Festividad de la Visitación de la Virgen

Repetir el eco del ‘Magnificat’

Visitación Virgen 2021
Visitación de la Virgen a su prima Isabel © Cathopic. Fiore Bagatello

El sacerdote D. José Antonio Senovilla ofrece este artículo sobre la fiesta de la Visitación de la Virgen, celebrada hoy, 31 de mayo.

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¿Por qué la visita de una joven a una pariente suya, en una aldea minúscula, reviste tanta importancia para los cristianos, hasta tal punto de que es uno de los misterios más señalados de la vida de Jesús, que consideramos cada día en el Rosario?

Porque en ese encuentro estaba Dios presente de un modo muy especial y además se nos regala aquí la canción de agradecimiento y alabanza más pura, más alegre y más profunda que pronunció jamás criatura alguna. El Magnificat ha servido de inspiración para algunas de las obras más señaladas de la historia de la música y del arte en general.

El encuentro tuvo lugar en uno de los pueblecitos más bellos de Palestina. Cuando se visita Tierra Santa, impresiona la belleza y la frescura del paisaje de Ain-Karem, el lugar donde vivían Zacarías e Isabel, distante solo unos pocos kilómetros de Jerusalén.

Hablamos de dos ancianos que, con el paso de los años, aprendieron a quererse cada día más, a respetarse cada día más, a sorprenderse cada día más. Ese amor suyo puro, limpio, profundo, siempre joven, era manifestación del amor de Dios. Porque su fe en Dios era muy grande. Dios, a quien siempre habían querido servir de todo corazón, les había pedido un gran sacrificio: Isabel era estéril y además ya mayor, de modo que todo hacía indicar que morirían sin ver el fruto de su amor. ¡Cuántas veces habían pedido a Dios el milagro, y parecía que Dios no quería escucharlos, que sus planes para con ellos eran distintos! Para una mujer de Israel no tener descendencia era signo de castigo, de castigo por algún pecado. Y por mucho que Zacarías demostrara a su mujer su cariño y su ternura, ella sufría por no haberle dado un hijo…

Pero los planes de Dios eran distintos. Isabel, como su marido Zacarías, estaban muy llenos de Dios. Y el hijo que Dios iba a enviarles sería el Precursor del mismo Mesías, el que preparó el camino y señaló al Salvador, el que pudo ver al bautizar a Jesús los cielos abiertos y escuchar la voz del Padre: “Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido (Mateo 3, 17)”.

La escena que contemplamos en el misterio de la Visitación es conmovedora: un encuentro familiar muy especial. María llega para ayudar a su prima anciana acogiendo con prontitud la insinuación del ángel en la Anunciación. Y ahora, a las puertas de la casa de Isabel y Zacarías, todos están llenos del Espíritu Santo. Jesús, en el seno de su Madre; la propia María, llena de gracia; Juan, en el seno de Isabel: lleno del Espíritu saltó de gozo; y por último, Isabel y Zacarías; y José, quien seguramente acompañó a María en su largo y peligroso viaje desde Nazareth. Todos llenos del Espíritu Santo, cada uno cumpliendo la voluntad de Dios. ¡Qué gran ejemplo de fidelidad para todos nosotros!

Allí los corazones de todos estaban abiertos. La alegría de los ancianos al ver a su pariente María, a la que ya sabían madre del Mesías, era inmensa: hay que imaginárselo. El clima de agradecimiento a Dios y a todos, pleno. Y, de pronto, María, esa criatura llena de discreción y humildad, comenzó a cantar sus alabanzas a Dios. Es un grandioso tesoro el que se nos regala: el desbordar de gozo de un Corazón como el de María.

Lo recoge san Lucas en el capítulo primero de su Evangelio: así se lo contó la Virgen:

[46] María exclamó:

—Proclama mi alma las grandezas del Señor,

[47] y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador:

[48] porque ha puesto los ojos

en la humildad de su esclava;

por eso desde ahora me llamarán bienaventurada

todas las generaciones.

[49] Porque ha hecho en mí cosas grandes


el Todopoderoso,

cuyo nombre es Santo;

[50] su misericordia se derrama de generación

en generación

sobre los que le temen.

[51] Manifestó el poder de su brazo,

dispersó a los soberbios de corazón.

[52] Derribó de su trono a los poderosos

y ensalzó a los humildes.

[53] Colmó de bienes a los hambrientos

y a los ricos los despidió vacíos.

[54] Protegió a Israel su siervo,

recordando su misericordia,

[55] como había prometido a nuestros padres,

Abrahán y su descendencia para siempre.

¡Así de grande y de bueno es Dios, que colma de gracia y de justicia este mundo tantas veces cruel e injusto! ¡Así de bueno es Dios nuestro Padre que hace también en nosotros maravillas! Y cuanto más pequeños nos veamos nosotros, más grande aparecerá Él, nuestro Creador y Redentor, el único verdadero Salvador.

Este canto es tan bello, que la Liturgia de las horas nos invita a rezarlo cada día al caer la tarde. ¡Cuánto bien hace a nuestra alma hacer nuestras las palabras bellísimas de la Virgen! Si las meditamos con calma siempre nos dirán algo nuevo. Porque, además, nosotros estábamos allí presentes. Nosotros somos esas generaciones que reconocen a la Virgen María como bendita entre todas las mujeres. Ella habló entonces a Dios de nosotros, como sigue haciendo ahora en el Cielo: le dice cosas buenas de nosotros. Y nosotros le respondemos venerándola como la bendita de Dios, nuestra Madre, María: “Bendita tú eres, entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús” (Oración del Avemaría).

Renovamos el propósito de repetir este eco del Magnificat cuantas más veces mejor, cada día. La Virgen nos sonreirá desde el Cielo. Y otra cosa: si confiamos en Dios, Él no nos fallará: es fiel y cumple siempre sus promesas.