Jueves Santo: El Jueves más grande de la historia de la humanidad

Corresponder al amor de Dios sobre nosotros

Jueves Santo historia humanidad
Jueves Santo, última cena © Cathopic. Gil Castro

El sacerdote Rafael Mosteyrín ofrece un artículo sobre la solemnidad del Jueves Santo, el Jueves más grande de la historia de la humanidad, inicio del Triduo Pascual en el que se rememora la institución de la Eucaristía.

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Hoy es Jueves Santo. Es, por tanto, el Jueves más grande de la historia de la humanidad. A lo largo del día tenemos la oportunidad de repetirle al Señor, por ejemplo, “Te adoro con devoción, Dios escondido”. Es una oportunidad para demostrarle nuestro agradecimiento, con obras que manifiesten que la Eucaristía es el centro de nuestra vida.

Nos dice el Evangelio: “Como amase a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13, 1). Jesús, tu vida en la tierra está llegando a su fin, y el corazón se te desborda de ternura. No se mide, no limita su amor, sino que nos amó hasta el fin. ¡Te das del todo en la Eucaristía! Ardientemente he deseado comer con vosotros esta Pascua (Lc 22, 15), nos dices con San Lucas. Ardientemente,  es un modo de decir que te morías de ganas de quedarte con nosotros para siempre, aunque escondido. Esperando una respuesta libre por nuestra parte. Con pasión deseabas que llegara ese momento para instituir la Eucaristía. Dios con nosotros hasta el final de los tiempos. Jesús, todo para estar cerca de alguien como yo. ¡Qué bueno eres Jesús! ¡Qué bueno! No me lo merezco.

Agradezcamos a Jesús que se haya querido quedar con nosotros. Continúa diciéndonos el Evangelio: “Se levantó de la cena, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó. Después echó agua en una jofaina y empezó a lavarles los pies a los discípulos” (Jn 13, 4). Jesús, al lavar los pies a los Apóstoles está grabando a fuego la clave de su paso por la tierra. Nos demuestra que, aunque sea Dios, es el primer servidor de los demás. No basta saberlo, hace falta ponerlo en práctica cada día. Y ahí estaban los pies de Judas, el traidor. ¡Qué cariño pondrías! Seguro que se esmeró especialmente con sus pies. Jesús, quiero ser como Tú, con un corazón grande, que sepa querer a todos, lavar los pies a todos, hasta los pies de los que me pisan. Quizá, en este Jueves Santo, Jesús quiere que pensemos a quién le podemos lavar los pies. Es decir, con quién podemos hacer las paces. Aunque pensemos que tengamos razón, a quién debo pedirle perdón.


Lavarnos para lavar. Para poder querer a los demás, agradecemos en primer lugar lo que nos quiere Jesús. Y le pedimos perdón a Él, con toda la frecuencia que veamos conveniente, a través del sacramento de la Confesión. El último milagro de Jesús es la curación de la oreja de Malco. Jesús corrige un arranque de violencia de Pedro, que no lleva a ninguna parte. Es capaz de soportar todo por Amor, desinteresadamente. No quiere venganzas, ni arreglos de cuentas. Después, con su amor a la Cruz, logra la conversión de Simón el Cirineo, y la del Buen ladrón.

¿Cómo corresponder al amor de Dios por nosotros? Quizá la respuesta que el Señor te pide esté en el siguiente texto, de san Josemaría Escrivá de Balaguer: “Quizá, a veces, nos hemos preguntado cómo podemos corresponder a tanto amor de Dios; quizá hemos deseado ver expuesto claramente un programa de vida cristiana, la solución es fácil, y está al alcance de todos los fieles: participar amorosamente en la Santa Misa, aprender en la Misa a tratar a Dios, porque en este sacrificio se encierra todo lo que el Señor quiere de nosotros”.

La tradición cristiana nos lleva a que el Jueves Santo sea una gran oportunidad de manifestar nuestro amor a la Santa Misa, a Jesús en la Eucaristía. De ahí la costumbre de visitar en este día a Jesús en el Sagrario, adornado especialmente el Jueves Santo, y denominado en estos días como Monumento.

Para finalizar quisiera recordar el gesto de un niño. Al finalizar sus clases en el colegio le lanzaba besos al Sagrario, antes de que el Santísimo se recogiera en la caja fuerte, hasta el día siguiente.  Le preguntó entonces un profesor que cuántos besos le había lanzado a Jesús. Contestó el niño que muchos, porque le tenían que durar hasta el día siguiente. Que le lancemos besos a Jesús, para consolarle. Mañana es el día de mayor sufrimiento, de la agonía. Que le transmitamos nuestro agradecimiento, con una profunda piedad.