Jesús se acerca, toma el pan y se lo da

Domingo 3º de Pascua

© Cathopic

El domingo pasado la Palabra de Dios nos hablaba de que la fe es un misterio que nunca comprenderemos del todo, y veíamos que esa fe en Jesucristo tiene dos consecuencias inmediatas: la eclesialidad y su carácter misionero.

Hoy la Palabra de Dios insiste en ello. Y, además nos invita a la alegría y al discipulado, como frutos del encuentro personal con Jesucristo.

La alegría del cristiano no es un mero sentimiento. Es la alegría del encuentro con Jesucristo vivo y resucitado. Es la alegría que brota de la certeza de que Dios no deja de amarte nunca; de la experiencia de que el Señor Resucitado está contigo todos los días; la alegría que nace de la certeza de que no hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

La alegría cristiana es uno de los frutos del Espíritu Santo que Dios da a los que lo obedecen; muchas veces va unida al dolor, a la cruz; pero desemboca en la vida nueva que es la Pascua del Señor, que hace nuevas todas las cosas. Por eso, los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por Jesucristo.

Y entonces ve que no puede vivir más que en la gratitud y en la alabanza, porque, como hemos cantado en el Salmo: me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa…, cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. Porque digno es el Cordero degollado de recibir el poder…, el honor, la gloria y la alabanza.

Además, el que realmente se ha encontrado con el Señor no se conforma en quedarse siendo un curioso, un espectador o un erudito. El que, por el don del Espíritu Santo ha podido responder como Pedro: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero, escucha una llamada del Señor: Sígueme.

Este camino es el discipulado. ¿Por qué? Por pura gracia, por puro amor. La elección es gratuita.


No te preocupes por tus pobrezas. ¡Mira lo pobre que era Pedro después de haber negado a Jesús! Cuánto más pobre te veas y te reconozcas, ¡mejor! ¡Más le dejarás hacer al Señor! La autosuficiencia, la soberbia, la apariencia estorban a la acción de la gracia de Dios.

Y ¿cómo se sabe que vamos respondiendo a la llamada? Pues, si aceptas la llamada, la Palabra nos ha dado algunas pistas:

Extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Ya no pretenderás ser el dios de tu vida y de tu historia, sino que proclamarás a Jesús como Señor de tu vida, de toda tu vida. Ya no podrás “usar” a Dios para pretender que Él haga tu voluntad, sino que desearás poder vivir haciendo Su voluntad.

Sígueme: El Señor te invita a vivir una vida nueva, la vida que el Espíritu Santo está haciendo en ti, si le dejas hacer. Por eso has de dejar tus proyectos, especialmente tu proyecto de santidad y tu proyecto de comunidad.

Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. Te sentirás llamado y enviado para una misión; la que el Señor te encomiende, no la que a ti te guste.

Y los ancianos se postraron y adoraron. Pondrás a Jesucristo en el centro de tu vida. Vivirás en la alabanza, buscando Su gloria, porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!