Mi nombre es “Yo Soy”: Comentario de Mons. Enrique Díaz

III Domingo de Cuaresma

nombre Enrique Díaz
Biblia © Unspalsh. John Canada

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo Domingo, 20 de marzo de 2022, titulado “Mi nombre es ‘Yo Soy’”.

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Éxodo 3, 1-8. 13-15: “‘Yo-soy’, me envía a ustedes”

Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”

I Corintios 10, 1-6. 10-12: “La vida del pueblo escogido, con Moisés, en el desierto, es una advertencia para nosotros”

San Lucas 13, 1-9: “Si no se convierten, perecerán de manera semejante”


Es joven y estudioso, al preguntar cuál era su religión, tranquilamente respondió: “Prefiero no tener ninguna religión. Las religiones sólo han causado divisiones y problemas, así que no tengo más dios que mi persona y trato de vivir en paz”. No pudimos seguir la conversación pues tuvo que atender a otras personas, pero se me queda clavada en el corazón esa inquietud de que Dios le estorba para vivir plenamente, cuando Dios es el Dios de la vida, de la unión, de la comunidad y de la paz.

¿Alejarse de Dios o alejarse de las falsas imágenes de Dios que hemos ido creando y que deforman? Ya decía un gran autor que “no hay cosa más nefasta que una mala imagen de Dios. Detrás de muchos conflictos humanos, psicológicos, interraciales o culturales, subyace un problema de una concepción deformada de Dios”. Las lecturas de este día clarifican la imagen de Dios que Cristo quiere proponer para cada uno de nosotros. Se enfrenta a una tradición que mira a Dios como el terrible castigador, como un dios opresor atento a las desviaciones humanas, para infligir crueles castigos. Así suenan las sugerencias de quienes piensan que algún mal terrible cometieron quienes reciben la muerte por orden de Pilato. Es la imagen que ellos se hacen de Dios y es la imagen deformada que todavía hoy podemos constatar. Esa imagen de Dios no siempre nos eleva, nos inspira ni nos libera. En torno a ella se dan un cúmulo de miedos, terrores, represiones e injusticias. No siempre es Dios una fuerza que desate nudos, que deshaga enredos, que eleve a las personas por encima de las miserias existenciales y cotidianas. A menudo, las personas llevan la imagen de un dios como una carga muy pesada, casi insoportable, pero que no se puede tirar porque ocurrirían graves desagracias. ¿Es esta la imagen que viene a revelarnos Jesús de nuestro Padre Dios?

De ninguna manera es la imagen que nos ofrece Jesús, y hoy las lecturas manifiestan que esas “imágenes de Dios” no son el Dios que Jesús nos enseña, al cual nos acerca, sino son deformaciones. Cristo nos invita a dejar que Dios sea Dios y no las “ideas” que nosotros nos hemos hecho de Él. Las preguntas que le hacen sus discípulos son un eco de lo que seguimos pensando. Tanto cuando juzgamos a los demás como cuando nos juzgamos a nosotros mismos, descubrimos cuál es la imagen que tenemos de Dios y cómo lo percibimos en nuestras vidas. Qué diferente leen los discípulos “los acontecimientos” y cómo los vive el mismo Jesús lee. De hecho, podremos aprender del texto de hoy a escuchar la voz de Dios en cada uno de los acontecimientos. Los discípulos sacan una conclusión y una imagen de Dios muy equivocada: el concepto de un Dios vengador, atento a los errores de los hombres para precipitarlos en su propia ruina por sus pecados. Todo lo contrario, Jesús concluye: Dios es un Dios de misericordia, que siempre nos espera y nos ama a pesar de nuestros errores y desvíos. Cuando experimentemos ese amor incondicional de Dios, porque somos pecadores, debemos convertirnos y dar frutos de conversión. ¡Qué diferente convertirse por amor y convertirse por temor y con temor! Tener una mala imagen de Dios es una enfermedad que daña el espíritu, al cuerpo y a la mente. Dispongámonos a vivir la experiencia del Dios que nos presenta Jesús. De ello depende el respeto y el amor a Dios, el respeto y el amor a nosotros mismos y a nuestro prójimo. El ídolo del miedo es la imagen de Dios más extendida y que puede causarnos más daño. Jesús siempre habla de la misericordia, del amor sin límites y de las entrañas del Padre.

Otra imagen falsa de Dios que causa daño es considerarlo un ser sediento de sacrificios, que quiere el dolor de las personas y se solaza en el sufrimiento humano. La teofanía, del el libro del Éxodo, nos presenta a un Dios muy cercano a su pueblo, que escucha sus gritos de dolor y  se compromete en su liberación. Cuando hay tragedias, con frecuencia nos preguntamos: “y en estos momentos ¿dónde estaba Dios?”  Dios está en el dolor de los hombres porque es radicalmente solidario, es su fuente y su fundamento. Es la raíz de su nombre: “El que es”, “El que está cercano y siempre presente con los hombres que ama”. Y su solidaridad es eficaz e inteligente, por eso pide a Moisés acciones concretas y liberadoras. Por eso exige tener los ojos atentos a las causas sociales, a las estructuras destructoras, a las injusticias y al sufrimiento de los pequeños. No basta una solidaridad de lástima y compasión, será siempre necesaria la solidaridad que transforma y cambia. Y Dios está en el centro de esta transformación. No es un Dios providencialista que nos soluciona todos los problemas, sino que coloca en nuestros hombros la responsabilidad de construir ese mundo nuevo. La solidaridad de Dios cuenta con la solidaridad humana y nos ofrece una tarea a todos para quitar las esclavitudes e injusticias de nuestro mundo. Dios nos acompaña, nos sostiene y nos hace descubrir que es posible ese mundo de libertad, lejos de las cadenas de Egipto. Jesús, su hijo, se hace carne para vivir esa solidaridad con nosotros y para mostrarnos el camino de la verdadera libertad.

Dios es amor y quiere envolvernos en su amor, invitándonos a acoger y a hacer crecer su fuerza creadora y solidaria. Jesús, en especial en este tiempo de cuaresma, nos invita a creer en este amor inmenso de Dios, a dejarnos envolver en su misericordia y refugiarnos en sus entrañas de Padre. Convertirnos es la tarea de la cuaresma, pero convertirnos sosteniéndonos en el amor entrañable de nuestro Dios. ¿Cuál es la imagen de Dios que a mí me hace actuar? ¿Le temo como  juez o lo amo como Padre? ¿Cómo voy a vivir una verdadera conversión?

Señor, padre amoroso y lleno de misericordia, cuya bondad supera nuestros pecados, concédenos en esta cuaresma una verdadera conversión y un cambio de corazón, que nos lleven a dar los frutos de justicia, amor y paz que tu Hijo Jesús vino a enseñarnos. Amén.