El celibato sacerdotal

El sacerdote, como todos los fieles, tiene la continua necesidad de ser evangelizado

En una reciente entrevista con Infobae (11 de marzo), de la que se han hecho eco muchos medios de comunicación, el papa Francisco aseguró que “revisar el celibato sacerdotal no aumentaría las vocaciones”. No faltaron los que hicieron hincapié en otra afirmación de Francisco, que recordaba que el celibato no es dogma de fe, sino una medida de disciplina eclesial revisable.

Cuantos conocen el pensamiento y la trayectoria del Papa saben bien que dice lo que dice, y no lo que unas palabras descontextualizadas parecieran querer decir.

El Papa considera que el celibato es un don que, como recordaba Juan Pablo II, “no todos entienden…, sino sólo aquéllos a quienes se les ha concedido (Mt 19, 11)” (Ex. Ap. Pastores dabo vobis); pero “sin amigos y sin oración el celibato puede convertirse en un peso insoportable y en un anti-testimonio de la hermosura misma del sacerdocio” (ibidem). De un modo u otro, durante su pontificado, Francisco ha insistido una vez y otra en el mismo mensaje, que es la necesidad de poner el foco en la evangelización, y no en los llamados problemas sistémicos y estructurales, pues la solución pasa por un proceso de conversión interior.

“Precisamente porque evangeliza y para poder evangelizar, el sacerdote, como la Iglesia, debe crecer en la conciencia de su permanente necesidad de ser evangelizado” (n. 26).

En definitiva, ante los argumentos esgrimidos a favor de hacer opcional el celibato, el papa Francisco ha mantenido la misma postura que sus antecesores, a los que ha citado frecuentemente. En especial, a Pablo VI (Encíclica Sacerdotalis caelibatus, 1967) y a Juan Pablo II (Ex. Ap. Pastores dabo vobis, 1992). La presión de los partidarios de suprimir esta condición para ser ordenado presbítero en el rito latino se basa en razones de carácter sociológico, no teológico.


La necesidad de evangelizar y de ser evangelizado es un verdadero programa de catequesis, cuya urgencia se hace notar hoy más que nunca. Inmersos, como estamos, en una cultura a la deriva, en la que continuamente bombardea a los ciudadanos con mensajes ideologizados y reclamos sensuales, todos, sin excepción, pastores incluidos, dependemos de la fortaleza de los demás, de su acompañamiento, de su ejemplo y aliento para profundizar en el mensaje de Cristo y de su Iglesia. Es, de hecho, una responsabilidad que el Directorio para la catequesis atribuye a los obispos:

“También prestarán la debida atención a la formación catequística de los sacerdotes, especialmente aprovechando los momentos de formación permanente. Esta atención tiene por objeto promover la necesaria actualización catequético-pastoral que favorece en los sacerdotes una mayor y más directa implicación en la acción catequística, lo cual les ayuda a sentirse implicados en la tarea formativa de los catequistas” (n. 153).

Los que formamos parte del proyecto #BeCaT  tenemos la firme convicción de que el modo más práctico de afrontar muchos problemas actuales consiste en superar la ignorancia con buena formación. La renovación de la catequesis, de la que mucho se habla, requiere renovar también el corazón y los métodos. Hay que cambiar el enfoque y comenzar por aplicarnos el cuento nosotros mismos.

La proximidad del Jueves Santo, en el que conmemoramos la institución del sacerdocio y rezamos por los sacerdotes, puede ser buena ocasión para pedir a Dios que nos dé luces para conseguir esa ansiada renovación.