Virgen de Guadalupe: Símbolo de la identidad y misión del continente de la esperanza

La presencia de Nuestra Señora de Guadalupe ha impregnado un sello en el nuevo mundo que busca consolidar su identidad. México, lugar donde se apareció, encarna la expresión de una nueva cultura, de un mestizaje donde emerge el amor maternal que cohesiona la unidad de los pueblos y los anima a construir una sociedad justa y solidaria.

  1. Símbolo de la identidad latinoamericana

La Nuestra Señora de Guadalupe conoce el corazón hispano y con gesto maternal expresa una nueva identidad, fruto del encuentro de dos culturas, que conjuga dos cosmovisiones; la española y la indígena, dando origen a una cultura mestiza que lo evidencia al mundo; reconocido por San Juan Pablo II, como el modelo perfectamente inculturado de la evangelización. Nuestra Señora de Guadalupe a través de la tilma Náhuatl y de su mensajero, el indígena Juan Diego, anuncia el mensaje de Jesús como Dios vivo y verdadero.

Desde el Tepeyac, lugar precolombino de culto y veneración a la diosa Tonantzin (nuestra madrecita), se convierte en lugar de reivindicación social, política, religiosa, y de identidad, a través de Nuestra Señora de Guadalupe (nuestra madre)[1]. Su presencia invita a dejar el pasado y superar el resentimiento frente a la condena de nuestro origen y abrirnos al mestizaje como expresión de la comunión y reconciliación en una nueva identidad que busca la autorrealización y el logro de las legítimas aspiraciones.

Nuestra Señora de Guadalupe, es una madre universal, que viene a reconciliar y no a dividir, desea que tanto los indios como los españoles aprendamos a vivir como hermanos. Es un acontecimiento de encuentro donde el indio Juan Diego se arrodilla ante el español, Fray Juan de Zumárraga para suplicarle que lo escuche; éste finalmente se arrodilla ante el indio ante el elocuente testimonio religioso-cultural que le presenta con la tilma. De este modo, quedan superadas las barreras raciales y religiosas, parecen romperse las invasiones y resentimientos para dar paso a la búsqueda de la fraternidad y el reconocimiento de la nueva identidad, signada por el amor materno de la madre de Dios.

Somos un continente que, aunque tiene muchas lenguas e idiomas, expresa de diversos modos el amor que cohesiona al pueblo no creyente y aquel que profesa una fe inquebrantable a la madre de Dios, como expresión de su búsqueda permanente de su identidad.

El pueblo latinoamericano la reconoce a través de los siglos todas las muestras de su amor maternal, su constante auxilio, compasión y defensa de los pobres y sencillos de corazón. Ella nos dio a su Hijo Jesús para que nos encontremos con Él, para renovar la existencia personal y abrirse hacia la construcción de una sociedad justa y fraterna. La Virgen de Guadalupe es el rostro mestizo de América Latina, de un pueblo que peregrina en busca de la verdad y el bien común.

  1. El impacto en la consolidación de los pueblos

Su imagen ha sido utilizada en el recorrido histórico de México y América y aparece como «un fenómeno político que ha formalizado la Conquista con el mensaje del verdadero Dios por quien se vive».  La Virgen María, madre de Dios, aparece como estandarte de las batallas, va al frente con América. Se puede decir, como se canta en el pregón pascual «La Conquista era necesaria para que ocurriera el milagro guadalupano».

«La fe y el lenguaje son factores que aglutinan a una nación», de ahí que su imagen sea usada como como baluarte en la lucha de las legítimas aspiraciones de los pueblos y de la defensa de la fe.  En México «no hay nada que políticamente pueda moverse si no es con la virgen», a tal punto que algunos expresidentes usan la imagen de la Virgen para ganar adeptos.

Si bien muchos pueblos en el mundo se han formado como resultado de una conquista y de una invasión, la presencia de Nuestra Señora de Guadalupe invita a actuar con sabiduría, vivenciada en la cultura milenaria, para que aprenda a aceptar al extranjero. Como decía el Papa Francisco; «saber mirar al otro, no como con quien debemos competir sino a quien debemos amar».


Octavio Paz, expresando el sentir de una Nación, escribía: «El pueblo mexicano, después de siglos de expe­riencias y fracasos, no tiene más fe que en la Virgen de Guadalupe y en la Lotería Nacio­nal». Quedémonos con lo primero. Hoy no tenemos otro factor más importante para buscar la identidad mexicana que la Mo­renita. Ella ha sido el corazón maternal que ha acogido a todos sin excepción… y como decía el propio san Juan Pablo II: «Los mexicanos son 80% católicos, 100% guadalupanos».

  1. Signo de esperanza ante el Bicentenario

Se ha experimentado un cruento proceso para que nazca una nueva identidad y gracias a la apacible ternura de Nuestra Señora de Guadalupe se espera logar su consolidación como fruto de la fraternidad y el entendimiento. Ella nos propone con un gesto maternal formar una nueva Nación signada por el amor y la esperanza, sin fronteras, cohesionada por la fe y abierta a la vida, fundada no en la fuerza de la guerra sino en la paz que brota de un corazón que sabe amar y perdonar. De ahí que emerge como la «Emperatriz de América», de un continente unido por la fe y que reclama mayor solidaridad entre sus hijos.

Nuestra Señora de Guadalupe es la forjadora de una patria grande, que trasciende el lugar físico donde se aparecía y se proyecta hacia una nueva Nación donde sus hijos tenemos la responsabilidad de ser testigos de su hijo e impregnar el orden temporal de los valores del Evangelio a fin de construir la civilización del amor.

La presencia de Nuestra Señora de Guadalupe ha marcado la identidad de este continente donde el pasado y el presente reciben un nuevo significado. E una nueva familia de la que se puede decir: el que no es de Guadalupe es guadalupano; valor imperecedero y riqueza que hay que preservar y acrecentar por ser irrenunciable.

Pbro. Juan  Roger Rodríguez

Sacerdote, Rector de la Universidad Católica Los Ángeles de Chimbote, Perú y exalumno de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos

 

[1] Sánchez Hernández F X. Heme aquí, envíame a mí. Reflexiones filosóficas y teológicas