17 mayo, 2025

Síguenos en

Horizontes de la misión con el nuevo Papa León XIV

Un liderazgo renovador que apuesta por la justicia social y la esperanza para los más necesitados

Horizontes de la misión con el nuevo Papa León XIV

La providencia de Dios ha querido que, durante mi misión en Perú unido a mi trabajo como profesor e investigador universitario, tuviera el regalo y la alegría de conocer al Papa León XIV, pude entrevistarme con él, tener cierto contacto, colaborar impartiendo formación en su Diócesis de Chiclayo….

La experiencia que me transmitió, ahora acrecentada con su elección y primeros pasos como Sucesor de Pedro, es la de una persona hondamente creyente, de fe y amor a  Dios revelada en Cristo, a la iglesia, a los pueblos, a los pobres, las víctimas y excluidos; con una forma de ser sencilla, humilde, acogedora que escucha, dialoga y sale al encuentro

En continuidad con sus predecesores como Francisco y la guía del Vaticano II, fiel a la Tradición y magisterio de la iglesia con esa referencia especial al amado San Agustín, creo que León XIV nos irá mostrando la Gracia del amor de Dios, del Padre y del Hijo Jesucristo con su Espíritu. Una vida teologal de fe, esperanza y amor-caridad para ser santos que anuncia, celebra y testimonia el Evangelio (buena noticia) de Jesús, el Reino de Dios y su justicia, su vida y salvación liberadora e integral.

Esa proclamación y ser testigos de la verdad, del keygma, de esta revelación del Dios Trinitario manifestado en Cristo, de su plan para la historia de la salvación, de su proyecto del Reino con sus valores, sus principios, la ley natural, moral, espiritual, etc. La fe y verdad de Dios en Jesucristo que, con la misión evangelizadora, se anuncia por la Palabra, por la Tradición y magisterio de la iglesia (profecía), que la celebra en los sacramentos (liturgia) y la sirve (diakonía) mediante la caridad fraterna, la paz, la justicia con los pobres de la tierra y la ecología integral.

La fe e iglesia está al servicio de toda esta misión profética, litúrgica y diakonal con esa constitutiva sinodalidad. Esto es, el pueblo de Dios, iglesia-sacramento de comunión, que camina junto en la historia con la participación, corresponsabilidad y protagonismo de todos los fieles bautizados en dicha acción misionera, según la diversidad de carismas y ministerios. Es el santo pueblo fiel de Dios, con esa vocación universal de todos a la santidad, que vive esta conversión misionera y pastoral, como iglesia pobre con los pobres y en salida hacia las periferias.

La santidad se realiza, pues, en la caridad-amor con la misericordia compasiva ante el sufrimiento e injusticia que padecen los otros y se encarna, se abaja, viviendo en la humildad, sacrificio y pobreza espiritual (evangélica). Es decir,  comparte la fe, la vida, los bienes y la acción por la justicia con los pobres como sujetos de su promoción, que nos va liberando integralmente del pecado, del egoísmo y sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia.

Y es que el amor a Dios y a los otros, a toda la humanidad en la opción preferencial con los pobres, son inseparables y promueve el bien común más universal, la vida y dignidad de toda persona; con esa protección y defensa de las víctimas, de los pobres y excluidos, el cuidado de esa casa común que es nuestro planeta tierra, el desarrollo humano integral. En la fe y misión, no se deben separar ni oponer sesgada e ideológicamente: oración-contemplación y lucha (acción) social no violenta por la justicia con los pobres, eucaristía y compromiso moral por el bien común; escatología (vida eterna) y mística política con un desarrollo humano liberador e integral, verdad (ortodoxia) y responsabilidad ética (ortoptraxis) por defender la dignidad de toda persona, de los pueblos y de las víctimas.

En este sentido, ese tesoro desconocido u ocultado, hasta incluso manipulado, que es la doctrina social de la iglesia (DSI), inaugurada como tal por León XIII, se conforma como una dimensión constitutiva de la misión, de la antropología y la moral. La DSI no solo se queda en la teoría o enseñanza, además de difundirla, hay que ponerla en práctica con credibilidad. La DSI nos ha de llevar a la coherencia entre fe, caridad-amor y compromiso por esta defensa de la vida digna, de la familia, de la paz, la civilización del amor y justicia con los pobres.

Efectivamente, la DSI concreta y encarna esta Gracia del amor de Dios, unida siempre al amor-caridad con cada ser humano, a su vez, inseparable de la promoción de la justicia social e internacional que responde al grito de los pobres, de los derechos humanos, del desarrollo humano y ecología integral, acogiendo el clamor de la hermana tierra. La DSI despliega el constitutivo carácter público (civil) de la fe y del amor, la esencial caridad política a la que estamos todos llamados, para impulsar toda esta civilización del amor, la globalización de la fraternidad, de la solidaridad y la paz justa.

Especialmente los laicos, como pueblo de Dios y base bautismal de la iglesia, tienen como guía esta DSI en su vocación y misión específica. Por este mismo compromiso bautismal, El laicado tiene como identidad propia e ideal de santidad: llevar a la práctica más directamente esta caridad política; para transformar así, de forma más inmediata, el mundo con sus realidades y, por tanto, que se vayan ajustado al Reino de Dios.

La realidad de la vida social, pública y política que asiente una democracia real sobre estos valores y principios  irrenunciables e innegociables, como nos enseña la propia DSI. Los valores-principios de la vida con la ecología humana junto a su bioética global, que hay que proteger desde su nacimiento con la fecundación-concepción hasta la muerte natural (como nos enseña la ciencia), y de la familia; ese amor fiel y fecundo del hombre con la mujer que se abre a la vida, a los hijos, a la fraternidad solidaria y al compromiso por la justicia con los pobres. La familia es iglesia doméstica y realidad laical, familia orante, que celebra la fe, educada y formada en la fe, misionera, evangelizadora. Familia pobre con los pobres, solidaria y militante que ejerce la sustancial caridad política, impulsando la justicia con las familias y poblaciones más empobrecidas, descartadas y excluidas.

En este línea, el principio-valor de la libertad de las familias y de toda persona para elegir su credo e ideario educativo, cultura, religioso… que respete la ley natural, moral y espiritual regalada por Dios. Y el principio-valor del bien común en todas sus formas, tan propio de la DSI (con su ecología social), guía para la política en su finalidad de fomentar las condiciones sociales y de todo tipo, que favorezcan el desarrollo humano integral.

Un estado social de derecho-s que asegure sus pilares con otros principios claves: el trabajo decente con condiciones dignas y sus derechos como es un salario junto, por encima del capital, del beneficio, de la ganancia; el destino universal de los bienes, el valor para guiar a una economía al servicio de las necesidades y capacidades de toda persona, que tiene la prioridad sobre la propiedad, con la obligación moral de una fiscalidad justa. Asimismo, asegurando con todo ello, las políticas-derechos sociales como son la universalidad y calidad de la educación, de la cultura, de la sanidad (salud integral) con sus medicinas o tratamientos farmacéuticos, la vivienda, los equipamientos e infraestructuras.

Unas políticas mundiales que hagan posible ese “nunca más la guerra”, como nos enseña la fe junto a la DSI, con un desarme mundial e inversión del gasto militar-armamentístico en lucha contra la pobreza, contra el hambre y por el desarrollo humano, sostenible y ecológico.

Para concluir, como afirma León XIV, ciertamente hay “ambientes en los que no es fácil testimoniar y anunciar el Evangelio y donde se ridiculiza a quien cree, se le obstaculiza y desprecia, o, a lo sumo, se le soporta y compadece. Y, sin embargo, precisamente por esto, son lugares en los que la misión es más urgente, porque la falta de fe lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas heridas más que acarrean no poco sufrimiento a nuestra sociedad”.

Agustín Ortega

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, España. Agente de Desarrollo Local (ADL), Animación Sociocultural y Habilidades Sociales. trabajador social, experto en Intervención Social Integral y doctor en la rama de Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología, Formación del profesorado, ULPGC). Ha cursado asimismo los estudios de licenciatura y posgrado-máster en Filosofía (Magister Universitario Cum Laude, IVCH) y Teología (ISTIC), Experto Universitario en Moral (Ética Filosófica y Teológica) y Derecho (UNED), doctor en Humanidades y Teología (Cum Laude, UM). Profesor e investigador en diversas universidades e instituciones académicas latinoamericanas, pontificias, católicas y seminarios mayores diocesanos. Investigador asociado de la Universidad Anáhuac (México). Es miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía. Autor de numerosas publicaciones, artículos y libros.