La innovación en la escuela

Repensar, interrogarse, descubrir talentos

De un tiempo a esta parte, la innovación como concepto se ha instalado en las propuestas educativas, es más, se le invoca como parte del sello distintivo de las escuelas. ¿Es necesario la innovación para la supervivencia de los centros educativos? ¿Cuánto más tecnología se incorpore más efectivas será la innovación? ¿Cuál es el límite del cambio para no caer en las fauces del activismo y del perpetuo comienzo?

El patrimonio de la humanidad: ciencias, humanidades, artes… desagregados en diferentes materias, que las escuelas -de todo el mundo- enseñan a sus estudiantes, no son pasibles de innovación; en todo caso, a partir de los descubrimientos de grandes científicos o pensadores, hoy se puede comprender mejor algunas leyes de la naturaleza que iluminan nuevos hallazgos. Las «ideas viejas» que se transmiten en el presente siguen vigentes y funcionan. Desde esta perspectiva, la innovación en las materias -sus contenidos- tiene poco espacio de acción no especializada.


En general, el cambio por el cambio como la innovación por la innovación no añade valor a la escuela en ausencia de un sentido. Pero el sentido tiene que ser institucional. Rosanas J., en su libro titulado Cómo destrozar la propia empresa y creerse maravilloso, nos advierte del riesgo de los pet projects (proyectos mascota). El lazo con esa iniciativa es tan íntimo que el directivo lo rotula y comunica como innovación; de ese modo, contará con el apoyo social para su implementación.

Estimo que la escuela tiene un campo para la innovación y dos cauces para su vigencia. Los procesos, los trámites, los métodos, las actividades, los reglamentos, los estilos de comunicación y de relación y, un largo etcétera, son pasibles de cambio, de innovación: mejorar el bienestar y el bien ser de todos sus integrantes es su propósito. El primer cauce es procurar que los docentes se integren y hagan propio al proyecto institucional, de manera que las actividades escolares realizadas tendrán el carácter o sello de irrepetibles. El segundo cauce tiene que ver con una realidad palmaria: la singularidad y las características evolutivas de los estudiantes. Para los adolescentes, las cosas pueden ser de otra manera. La revolución que se opera en su inteligencia los vuelve capaces de elaborar teorías y argumentarlas. Su vida es un estreno, renombran las cosas a tenor de cómo las perciben. El solo hecho de repensar, de interrogarse, y de descubrir talentos en sus alumnos, ¡el darle curso a este despertar ya hace a la escuela un crisol de innovaciones!