El trabajo bien hecho
Un camino hacia la verdad, la bondad, la belleza y la unidad

El esfuerzo que reclama el trabajo no es solo debido al costo que supone incorporar la inteligencia (pensar) y la voluntad (querer) sino también, a la resistencia que presenta la materia para dejarse dominar, formar o precisar. El trabajador, al maniobrar sobre una materia, no queda igual: adquiere experiencia, conocimientos, constancia, laboriosidad, creatividad… notas que, a su vez, influyen en la confección de la siguiente tarea.
Todo trabajo es una acción humana que consiste en producir algo, es decir, proporcionar al ser una cierta perfección que antes no tenía. El hecho que la existencia y esencia de un trabajo depende de la persona implica que: a) que no hay trabajos más importantes que otros, su valía depende de cómo se realicen; b) tampoco hay dos iguales en tanto que los agentes son personas singulares y desde esa índole, rubrican su trabajo; y, c) al trabajo bien hecho, se le puede atribuir las propiedades trascendentales de todo ser: verdad, bondad, unidad y belleza.
Verdad: Cuando en la realización de un trabajo se despliegan al máximo las facultades, las aptitudes y las virtudes aquel se manifiesta como más verdadero. Por el contrario, un trabajo es falso cuando es mediocre, se hace a la criolla: la persona participa a medias. Cuando hay verdad en su trabajo, el autor gana en autoridad, pues el reconocimiento alcanzado con su desempeño inspira a sus colegas y los lleva a abordar asuntos no directamente laborales.
La bondad de un trabajo se valora en proporción al cumplimiento de su propósito o fin: satisfacer moral y técnicamente las necesidades de sus destinarios. De manera que ese bien o servicio ofrecido intencionalmente aporta al bienestar y crecimiento de los destinatarios. Un producto confeccionado en beneficio exclusivamente del propio yo o mal elaborado afectará en algún tramo la cadena ‘laboral’ perjudicando a terceros.
La belleza, la manifiesta el trabajo cuando combina con armonía el producto con la atención a los detalles que lo acompañan, complementan y lo completan: la presentación, la puntualidad, el orden, la cordialidad, el buen trato, la calidad, entre otros muchos más. En suma, el cuidado intencional de las pinceladas añade valor al producto y trasluce interés y respeto genuinos hacia las personas a quienes se dirige. Un trabajo testifica belleza cuando el autor ha sido capaz de conseguir en su obra el apogeo de lo inteligible, esto es, que se pueda entender, que sea simple en su comprensión, que sirva efectivamente; y, cuanta más participación de su persona haya puesto en su producción.
La Unidad se advierte cuando no existe división entre el trabajo y su autor. Cuanto más fiel sea con relación a sí mismo y a la misión que le compete desempeñar, a través de su trabajo, en la sociedad, la intención y la factura puestos en aquel, tendrán el mismo comportamiento coherente, independientemente del lugar donde se esté o de a quien se dirija la obra.
La unidad en el trabajo es la propiedad que mira directamente a la justicia al dar a cada uno lo que le es debido. El destinario tiene unas expectativas y unos compromisos que honrar derivados de la obra que espera. Un trabajo se hace corrupto cuando aquellos no se cumplen por detenerse en lo que agrada, mientras que el deber no se termina o se entrega a destiempo; para recibir lo que le es debido se tiene que recurrir a recomendaciones, a lisonjas, a suplicas y, al extremo, ofrecer dádivas que corresponden.
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