No podemos servir a Dios y al dinero: Reflexión de Mons. Enrique Díaz

XXV Domingo Ordinario

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Mons. Enrique Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo domingo 18 septiembre de 2022, titulado, “No podemos servir a Dios y al dinero”.

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Amós 8, 4-7: “Contra los que hoy obligan al pobre a venderse”

Salmo 112: “Que alaben al Señor todos sus siervos”

San Lucas 16, 1-13: “No pueden ustedes servir a Dios y al dinero”

Aunque aún están lejanas las elecciones de nuestro país,  ya hay gran inquietud preguntando quién es el candidato favorito y quién puede ayudar más a nuestros municipios. Bueno, no todo mundo. Don Efraín queda impasible e indiferente ante tantos discursos, promesas, regalos y canciones de los candidatos. “Ya no le creo a ninguno y he perdido toda esperanza. Todos son iguales”, repite sin cesar. “Yo más bien pienso que es cierto lo que uno de los periódicos ponía como título: ‘¿Quién prefiere usted que le robe?’ No hay ni a quién irle. Otra persona, para defender a su candidato, decía: ‘Esté también ha robado, pero siquiera ha hecho algo por las comunidades’. Por eso yo afirmo que no hay ni a quién irle” Y por más que le insisten, a Don Efraín nadie logra sacarlo de su indiferencia. ¿Tendrá razón?

Aunque se pregona y se presume un nuevo país libre de corrupción, queda en la conciencia de todos nosotros que la corrupción sigue vigente en todos los lugares que se ha tornado una plaga que nos daña directamente no sólo en la economía, sino en todos los aspectos de nuestra sociedad.

Para completar el cuadro ahora tenemos este evangelio que nos desconcierta a todos. ¿Cómo puede Jesús alabar a un administrador que ha engañado y robado? Ya me imagino cómo se justificarán todos aquellos que son acusados de malversar los fondos públicos. La corrupción ha llegado a todos los partidos y a todas las sociedades. Nadie escapa. Está comprobado que uno de los peores enemigos del progreso de nuestros pueblos es la corrupción, el mal uso de los recursos públicos, incluso de bienes destinados a los más pobres y desfavorecidos. “Es alarmante el nivel de la corrupción en las economías que involucra tanto al sector público como al sector privado, a lo que se suma una notable falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía. En muchas ocasiones la corrupción está vinculada al flagelo del narcotráfico o del narconegocio y por otra parte viene destruyendo el tejido social y económico en regiones enteras”, reconocían dolorosamente los Obispos en Aparecida.


Y todavía añadían más: “Cabe señalar como un gran factor negativo en buena parte de la región, el recrudecimiento de la corrupción en la sociedad y en el Estado, que involucra a los Poderes Legislativos y Ejecutivos en todos sus niveles, y alcanza también al sistema judicial que a menudo inclina su juicio a favor de los poderosos y genera impunidad, lo que pone en serio riesgo la credibilidad de las instituciones públicas y aumenta la desconfianza del pueblo, fenómeno que se une a un profundo desprecio de la legalidad. En amplios sectores de la población y particularmente entre los jóvenes crece el desencanto por la política y particularmente por la democracia, pues las promesas de una vida mejor y más justa no se cumplieron o se cumplieron sólo a medias”. Todo esto que afirmaban de nuestro Continente, es dolorosamente real en nuestro país.

Tenemos pues que reconocer que esta apreciación también es cierta en nuestra Patria. Pero también encontramos prácticas desleales en los grandes consorcios, que a base de trampas y tratos preferenciales, se van adueñando de todo. Va creciendo una globalización que comporta el riesgo de los grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo. No hay otros valores que el propio provecho.

¿Es esto lo que Jesús propone como ejemplo? Todo lo contrario, si leemos con atención, no solamente las palabras de este párrafo sino todo su contexto, encontramos una durísima crítica al dinero que es llamado “injusto” y la propuesta de Jesús es “con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo”. Ciertamente no alaba al administrador por sus trampas, sino por el ingenio y la astucia para hacerse amigos. Nosotros ahora también tendríamos que cuestionarnos seriamente sobre nuestro empeño en crear y favorecer la construcción del Reino de Dios, frente al ingenio y la astucia de quienes entregan su vida a la construcción del reino del dinero. Cristo hace una clara oposición ante estos dos reinos. Nosotros con frecuencia nos vemos tentados a unirlos y hasta confundirlos. Debemos tener una clara distinción, no sólo teórica, sino sobre todo en la práctica. No podemos servir a Dios y al dinero.

Jesús recalca hoy el peligro de endiosar las riquezas mal habidas, pero también nos hace ver que pueden ser redimidas, siempre y cuando se usen con creatividad para hacer el bien a los pobres, como fue el caso del administrador que había malgastado los bienes de su amo. Se alaba su astucia, no su corrupción interesada.

El profeta Amós, en la primera lectura, es muy claro al exponernos el mensaje del Señor: “Escuchen esto los que buscan al pobre sólo para arruinarlo… los que disminuyen las medidas y aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse; por un par de sandalias los compran y hasta venden el salvado como trigo… Yo no olvidaré jamás ninguna de estas acciones”. Y estas palabras vienen a dar el verdadero sentido de la parábola de Jesús. El dinero sólo puede ser bien utilizado a favor de los que menos tienen y los más desprotegidos. Nunca puede valer más el dinero que la persona.

Quizás nosotros no tengamos grandes sumas de dinero, pero debemos examinarnos bien en nuestros pequeños o grandes fraudes, en la corrupción que generamos o toleramos, en la complicidad con un mundo que olvida cada día a los más pobres. ¿Qué lugar le damos a Dios? ¿Qué lugar le damos al dinero?

Dios nuestro, que en el amor a Ti y a nuestro prójimo has querido resumir toda tu ley, concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos, para que podamos alcanzar la vida eterna.  Amén.