‘Motu Proprio’ del Papa ‘Traditionis Custodes’: ¿Estamos a la altura del mensaje?

El Papa es garantía de fe y de unidad

Papa Traditionis Custodes mensaje
El Papa Francisco durante la Misa en Santa Marta © Vatican Media

Enrique Soros, comunicador social y colaborador de Exaudi, ofrece este artículo sobre el reciente Motu Proprio del Papa Francisco, Traditoinis Custodes, y plantea el interrogante “¿Estamos a la altura del mensaje?”.

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El Papa Francisco acaba de promulgar la carta apostólica, en forma de Motu Proprio, Traditionis Custodes. La misma, que trata “sobre el uso de la Liturgia Romana anterior a la Reforma de 1970”, ha causado una reacción positiva en general, pero también ha provocado revuelo en pocos, pero visibles círculos de la Iglesia, por limitar el documento seriamente el uso del Misal Romano de 1962, con el que se celebran misas en latín. Los dos primeros artículos del motu proprio -que transcribimos a continuación- resumen el alcance de la carta apostólica:

“Art. 1. Los libros litúrgicos promulgados por los santos pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano”.

“Art. 2. Al obispo diocesano, como moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica en la Iglesia particular que le ha sido confiada [5] le corresponde la regulación de las celebraciones litúrgicas en su propia diócesis [6]. Por tanto, es de su exclusiva competencia autorizar el uso del Missale Romanum de 1962 en la diócesis, siguiendo las orientaciones de la Sede Apostólica”.

Fundamentos del Motu Proprio

En una Carta a los Obispos de todo el mundo, como introducción a Traditionis Custodes, el Papa Francisco explica los fundamentos de su decisión. De entre ellos, afirma que “es cada vez más evidente en las palabras y actitudes de muchos que existe una estrecha relación entre la elección de las celebraciones según los libros litúrgicos anteriores al Concilio Vaticano II y el rechazo de la Iglesia y sus instituciones en nombre de lo que consideran la ‘verdadera Iglesia’. Se trata de un comportamiento que contradice la comunión, alimentando ese impulso hacia la división ‘yo soy de Pablo; yo soy de Apolo; yo soy de Cefas; yo soy de Cristo’— contra el que el apóstol Pablo reaccionó con firmezaI [23]”.

Y continúa: “Es para defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo obligado a revocar la facultad concedida por mis predecesores. El uso distorsionado que se ha hecho de ella es contrario a las razones que les llevaron a conceder la libertad de celebrar la misa con el Missale Romanum de 1962. Dado que ‘las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad’ [24], deben realizarse en comunión con la Iglesia. El Concilio Vaticano II, al tiempo que reafirmó los vínculos externos de incorporación a la Iglesia —la profesión de fe, los sacramentos, la comunión—, afirmó con san Agustín que es condición para la salvación permanecer en la Iglesia no solo ‘con el cuerpo’, sino también ‘con el corazón’”. [25].

El porqué de la adaptación del Misal Romano

En la misma carta, explica el Papa Francisco que “sin ánimo de contradecir la dignidad y la grandeza de ese Rito, los Obispos reunidos en concilio ecuménico pidieron su reforma; su intención era que los fieles ‘no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada’. [28]. San Pablo VI, recordando que la obra de adaptación del Misal Romano ya había sido iniciada por Pío XII, declaró que la revisión del Misal Romano, realizada a la luz de las fuentes litúrgicas más antiguas, tenía como objetivo el de permitir a la Iglesia elevar, en la variedad de lenguas, ‘una misma oración’ que expresara su unidad [29]. Esta unidad debe restablecerse en toda la Iglesia de rito romano”.

El Papa es garantía de fe y de unidad

En su artículo “El Papa, piedra de toque de fe y unidad”, el cardenal Donald Wuerl recorre los casos en que ha encontrado serio disenso de grupos de la Iglesia ante decisiones que todos los papas de su tiempo tomaban, comenzando por Juan XXIII, y hasta nuestros días. Así opina que “difícilmente entonces deberíamos esperar que el Papa Francisco sea inmune a lo que parece ser algo que ‘viene con el cargo’”.

Y explica que una de las cosas que ha aprendido “a lo largo de todos estos años, desde aquellos primeros e ingenuos días de 1961, es que si se examina más de cerca hay un hilo conductor que atraviesa a todos estos disidentes. Están en desacuerdo con el papa porque no está de acuerdo con ellos y, por lo tanto, no se ajusta a la posición de ellos”. Y cierra expresando que “la disidencia es quizá algo que siempre tendremos, (…)pero también tendremos siempre a Pedro y a su sucesor como roca y piedra de toque tanto de nuestra fe como de nuestra unidad”.

Los santos son humildes y obedientes

Llama la atención que hoy en día haya incluso obispos y cardenales, que en vez de cumplir con el llamado de Dios, de apoyar al Papa en su ministerio y ayudar al pueblo de Dios a comprender sus decisiones, lo confronten públicamente, creando inseguridad, rebeldía y desunión en la Iglesia.


Como piedra de toque, aquella que permite detectar la pureza de un material, tenemos el ejemplo de los santos, que hasta en los momentos más duros, han sido radicalmente humildes y obedientes.

Época de confusión

Estamos en una época de mucha confusión, en la que autodenominados “predicadores católicos”, con infinidad de seguidores en las redes, expresan lo que definen como “la verdad”, confrontando a menudo al papa y a los obispos. Son muy convincentes, porque como los protestantes, toman los textos que soportan sus tesis, e intencionalmente no los ponen en contexto, recortan, editan. Y convencen a multitudes.

Volvemos a la piedra de toque. No falla. ¿Son humildes y apoyan al Papa, y ayudan a comprender sus decisiones, o se erigen soberbiamente como superiores al Vicario de Cristo?

Cuál es la obediencia cristiana

La obediencia cristiana no es ciega, al estilo militar, pero sí es radical. Es radical en el amor, radical en la cruz. No existe otra obediencia cristiana. Y la sabiduría de quien obedece, si creyera que el superior estuviera equivocando, consiste en cumplir con amor radical, sabiendo que quien está dando la orden es responsable por ella ante Dios.

¿Es Cristo realmente nuestro ejemplo absoluto y supremo? ¿Puede un buen cristiano acaso justificar el no obedecer con humildad y amor radical, como Jesús obedeció a su Padre al ir a la cruz? ¿No es acaso un escándalo mayúsculo decirnos cristianos cuando nos resistimos con uñas y dientes a seguir el camino de Jesús?

¿Acento en las formas o en la vida?

No existe club deportivo, ni empresa comercial, ni familia, ni grupo religioso, que pueda cumplir con su misión obsesionandose con el cumplimiento de formas. La obsesión por las formas ahoga la vida. Estas deben estar al servicio de la vida, no al revés.

No recuerdo que Jesús haya hablado sobre la importancia de las liturgias perfectas, pero sí recuerdo lo que dijo a quienes se aferraban a la Ley, a la estructura, a lo conocido, a su zona de confort, y no podían ver al profeta en un simple hombre, porque ellos eran superiores, sabios y poderosos.

Los Evangelios, desde el principio hasta el final, nos hablan de la conversión del corazón. Felices los pobres de espíritu, felices los mansos, felices los misericordiosos, felices los de corazón limpio…

¿Qué pasa que después de 20 siglos, pareciera que no hemos entendido nada? “¡Ey! ¡Soy Dios, y quise nacer en el lugar más pobre, despojado de todo! ¡Corazón de piedra! ¿Todavía no entiendes mi mensaje?”, me dice Jesús hoy a mí, y me llama a un amor radical. Despojado de todo. Para amarlo y servirle en mis hermanos. Para ser signo de unión, de esperanza, de redención, de vida, de conversión.

El sueño del Papa Francisco

“Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”, Evangelii Gaudium, 27.