La madurez, imprescindible en la vida de un directivo

Intelectual, emotiva y social

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Empresario © Pexels. Energepic.com

El doctor Alejandro Fontana, profesor de Dirección General y Control Directivo en la Universidad de Piura, comparte con los lectores de Exaudi este artículo titulado “Un imprescindible en la hoja de vida de un directivo: la madurez de personalidad”.

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Hoy en día, todos los que ingresan al mundo empresarial están muy preocupados por construir su futuro profesional: muchos estudian al mismo tiempo que trabajan o practican. A muchos de ellos les mueve el deseo de tener mayores responsabilidades y de ser directivos, y ponen esfuerzo por seguir un diplomado, por aprender otros idiomas y por contar con roce internacional. Sin embargo, muy pocos saben que su futuro profesional dependerá principalmente de la madurez que haya alcanzado su personalidad. Y es que la madurez de la personalidad no se adquiere de modo automático; tampoco en programas o intercambios internacionales; la madurez es una cualidad de la persona que resulta del trabajo que ella haga sobre las inclinaciones de su propio temperamento y gustos.

Como ha señalado el Prof. Sesé, la madurez de la personalidad tiene tres componentes: intelectual, emotiva y social. En este artículo me referiré a ellas centrado en la realidad propia de un directivo de empresa.

La madurez intelectual reclama el reconocimiento de las propias capacidades y también de los propios límites. Hay quien tiene facilidad para los idiomas, otros la tienen para explicarse. Se trata de un análisis objetivo que cada uno debe hacer, quizás con la ayuda de un buen amigo con experiencia, para que sea objetivo. Junto con esto, la madurez intelectual también requiere descubrir el sentido de la propia existencia: Henry Ford se dio cuenta que podía proveer de autos a la gran población de Estados Unidos; Peter Drucker intuyó que lo suyo no era ser el hombre más rico del cementerio, sino un profesor universitario que contribuyese a mejorar la vida de otras personas. Y en una reunión con los jóvenes de San Marino, el Papa Benedicto XVI comentando la pregunta del joven rico del Evangelio sobre lo que debía hacer para ganar la vida eterna, decía: “la ‘vida eterna’, a la que se refiere ese joven del Evangelio, no indica solamente la vida después de la muerte, no quiere saber solo cómo llegar al cielo. Quiere saber: ¿Cómo debo vivir ahora para tener ya la vida que puede ser luego también eterna? Por tanto, en esta pregunta el joven manifiesta la exigencia de que la existencia diaria encuentre sentido, plenitud, verdad”.

Cada uno posee una misión específica, porque cada uno es, por experiencia propia, irrepetible, exclusivo y único. Cuando una persona descubre su propia misión, es muy fácil que se plantee metas claras. Por eso la madurez intelectual reclama que un directivo tenga fines y metas claras, y que además, estos sean dinámicos. El tiempo es un recurso que no se puede ahorrar, por eso su administración demanda planificación. Sin orden, también en las actividades que uno desarrolla en uno o cinco años, no puede llegarse a una mayor perfección. Pero no se trata de metas únicamente de carácter profesional, interesan mucho las metas que van en la línea de la capacidad de controlar el propio temperamento, en la administración del tiempo libre, en el uso del lenguaje, en el manejo de la afabilidad social”.


La madurez intelectual también necesita descubrir y aceptar el conjunto de valores que gobernarán la propia existencia. Al respecto, Benedicto XVI comentaba: “el hombre, incluso en la era del progreso científico y tecnológico —que nos ha dado tanto— sigue siendo un ser que desea más, más que la comodidad y el bienestar; sigue siendo un ser abierto a toda la verdad de su existencia, que no puede quedarse en las cosas materiales, sino que se abre a un horizonte mucho más amplio.

Estos valores son los que sirven de argumentos para soportar una decisión, y por lo tanto, los que aseguran que la actuación será ética: conveniente a uno mismo y también a los demás. Y como la actuación ética es la mejor fuente de motivación para la creatividad y la iniciativa, la madurez intelectual se reflejará en una creatividad y en una capacidad mayor de iniciativa.

La madurez emotiva se da cuando la persona aprende a reaccionar de modo proporcional ante los distintos sucesos de la vida: aprende a manejar el fracaso; sabe que todo éxito siempre es prematuro, y por tanto, sigue trabajando y esforzándose por mejorar su performance. También son elementos importantes de la madurez emotiva el optimismo: la capacidad de ver el aspecto positivo de las distintas situaciones, sin quejarse del pasado; la alegría: que es una realidad que se construye y no solo se experimenta. Tenemos muchos más motivos para estar alegres que para estar tristes, aunque algunas cosas en la empresa, por importantes que nos parezcan, no nos hayan salido bien o resulten dolorosas. Y la simpatía, que supone ser amable con los demás, especialmente con quienes conviven con nosotros y quienes trabajan a nuestro alrededor.

La otra dimensión de la madurez, la social, implica no olvidar que la persona humana es un ser social por naturaleza. Por naturaleza, tenemos una orientación a aportar a los demás. Por eso, madurez social supone tener el prurito de pensar siempre en los demás: no causar más trabajo, más aún, trabajar de modo que se alivie el trabajo de los demás; ceder el paso a los peatones; no tocar el claxon para no molestar a los vecinos; ser paciente con un taxista que está delante. Y para alcanzarla, Benedicto XVI sugería formar de manera auténticamente cristiana la propia conciencia.

En el mundo empresarial, esta madurez social se traduce en el interés personal por comprender y atender a los clientes, los colaboradores, los proveedores y, en general, a las personas con las que se relacione de alguna manera la operación. Por ejemplo, en el caso de los clientes, no se trata de obtener el mayor provecho de ellos, sino de servirlos realmente en sus diferentes necesidades, también las colaterales.

En conclusión, podríamos decir que la madurez personal le da al directivo la calma y el peso específico que se requieren para tomar buenas decisiones. En primer lugar, y quizás lo más difícil de conseguir, no estar sometido a sus propios vaivenes de temperamento o a sus obsesiones: la obsesión ataca a todos los hombres, y normalmente por cuestiones que no valen la pena. Por eso, asumir el reto de adquirir una madurez personal es una de las tareas imprescindibles para un directivo.