Tres jueves hay en el año… y uno es el de la Ascensión
La Solemnidad de la Ascensión del Señor, celebrada cuarenta días después de la Resurrección, nos recuerda que Cristo sube al cielo para prepararnos un lugar y enviarnos en misión

«Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el de la Ascensión del Señor». Este antiguo refrán, todavía vivo en la memoria de muchos cristianos, nos remite a una de las fiestas más significativas del calendario litúrgico: la Solemnidad de la Ascensión del Señor, que la Iglesia celebra cuarenta días después del Domingo de Resurrección, en fidelidad al relato de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1, 3).
Aunque en muchos países esta solemnidad se ha trasladado al domingo siguiente para facilitar la participación de los fieles, su verdadero sentido permanece intacto: Jesucristo, después de resucitar, se eleva al cielo en cuerpo y alma, sentándose a la derecha del Padre, culminando así su presencia visible en la tierra. No es una despedida, sino el comienzo de una nueva forma de presencia.
Una fiesta de esperanza y misión
La Ascensión no es una huida ni una evasión del mundo, sino una promesa. Como señala el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 665-667), el Señor asciende al cielo como Cabeza de la Iglesia, abriéndonos el camino para que un día podamos estar con Él. Desde lo alto, Cristo intercede por nosotros y envía el Espíritu Santo, que transformará a los discípulos en testigos valientes del Evangelio hasta los confines del mundo (cf. Hch 1, 8).
Esta fiesta nos recuerda que la vida cristiana no se encierra en la nostalgia de la tierra, sino que se proyecta hacia el cielo. «Buscad los bienes de arriba, donde está Cristo», nos exhorta san Pablo (Col 3, 1). Vivir la Ascensión es vivir con los pies en la tierra pero el corazón en el cielo, sabiendo que nuestro destino final no es este mundo, sino la comunión eterna con Dios.
Una Iglesia en salida
Antes de ascender, Jesús pronuncia una promesa y un mandato: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo… y seréis mis testigos» (Hch 1, 8). La Ascensión inaugura el tiempo de la Iglesia, el tiempo de la evangelización, la caridad y la santidad cotidiana. Es el Señor quien envía, pero también es el Señor quien acompaña.
Como recuerda el Papa Francisco, «Jesús no nos ha abandonado: ha ascendido al cielo, pero no nos ha dejado solos. En efecto, gracias al don del Espíritu Santo, podemos sentirlo aún más cercano. Él está con nosotros, en medio de nosotros» (Ángelus, 24 de mayo de 2020).
Celebrar la Ascensión es, por tanto, renovar nuestra fe en Cristo glorioso y nuestra disponibilidad a ser instrumentos suyos en el mundo. Es una fiesta que nos impulsa a mirar al cielo sin dejar de trabajar en la tierra, llevando a todos el anuncio de la salvación.