El trabajo y la familia: hacia una síntesis

Ambos se complementan, para nada se obstaculizan

(C) Pexels
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La profesión es el medio a través del cual se pone en juego la inteligencia, las aptitudes natas y las adquiridas con los estudios y en la vida. El trabajo profesional, en tanto posición estructurada dentro de una organización, no simplemente pone en juego las capacidades; presenta retos que las configuran (nuevas) o las reconfiguran, en la medida en que se involucre y participe con seriedad y eficiencia en su trabajo. Pero no solamente quien labora se hace mejor profesional, sino que simultáneamente mejora su quehacer, que mejorado hará lo propio con su autor y así sucesivamente. Por este camino se llega a la realización profesional y a la recolección de sus frutos: reconocimiento, mayores ingresos económicos, estatus, prestigio, pero sirviendo a los demás.

El quehacer profesional fatiga, es cierto, pero ¡vaya que tiene sus compensaciones y no pocas gratificaciones! Precisamente por sus virtualidades personales y sociales, la profesión ejerce tal atractivo y sortilegio que puede surgir el riesgo de que su perfección -sumada a la dedicación en tiempo en ese empeño- sea lograda a expensas de la plenitud personal, es decir, que el trabajo termine eclipsando a la persona.

El trabajo profesional, para el que uno se prepara estudiando más de un lustro y luego dedica no pocas horas al día, constituye una porción significativa en el crecimiento de una persona. Sin embargo, el proyecto de vida no se agota exclusivamente en la esfera laboral. Conjuntamente con ella, otras dimensiones solicitan de la persona atención diligente: la familia, las relaciones sociales, la cultura, el ámbito de las creencias religiosas, el esparcimiento, los deberes de ciudadanos, los amigos, las acciones de solidaridad… para lograr la plenitud de su realización. Una persona debe poder -está capacitado para ello- atender con equidad, prudencia y proporcionalidad dichos ámbitos.


La familia, al igual que la profesión, exige presencia y continuidad, a la par que compromiso y lealtad; ambas reclaman lo mejor de la persona a tal punto que puede dar la sensación de que cada una jala para su lado generando una suerte de conflicto cuya extrema solución es el privilegiar la atención en un ámbito en perjuicio del otro. La naturaleza de las cosas no se contradice. Una persona puede con soltura y eficiencia llevar intensa y simultáneamente tanto el trabajo como la familia. La condición es dar a cada ámbito lo suyo, sin confundir roles ni funciones, jerarquizando los deberes y sin dejarse seducir por las compensaciones y gratificaciones del trabajo profesional.

El trabajo ayuda al sostenimiento y desarrollo de la familia. Por su parte, en la familia el hombre es acogido y querido en lo que tiene de singular e irrepetible; en el amor y cariño por sus miembros, encuentra motivos valederos para encarar el trabajo con ilusión, empeño y calidad. Ambos se complementan, para nada se obstaculizan. Miradas las cosas desde una perspectiva integral de la persona, inserta en una sociedad extremadamente competitiva e individualista, pensar en la familia como proyecto de vida, sin duda, es también parte fundamental de una acertada elección profesional.

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