Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido: Comentario del P. Miró

IV Domingo de Cuaresma

Hermano revivido P. Miró
Regreso del hijo pródigo © Michel-Martin Drölling, 1806

El padre Jorge Miró comparte con los lectores de Exaudi su comentario sobre el Evangelio de hoy, 27 de marzo de 2022, titulado “Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”.

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Hoy celebramos el Domingo llamado de laetare, de la alegría, porque cantamos en la antífona de entrada: Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos (cf. Is 66, 10).

¿Cuál es la causa de tanta alegría? La Palabra nos ha dado la respuesta: San Pablo nos ha dicho que lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. Que Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.

Esta es la causa de nuestra alegría: Que Dios te ama gratuitamente, que Dios es fiel y cumple sus promesas. Dios, en su amor infinito, nos ofrece la salvación gratuitamente: Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo.

Dios nos invita a salir de la esclavitud del pecado y reconstruir nuestra historia desde su misericordia. Dios regala sin límites su amor. Dios te ama, ¡y no dejará de amarte nunca! Ha enviado a su Hijo no para condenar, sino para salvar.

Y esto nos la ha contado muy hermosamente en el conocido Evangelio del hijo pródigo.

Esta parábola quiere mostrarnos el hilo conductor de la fe cristiana, la entraña del cristianismo: Dios te ama con un amor gratuito, es decir, que no te lo tienes que ganar. Te ama tal y como eres.

Te ha creado por amor y para que vivas con Él una historia de amor y una vida de intimidad personal: eres su hijo amado. Esta es tu identidad más profunda.

Y un amor tan grande, que es eterno: Dios te invita a vivir con Él para siempre, para toda la eternidad. No hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor de Dios, ni siquiera la muerte (cf. Rom 8, 38).


Tú, como el hijo pródigo, puedes dudar del amor del Padre y marcharte de su casa para hacer tu vida, según tus proyectos, tus criterios, tus planes y tus deseos: en eso consiste el pecado.

Tú puedes dejar de amar a Dios, pero Dios no dejará de amarte nunca.

Y el pecado, cuando nos empeñamos en vivir lejos del Padre, termina llevándonos a la tristeza y a mendigar la vida a los ídolos. Y así, como no pueden darnos la vida, terminamos en la insatisfacción, en el vacío: pasando “hambre”.

Y el eco del amor de Dios que el Espíritu Santo hace resonar en tu corazón, te invita a volver al Padre: en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Eso es la conversión: que dejes de vivir según tus criterios, para vivir en la voluntad del Padre, que dejes de pretender ser el dios de tu vida para vivir como hijo de Dios, que te dejes abrazar por el Padre.

Y cuando uno vuelve, el Padre siempre perdona, acoge, festeja. Cuando el Espíritu Santo te concede ver tus pecados, no te lleva a la tristeza o a la desesperación (eso viene del Maligno). El Espíritu Santo te regala la compunción, que es el dolor transfigurado por la misericordia de Dios.

La consecuencia del perdón del Padre se simboliza en el anillo, que es signo de comunión, y en las sandalias, que es el calzado del hombre libre, en la alegría de la fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida.

Otra consecuencia de haber acogido el perdón de Dios es que tu corazón justiciero para con el hermano es transformado en un corazón lleno de misericordia. Que vive en la verdad, pero en la caridad. Que no busca la “muerte” del pecador, sino que se convierta y viva. Que no humilla, sino que acoge. Que no murmura, sino que agradece. Que no juzga, sino que bendice…

Porque como es de Cristo es una criatura nueva… que como ha gustado y visto qué bueno es el Señor… tiene su alabanza en su boca.

¡Ánimo! ¡No tengas miedo! Por muchos que sean tus pecados, por lejos que estés, Dios te espera. ¡Déjate amar por Él! Contempla su rostro… y quedarás radiante.