pendiente pero los efectos de la mala noche, la decepción y la apatía en germen, entorpecen el avance en el querer y el poder. Las estrellas iluminan el cielo… y el camino hacia el bar, donde el paroxismo de la palabra y la emoción construyen objetivaciones. Esta vez —contra su habitual conducta— permaneció en silencio atendiendo a sus pensamientos. Al cabo de un rato dijo, quiero hablar — sus amigos de inmediato enmudecieron —. “Para mí estos momentos son entrañables, las discusiones, las bromas, los sueños, el desfile de copas, etc., Desde años atrás, estos días, en este lugar y con ustedes, han sido lo más importante en mi vida. Esperaba con ansias las tardes. Con el correr de los días, las tardes se extendieron a noches y luego a madrugadas. La vida real comenzó a desvanecerse tanto como crecían los remordimientos y la desazón. ¿Por qué y en que momento dejé que las obras cedieran ante la profusión de las palabras? Una cosa es cierta, no fue el ambiente fui yo quien lo permitió. Gracias a mi querer libre estoy aquí; gracias a mi libertad debo salir para ir tras una vida que trasciende y deje huella.