Pasión por la empresa

Cuando apasionarse por un proyecto implica padecer con él

(C) Pexels
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Desde el Jueves Santo al Domingo de Resurrección, los cristianos celebramos a través de la liturgia, y de forma especialmente intensa, el Misterio Pascual, es decir, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. No se trata del recuerdo de algo que ocurrió, sino de un memorial, de la actualización aquí y ahora de un acontecimiento de tal profundidad, fuerza y magnitud, que tiene la capacidad de atravesar, lo mismo que la luz de las estrellas, el espacio y el tiempo para hacerse presente en cada uno de nosotros.

Y ese acontecimiento actualizado es enseñanza y experiencia para cada uno de nosotros. El término “pasión”, del latín passio, -ōnis, y este del griego πάθος (páthos) está lleno de significados. El diccionario de la Real Academia Española de la lengua habla de pasión para referirse a la acción de padecer, pero también a esa vinculación vehemente a una persona o proyecto. Y esos dos significados se nos presentan como la cara y la cruz de su raíz más profunda: el amor.

Amar supone apasionarse, pero también conlleva padecimiento. El que ama es feliz, pero también sufre por aquella realidad amada.

Si algo caracteriza a los empresarios y directivos es su “apasionarse” por los proyectos, por las ideas, por los productos y/o servicios que ofrece a través de la actividad empresarial. Si algo caracteriza al empresario y directivo cristiano es que ese “apasionarse” lo vive alineado a la pasión de Cristo. En otras palabras, lo vive desde el gozo y también desde la cruz que supone el amor.


La pasión por la empresa conlleva, inevitablemente, padecer “con” la empresa, preocuparse por los riesgos que asumimos, tomar decisiones “dolorosas”; pero también la pasión por la empresa conlleva padecer “de” la empresa, encajar el dolor que procede de la soledad, de la incomprensión inherente a la responsabilidad de dirigir y gestionar. Y es aquí donde nos identificamos con el Cristo sufriente, porque cuando la fuente de ese padecer está en la misma realidad humana es cuando más necesitamos mirar a Aquel que padeció por la humanidad, por cada uno de nosotros.

Pero la última palabra no la tiene ni el dolor ni la muerte. Los cristianos no adoramos a un Dios de muertos, sino de vivos (Mc 12, 27). La última palabra la tiene la Palabra, la Resurrección, la Vida. Y es aquí donde los empresarios y directivos cristianos nos identificamos con el mensaje más profundo de la fe. También nuestros proyectos, nuestras empresas, están llamadas a ser iluminadas por la esperanza, una esperanza fundada en la convicción de la posibilidad de una vida resucitada.

Pero, inevitablemente, no hay resurrección sin amor, y no hay amor sin pasión y muerte…

Dionisio Blasco España es Delegado Territorial de Acción Social Empresarial en la Diócesis de Málaga