03 mayo, 2025

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Para Francisco, el trabajo expresa y alimenta la dignidad del ser humano

Homilía Card. Victor Manuel Fernández

Para Francisco, el trabajo expresa y alimenta la dignidad del ser humano

A las 17 horas de esta tarde, 1 de mayo de 2025, en la Basílica Vaticana, ha tenido lugar la Celebración Eucarística en sufragio del Romano Pontífice Francisco, en el sexto día del Novendiali.

A la celebración fue invitada, en particular, la Capilla Pontificia.

La Concelebración fue presidida por Su Eminencia el Cardenal Víctor Manuel Fernández,ex Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.

“Su trabajo cotidiano era su respuesta al amor de Dios, era la expresión de su preocupación por el bien de los demás”, afirmó el cardenal.

Publicamos a continuación la homilía pronunciada por Su Eminencia el Card. Víctor Manuel Fernández, pronunciada durante la Santa Misa:

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Homilía de Su Eminencia Card. Víctor Manuel Fernández

En esta Pascua, Cristo nos dice: «Todo lo que el Padre me dé vendrá a mí…. Su voluntad es que no pierda nada de lo que me ha dado». Qué inmensa dulzura tienen estas palabras.

El Papa Francisco es de Cristo, le pertenece, y ahora que ha dejado esta tierra es plenamente de Cristo. El Señor ha llevado consigo a Jorge Bergoglio desde su bautismo, y a lo largo de toda su existencia. Es de Cristo, que le ha prometido la plenitud de la vida.

Sabéis con qué ternura el Papa Francisco hablaba de Cristo, cómo disfrutaba del dulce nombre de Jesús, como buen jesuita. Sabía bien que era suyo, y seguramente Cristo no lo dejó, no lo perdió. Esta es nuestra esperanza que celebramos con alegría pascual bajo la luz preciosa del Evangelio de hoy.

No podemos ignorar que celebramos también el Día del Trabajador, tan cercano al corazón del Papa Francisco.

Recuerdo un video que envió hace algún tiempo para un encuentro de empresarios argentinos. A ellos les dijo: «No me cansaré de referirme a la dignidad del trabajo. Alguien me ha hecho decir que propongo una vida sin esfuerzo, o que «desprecio la cultura del trabajo». De hecho, algunos deshonestos dijeron que el Papa Francisco defendía a los vagos, a los zánganos, a los delincuentes, a los ociosos.

Pero él insistió: ‘Imagínense si pueden decir eso de mí, descendiente de piamonteses, que no vinieron a este país con el deseo de ser mantenidos, sino con muchas ganas de arremangarse y construir un futuro para sus familias’. Se ve que le habían molestado.

Porque para el Papa Francisco, el trabajo expresa y alimenta la dignidad del ser humano, le permite desarrollar sus capacidades, le ayuda a crecer en las relaciones, le permite sentirse colaborador de Dios en el cuidado y mejora de este mundo, le hace sentirse útil a la sociedad y solidario con sus seres queridos. Por eso el trabajo, más allá de las penurias y dificultades, es un camino de maduración humana. Y por eso decía que el trabajo «es la mejor ayuda para un pobre». Es más. «no hay peor pobreza que la que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo».

Merece la pena recordar sus palabras en el viaje a Génova. Dijo que «todo el pacto social se construye en torno al trabajo» y que cuando hay problemas con el trabajo «es la democracia la que entra en crisis». Luego retomó con admiración lo que dice la Constitución italiana en su artículo 1: «Italia es una república democrática, fundada sobre el trabajo».

Detrás de este amor al trabajo hay una fuerte convicción del Papa Francisco: el valor infinito de cada ser humano, una dignidad inmensa que nunca debe perderse, que nunca puede ser ignorada u olvidada.

Pero cada persona es tan digna, y debe ser tomada tan en serio, que no se trata sólo de darle cosas, sino de promoverla. Es decir, que pueda desarrollar todo lo bueno que hay en ella, que pueda ganarse el pan con los dones que Dios le ha dado, que pueda desarrollar sus capacidades. Así cada persona es promovida en toda su dignidad. Y aquí es donde el trabajo adquiere tanta importancia.

Ahora, cuidado, dijo Francisco. Otra cosa es que se hable falsamente de «meritocracia». Porque una cosa es valorar los méritos de una persona y premiar su esfuerzo. Otra cosa es la falsa ‘meritocracia’, que nos lleva a pensar que sólo tienen méritos los que tienen éxito en la vida.

Fijémonos en una persona que nació en una buena familia y pudo aumentar su patrimonio, llevar una buena vida con una bonita casa, coche, vacaciones en el extranjero. Todo va bien. Tuvo la suerte de crecer en las condiciones adecuadas y realizó actos meritorios. Así, con habilidades y tiempo ha construido una vida muy cómoda para él y sus hijos.

Al mismo tiempo, el que trabaja con los brazos, con igual o mayor mérito debido al esfuerzo y al tiempo que ha invertido, no tiene nada. No ha tenido la suerte de nacer en el mismo entorno y, por mucho que sude, apenas puede sobrevivir.

Permítanme contarles un caso que no puedo olvidar: un joven que vi varias veces cerca de mi casa en Buenos Aires. Lo encontraba en la calle, haciendo su trabajo, que consistía en recoger cartones y botellas para alimentar a su familia. Cuando iba a la universidad por las mañanas, al volver, me lo encontraba trabajando por la noche. Una vez le pregunté: «¿Pero cuántas horas trabajas?». Me contestó: «Entre 12 y 15 horas al día. Porque tengo varios hijos que mantener y quiero que tengan un futuro mejor que el mío».

Entonces le pregunté: «¿Pero cuándo estás con ellos?». Me contestó: «Tengo que elegir, o me quedo con ellos o les llevo comida». A pesar de ello, una persona bien vestida que pasaba por allí le dijo: «¡Vete a trabajar de vago!». Estas palabras me parecieron de una crueldad y una vanidad horrendas. Pero esas palabras también se pueden encontrar escondidas detrás de otros discursos más elegantes.

El Papa Francisco dio un grito profético contra esta falsa idea. Y en varias conversaciones me señaló: mira, nos llevan a pensar que la mayoría de los pobres lo son porque no tienen «méritos». Parece que el que ha heredado muchos bienes es más digno que el que ha trabajado duro toda su vida sin poder ahorrar nada ni siquiera comprarse una casita.

Por eso afirmaba en Evangelli gaudium que en este modelo «no parece tener sentido invertir para que los que se quedan atrás, los débiles o los menos dotados puedan abrirse camino en la vida» (EG 209).

La pregunta que vuelve es siempre la misma: ¿los menos dotados no son personas humanas? ¿Los débiles no tienen la misma dignidad que nosotros? ¿Acaso los que nacen con menos posibilidades se limitan a sobrevivir? ¿No tienen la posibilidad de tener un trabajo que les permita crecer, desarrollarse, crear algo mejor para sus hijos? De la respuesta que demos a estas preguntas depende el valor de nuestra sociedad.

Pero permítanme presentarles también al Papa Francisco como un trabajador. No sólo ha hablado del valor del trabajo, sino que toda su vida ha vivido su misión con gran esfuerzo, pasión y compromiso. Para mí siempre fue un misterio entender cómo pudo soportar, aún siendo un hombre grande y con varias enfermedades, un ritmo de trabajo tan exigente. No sólo trabajaba por las mañanas con diversas reuniones, audiencias, celebraciones y encuentros, sino también toda la tarde. Y me pareció verdaderamente heroico que con los poquísimos tal vez que tenía en sus últimos días se hiciera fuerte para visitar una cárcel.

No es que podamos tomarlo como ejemplo, porque nunca solía tomarse unos días de descanso. En Buenos Aires, en verano, si no encontrabas un sacerdote seguro que lo encontrabas a él. Cuando estaba en Argentina nunca salía a cenar, al teatro, a pasear o a ver una película, nunca se tomaba un día libre del todo. Mientras que nosotros, que somos normales, no podíamos resistirnos. Pero su vida es un incentivo para vivir nuestro trabajo con generosidad.

Lo que quiero mostrar, sin embargo, es hasta qué punto comprendió que su trabajo era su misión, su trabajo cotidiano era su respuesta al amor de Dios, era la expresión de su preocupación por el bien de los demás. Y por estas razones el trabajo mismo era su alegría, su alimento, su descanso. Experimentó lo que dice la primera lectura que hemos escuchado: «ninguno de nosotros vive para sí mismo».

Pedimos por todos los trabajadores, que a veces tienen que trabajar en condiciones desagradables, para que encuentren un modo de vivir su trabajo con dignidad y esperanza, y para que reciban una compensación que les permita mirar hacia adelante con esperanza.

Pero en esta Misa, con la presencia de la Curia vaticana, tenemos en cuenta que en la Curia también trabajamos. En efecto, somos trabajadores que cumplimos un horario, que realizamos las tareas que se nos asignan, que debemos ser responsables y esforzarnos y sacrificarnos en nuestros compromisos.

La responsabilidad del trabajo es también para nosotros, en la Curia, un camino de maduración y de realización como cristianos.

Por último, permítanme recordarles el amor del Papa Francisco por San José, ese trabajador fuerte y humilde, ese carpintero de una pequeña y olvidada aldea, que cuidó de María y de Jesús con su trabajo.

Y recordemos también que cuando el Papa Francisco tenía un gran problema, ponía un papel con una súplica bajo la imagen de San José. Así que pidámosle a San José que le dé a nuestro querido Papa Francisco un gran abrazo en el cielo.

Exaudi Redacción