El lenguaje de la Fumata: un símbolo eterno de esperanza y unidad
El humo: un símbolo eterno en la Iglesia

Desde los primeros siglos del cristianismo, el humo ha tenido un papel protagonista en la vida de la Iglesia. Basta con asistir a una Misa solemne para observar cómo el incienso se eleva hacia el cielo, llevando con él las oraciones de los fieles, como un susurro que alcanza lo divino. Ese humo etéreo y misterioso simboliza lo intangible, lo espiritual; aquello que no podemos tocar, pero sí sentir. Es un lenguaje silencioso que comunica lo profundo sin necesidad de palabras.
Pero de entre todas las manifestaciones de humo en la tradición católica, ninguna es tan reconocible y esperada como la fumata del cónclave. Esa señal, tan sencilla y a la vez tan poderosa, consigue detener el pulso del mundo por un instante. Sin pronunciar una sola palabra, comunica un mensaje que cruza fronteras: o hay Papa, o no lo hay.
Curiosamente, este símbolo de apenas unos segundos ha perdurado en el tiempo y se ha convertido en uno de los momentos más icónicos de la Iglesia católica. En cada elección papal, la Plaza de San Pedro se llena de miles de personas: peregrinos, turistas, periodistas… Todos con la mirada fija en una pequeña chimenea. Y cuando el humo comienza a elevarse, los corazones se detienen por un momento. No importa si estás allí en persona o siguiendo el evento desde el otro lado del mundo, esa pequeña columna de humo logra lo impensable: unir a millones en un mismo sentimiento.
La fumata como un lenguaje universal
Pocas señales en el planeta son tan universales como esa pequeña columna de humo que emerge de la chimenea de la Capilla Sixtina. Cuando el humo comienza a salir, millones de personas en todos los rincones del mundo alzan la vista —o la fijan en sus pantallas— para descubrir si el color es blanco o negro. Y aquí está el detalle curioso: en un mundo plagado de matices y sobreinterpretaciones, el lenguaje de la fumata es tan simple y contundente como un «sí» o un «no». No admite discusiones, no permite doble lectura. Es blanco o negro. Punto.
Y quizá ahí radique su poder: en su simplicidad. No necesita palabras, discursos ni comunicados. Es el único lenguaje que, sin mediar palabra, es capaz de comunicar un cambio trascendental en la Iglesia. Y lo hace de una forma casi artesanal, en pleno siglo XXI, donde lo digital y lo inmediato dominan nuestras vidas. Algo que, por cierto, nos lleva al siguiente punto…
¿Qué hay detrás de la fumata?
La magia de la fumata no es tan improvisada como podría parecer. Desde el cónclave de 1914, se utilizan químicos específicos para garantizar la claridad del color. Atrás quedaron aquellos días de «fumatas grises» que dejaban a la plaza en un mar de incertidumbre. Hoy, el Vaticano se asegura de que el mensaje sea claro: o hay Papa, o no lo hay. Eso sí, la tecnología no ha reemplazado la tradición: el humo sigue surgiendo de las papeletas quemadas, combinadas con esos pequeños secretos químicos del Vaticano. Y, seamos sinceros, es el único momento donde un fallo en la combustión puede ser portada mundial.
El sistema se refuerza con una campana y un anuncio en el balcón central. Pero el humo sigue siendo el gran protagonista. Quizá porque su lenguaje es universal y directo. En esos segundos en que el humo se eleva, todo el planeta contiene el aliento.
Un momento de silencio mundial
Cuando comienza a salir humo de la chimenea, el mundo se detiene. Es un instante casi mágico: millones de personas, sin importar su idioma o cultura, miran hacia el mismo lugar, esperando una respuesta que cambiará el rumbo de la Iglesia. Es como si el planeta entero contuviera el aliento, esperando el anuncio silencioso de un pequeño hilo de humo. En una época donde la información se consume en segundos y se olvida en minutos, la fumata logra lo imposible: captar la atención global con un simple gesto.
Además, es uno de los pocos momentos donde los medios de comunicación se vuelven verdaderamente globales. No importa el canal, ni el idioma; todos los ojos están puestos en esa pequeña chimenea, mientras las cámaras buscan el mejor ángulo para capturar ese instante. Incluso las redes sociales, por unos minutos, dejan de lado sus disputas para compartir la imagen del humo elevándose al cielo.
La fumata blanca: un símbolo de unidad y esperanza
Y entonces ocurre: el humo blanco. En ese momento, las campanas suenan, la gente aplaude y se abrazan, incluso entre desconocidos. Es un símbolo de unidad, un recordatorio de que todavía existen gestos que pueden reunir a millones en un mismo sentimiento. Porque, al final, la fumata blanca es más que un anuncio. Es un mensaje de esperanza para un mundo que, aunque dividido en muchos aspectos, aún puede unirse para mirar al cielo en busca de una señal.
Esa columna de humo blanco, sencilla y humilde, recuerda al mundo que aún existen momentos capaces de unirnos. Que en medio de la vorágine de información, las divisiones políticas y las diferencias culturales, el humo que emerge de la Capilla Sixtina todavía logra arrancar un aplauso colectivo.
¿Qué tendrá este cónclave para nosotros? En unos días horas, la respuesta llegó, no en un comunicado de prensa, sino en un humilde y poderoso lenguaje de humo, ese que no necesita intérpretes, porque en su simplicidad está su grandeza.
Artículo publicado en La Razón
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