Las ballenas y mi amigo incrédulo

Artículo de Antonio Ducay

©Luis Angel Espinosa
©Luis Angel Espinosa

Deseo contarles lo de las ballenas. Un buen amigo fue hacia el norte, con unos cuantos chicos de su colegio a ver las ballenas. Los chicos estaban ilusionadísimos. Después de cuatro horas de viaje, nada más llegar, le dijeron: “Hay bandera roja y mañana no podrán salir a ver las ballenas. Hace tres días que el mar está difícil.”  Mi amigo se preocupó, no les dijo nada a los chicos, pero sí le dijo con fuerza a una santa peruana, santa Rosa de Lima:  “ya ves la ilusión de estos chicos, haz que mañana podamos ver las ballenas.” Y añadió: “hazme el favor completo, que las ballenas estén activas.”

Aquella noche mi amigo durmió inquieto.  Confiaba en santa Rosa, pero no podía evitar pensar qué iba a decirle a los chicos, que muy temprano lo levantarían para ver las ballenas. Cuando se despertó por la mañana, miró por su ventana y vio con asombro una bandera verde cerca del mar. Podrían salir al mar. Dio gracias a Dios y a santa Rosa.

Muy temprano, los chicos y él subieron felices a la embarcación, navegaron mar adentro y encontraron un grupo de ballenas muy activas,  saltaron, se movieron tanto que el propio conductor del barco estaba sorprendido. Disfrutaron en grande. Los chicos hicieron fotografías a su gusto. Agradeció a santa Rosa: “gracias santa Rosita, favor completo.”


Me contó todo eso feliz.  Al poco rato llegó otro amigo, que dice que no tiene fe, aunque yo creo que sí la tiene. Le conté lo de las ballenas. Me dijo con su aire de suficiencia: “el mar tiene sus caprichos.” “Y tú también  tienes caprichos.”  Y añadí: “además, no solo es lo de las ballenas, hay muchos otros sucesos parecidos que yo te puedo contar, y otros que tú también me podrías contar a mí. Esos sucesos nos ayudan a la fe.” Como sabía que era así, me miró y no me dijo nada. Hay amistad y confianza entre los dos para hablarnos fuerte. Luego, conversamos de otras cosas y  volví a apoyarme en lo de las ballenas.

La realidad es que hay muchas intervenciones de Dios en el mundo. Dios las hace, creo yo, por dos cosas: primero, para facilitar nuestra fe y, además, por puro cariño. Cada uno tiene su propia experiencia. A veces me la cuentan. En una ocasión, alguien me dijo: “pues a mí no me hace ningún caso.” Nos hace caso siempre. Los que leen esto, algunos tienen hijos chicos o los han tenido y saben muy bien que hacen lo mismo con sus hijos pequeños, unas veces les hacen caso y otras no. Cuando no hacen lo que ellos quieren, van a afrontar sus reclamos, sus lloros y su mal humor. Es cuando su amor es más fuerte. Lo mismo hace Dios con nosotros. Cuando no nos hace caso es cuando más nos quiere, no le pedimos lo que nos conviene (esto lo dice san Pablo en una de sus cartas) y como nos quiere bien y mucho, no nos da eso. Quizá nos enrabietamos un poco con Él, luego, pasado un tiempo, lo entendemos.  Otras veces tiene que pasar más tiempo y lo entenderemos en el cielo. Entonces le diremos: “¡qué bueno fuiste conmigo!”

Yo me considero poco milagrero, pero me ayudan a creer sucesos tan pequeños como el de las ballenas, porque veo que son tan repetidos ese tipo de cosas, que no tengo más remedio que rendirme y ver la mano de un Dios cariñoso detrás de lo que ha sucedido.