En el desarrollo humano: el orden de los factores altera el producto

El desarrollo humano se gobierna por una relación entre el ser, el tener y el hacer

©Pexels
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Pocas veces tenemos tiempo para reflexionar sobre nosotros mismos. Siempre vamos muy ocupados con los temas que traemos en el día a día, y como consecuencia, nunca paramos para pensar qué nos está ocurriendo a nosotros mismos.

No llegamos a percibir que en el día a día, todas nuestras actividades -y cada una de ellas en      particular-, nos impactan en nuestro modo de ser. De un lado, estas actividades son una fuente de conocimiento: en ocasiones grande, aunque muchas veces también muy pequeño; generan o no competencias profesionales: estratégicas, ejecutivas o de liderazgo; impactan también en nuestra sensibilidad -que no es una competencia ni un conocimiento-, es sencillamente, la reacción que tienen nuestras facultades sensibles ante un estímulo externo, real o imaginario.  En pocas palabras, cualquier actividad propia impacta directamente en nosotros mismos, y en consecuencia, nos determina de un modo o de otro; y esto, aunque no seamos conscientes del proceso.

De allí que al final, lo que cada uno es al día de hoy esté muy relacionado con las actividades que uno ha hecho hasta el momento presente, y más, con aquellas que han sido las más recientes. Se entiende -claro-, que quedan fuera de este análisis las intervenciones divinas en la persona humana. Estas intervenciones pueden modificar el ser de una persona en cualquier momento -al margen de toda su historia-, porque sencillamente el ser es una cualidad de dominio exclusivo de la divinidad.  Y El puede modificarla en sus criaturas en cualquier momento.

En consecuencia, al margen de esas situaciones particulares, el desarrollo humano se gobierna por una relación entre el ser, el tener y el hacer. Ahora bien, en el mundo empresarial, esta relación suele seguir el arreglo que recoge la figura 1.

Figura 1

Lo que mueve a muchos directivos es el tener. Es decir, soy un abogado que cada día atiende (hace) muchas consultas, porque quiero tener mucho dinero [prestigio, poder, viajes, privilegios]. Pero este modo de actuar tiene unas consecuencias que solo van a percibirse después de un tiempo. La casilla del ser se modifica -y muchas veces, seriamente-, cada vez que uno ha pasado por la casilla del hacer; es decir, todo hacer tiene un impacto en el propio ser.

Sin embargo, al hacer, uno no suele ser consciente de que esas acciones -según como ellas sean-, alteran el modo de ser. Y así podemos terminar siendo un abogado calculador, malgeniado, con pocos amigos, sin personas que lo quieran; o desconfiado, fácilmente irritable, incapaz de sonreír, o de pensar bien de alguien.

Por eso, en ocasiones, cuando uno se encuentra con un amigo al que no veía hace mucho tiempo, uno tiene la impresión de conversar con alguien distinto al que había conocido: ya no tiene la sonrisa que tenía antes; ya no es tan confiado como lo era; o ha perdido amabilidad que tenía; o se ha rigidizado.


Para evitar este tipo de situaciones, conviene saber que la relación correcta entre estas casillas que caracterizan el desarrollo humano es la que muestra la figura 2.

   Figura 2

 

El hacer de la persona humana debe dirigirse a tener los medios que se requieren para ser lo que se desea ser (o lo que está llamado a ser, como lo diría un filósofo personalista). Por lo tanto, lo primero que hay que definir es ¿qué quiero ser, o mejor cómo quiero ser? ¿Quiero ser un buen amigo, un buen padre de familia, un buen profesional?

De allí, tendré que considerar qué debo tener para ser así: como quiero ser. ¿Necesito tener una carrera profesional, una casa, un conocimiento actualizado de mi materia, tener capacidad de sacrificio, capacidad para someterme a un plan personal, tener una buena salud?

Y finalmente, definir qué actividades debo hacer para poder tener lo que necesito para ser lo que quiero ser: estudiar tres horas cada día, seguir una rutina semanal en el gimnasio, nadar dos veces por semana, escribir los informes que me pidan, repasar el idioma que requiero hablar, tomar clases de improvisación, dedicar cada día 15 minutos a rezar, etc.

Como vemos, a fin de cuentas, no es tan difícil proponerse ser lo que uno quiera ser. Y más bien, con qué facilidad, por error en el orden de los factores en nuestro gobierno personal, alteramos nuestro modo de ser. Para no equivocarnos, conviene recordar que la auténtica libertad consiste en la posibilidad que tenemos de ser lo que deseamos ser.