El 5 de febrero de 2025, durante la audiencia general, el Papa Francisco profundizó en uno de los momentos más significativos de la vida de la Virgen María: la Visitación, un episodio en el que María, tras recibir el anuncio del ángel, se dirige rápidamente a la casa de su prima Isabel, quien también espera un hijo. A través de este acto, el Santo Padre destacó no solo la disposición de María para servir a los demás, sino también el modo en que su vida refleja una profunda fe y confianza en los planes de Dios.
Aunque el Papa Francisco pudo estar presente con un resfriado, delegó la lectura de su catequesis al padre Pierluigi Giroli, quien explicó el significado de este gesto de María. Francisco hizo hincapié en que la Virgen, tras recibir el anuncio divino, no se quedó en su hogar o en la comodidad de su rutina. Al contrario, se levantó y se puso en camino, decidida a ayudar a Isabel en su momento de necesidad, sin dudar ni por un instante. Este movimiento es emblemático de la fe activa, que no se limita a la contemplación, sino que se traduce en acción concreta.
Al llegar a la casa de Isabel, el saludo de María provoca una reacción en el niño que llevaba en su vientre: el bebé, en un gesto de alegría, saltó en su interior. El Papa explicó que este acto muestra la presencia viva y poderosa de Jesús, que ya está presente en el seno de María. La visita de María a Isabel, por tanto, no solo es un gesto de cercanía humana, sino también una manifestación de la cercanía de Dios, que ya se hace sentir en la vida de aquellos que lo reciben.
En su reflexión, el Papa Francisco destacó que la Visitación nos invita a reflexionar sobre cómo acogemos a María en nuestras propias vidas. María no solo es la madre de Jesús, sino una madre espiritual para todos los creyentes, que siempre está dispuesta a ayudarnos a acercarnos a su Hijo. A través de su ejemplo, los cristianos estamos llamados a vivir una fe activa, que se traduce en servicio a los demás y en una constante búsqueda de la voluntad de Dios.
El Papa señaló también que la actitud de María nos desafía a estar dispuestos a poner en práctica lo que creemos. No se trata solo de aceptar pasivamente los planes de Dios, sino de vivir de acuerdo con ellos, tal y como María lo hizo con su «sí» al anuncio del ángel. Esta respuesta valiente y decidida nos muestra que la fe verdadera es aquella que se vive de manera coherente y tangible, que se extiende a las necesidades de los demás.
Al final de su catequesis, el Papa Francisco invitó a los fieles a contemplar el Magníficat, el cántico de alabanza de María, como un recordatorio de la actitud que debemos cultivar: una actitud de alabanza, agradecimiento y entrega incondicional a la voluntad de Dios. María, con su canto, no solo expresa su gratitud, sino también su confianza en la misericordia divina, que se extiende a todos aquellos que se entregan plenamente a Él.
Así, el Papa concluyó su reflexión instando a todos los cristianos a recibir a María en sus vidas, a acogerla como modelo y guía, y a permitir que su intercesión nos conduzca siempre más cerca de Cristo. La Virgen María, como madre y discípula fiel, es la que nos muestra el camino de una vida cristiana auténtica, marcada por la fe activa y el servicio desinteresado a los demás.
Texto completo:
[El siguiente texto también incorpora partes no leídas que se consideran pronunciadas]
Ciclo de catequesis – Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. I. La infancia de Jesús. 4. «Feliz de ti por haber creído» (Lc 1,45). la Visitación y el Magnificat
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hoy contemplamos la belleza de Jesucristo, nuestra esperanza, en el misterio de la Visitación. La Virgen María visita a santa Isabel; pero es sobre todo Jesús, en el vientre de la madre, quien visita a su pueblo (cfr Lc 1,68), como dice Zacarías en su himno de alabanza.
Después de su asombro y admiración ante lo que le anuncia el Ángel, María se levanta y se pone en camino, como todos los que han sido llamados en la Biblia, porque «el único acto con el que el ser humano puede corresponder al Dios que se revela es el de la disponibilidad ilimitada» (H.U. von Balthasar, Vocazione, Roma 2002, 29). Esta joven hija de Israel no elige protegerse del mundo, no teme los peligros y los juicios de los otros, sino que sale al encuentro de los demás.
Cuando una persona se siente amada, experimenta una fuerza que pone en movimiento el amor; como dice el apóstol Pablo, «el amor de Cristo nos posee» (2Cor 5,14), nos impulsa, nos mueve. María siente el impulso del amor y acude a ayudar a una mujer que es pariente suya, pero que es también una anciana que, tras una larga espera, acoge un embarazo inesperado, difícil de afrontar a su edad. La Virgen va a casa de Isabel también para compartir su fe en el Dios de lo imposible, y la esperanza en el cumplimiento de sus promesas.
El encuentro entre las dos mujeres produce un impacto sorprendente: la voz de la “llena de gracia” que saluda a Isabel provoca la profecía en el niño que la anciana lleva en su vientre, y suscita en ella una doble bendición: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42). Y también una bienaventuranza: «¡Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá!» (v. 45).
Ante el reconocimiento de la identidad mesiánica de su Hijo y de su misión como madre, María no habla de sí misma, sino de Dios, y eleva una alabanza llena de fe, esperanza y alegría, un canto que resuena cada día en la Iglesia durante la oración de las Vísperas: el Magnificat (Lc 1,46-55).
Esta alabanza al Dios Salvador, que brota del corazón de su humilde sierva, es un solemne memorial que sintetiza y cumple la oración de Israel. Está entretejida de resonancias bíblicas, signo de que María no quiere cantar “fuera del coro”, sino sintonizar con los padres, exaltando su compasión por los humildes, esos pequeños a los que Jesús en su predicación declarará «bienaventurados» (cfr Mt 5,1-12).
La presencia masiva del motivo pascual hace también del Magnificat un canto de redención, que tiene como trasfondo la memoria de la liberación de Israel de Egipto. Los verbos están todos en pasado, impregnados de una memoria de amor que enciende de fe el presente e ilumina de esperanza el futuro: María canta la gracia del pasado, pero es la mujer del presente que lleva en su vientre el futuro.
La primera parte de este cantico alaba la acción de Dios en María, microcosmos del pueblo de Dios que se adhiere plenamente a la alianza (vv. 46-50); la segunda recorre la obra del Padre en el macrocosmos de la historia de sus hijos (vv. 51-55), a través de tres palabras clave: memoria – misericordia – promesa.
Dios, que se inclinó sobre la pequeña María para hacer en ella «grandes cosas» y convertirla en la madre del Señor, comenzó a salvar a su pueblo a partir del éxodo, acordándose de la bendición universal que prometió a Abraham (cf. Gn 12,1-3). El Señor, Dios fiel para siempre, ha derramado un torrente ininterrumpido de amor misericordioso «de generación en generación» (v. 50) sobre el pueblo fiel a la alianza, y ahora manifiesta la plenitud de la salvación en su Hijo, enviado para salvar al pueblo de sus pecados. Desde Abraham hasta Jesucristo, y hasta la comunidad de los creyentes, la Pascua aparece, así, como la categoría hermenéutica para comprender toda liberación posterior, hasta llegar a la realizada por el Mesías en la plenitud de los tiempos.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos hoy al Señor la gracia de saber esperar el cumplimiento de todas sus promesas; y que nos ayude a acoger en nuestras vidas la presencia de María. Poniéndonos en su escuela, que todos descubramos que toda alma que cree y espera «concibe y engendra al Verbo de Dios» (San Ambrosio, Exposición del Evangelio según San Lucas 2, 26).
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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En este Año jubilar, los invito a elevar a Dios el canto del Magníficat, como María, recordando con gratitud las grandes cosas que Él ha hecho en nuestra vida. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los proteja. Muchas gracias.
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Resumen leído en español por el Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
En nuestra catequesis de hoy contemplamos el misterio de la Visitación. En la visita de María a Isabel, como dice el canto de Zacarías, se cumplen las antiguas profecías: Dios —es decir, Jesús, en el vientre de su madre— visita y redime a su pueblo. Del encuentro entre esas dos mujeres que comparten la fe, la alegría y la esperanza, brota un himno que todos conocemos bien: el Magníficat.
Este cántico pronunciado por María es un solemne memorial que sintetiza la oración del pueblo de Israel. Sus versos están entretejidos de resonancias bíblicas, que exaltan la compasión de Dios hacia los pequeños y los humildes. Se trata de un recuerdo agradecido del pasado que enciende de fe el presente e ilumina de esperanza el futuro.
También nosotros estamos llamados a esperar el cumplimiento de las promesas de Dios. Pidamos para ello la intercesión de María, conjugando en nuestra vida cotidiana la memoria, la misericordia y la esperanza.