¿Por qué la Iglesia Católica es “santa”?

Preguntas y respuestas

Por qué Iglesia santa
Vaticano © Cathopic. Sonia Trujillo G.

¿Por qué la Iglesia Católica es “santa”?, el padre Jairo Yate, sacerdote y juez instructor en la diócesis de Ibagué, Colombia, responde a esta cuestión según el magisterio de la propia Iglesia.

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¿Qué enseña el magisterio sobre la Iglesia?

“La fe confiesa que la Iglesia […] no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama ‘el solo santo’, amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios’ (Lumen Gentium 39). La Iglesia es, pues, ‘el Pueblo santo de Dios’ (Lumen Gentium 12), y sus miembros son llamados ‘santos’ (cf. Hechos 9, 13; 1 Corintios 6, 1; 16, 1)” (Catecismo de la Iglesia Católica 823).

¿Cómo logra la Iglesia ser santa?

La Iglesia, unida a Cristo, está santificada por Él y en Él, ella también ha sido hecha santificadora. Todas las obras de la Iglesia se esfuerzan en conseguir la “santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios” (Sacrosanctum Concilium 10)

La caridad es el alma de la santidad a la que todos están llamados: “rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin [132]. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo” (Lumen Gentium 42).

 ¿Si somos pecadores, cómo puede la Iglesia ser santa?

La Iglesia “es, pues, santa, aunque abarque en su seno pecadores, porque ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se alimentan de esta vida, se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma que impiden que la santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo” (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 19). (cf. Catecismo 823 – 827).

Si la Iglesia es santa. ¿Nosotros estamos llamados a ser santos?

“Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre” (Lumen Gentium 11).

“Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia”. En efecto, “la santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero” (Catecismo 828).

Dice el Papa Francisco: “Todo cristiano está llamado a la santidad”. La santidad no consiste primero en el hacer cosas extraordinarias, sino en el dejar actuar a Dios. Y el encuentro de nuestra debilidad con la fuerza de su gracia, es tener confianza en su acción que nos permite vivir en la caridad, de hacer todo con alegría y humildad, para la gloria de Dios y en el servicio al prójimo.

¿Puedo ser santo? Como Dios es santo y su Iglesia es santa

Francisco insiste reiteradamente en que cada uno de nosotros tome conciencia de la necesidad de que lo que creemos coincida con lo que hacemos, o con lo que predicamos


En materia de fe, hay que evitar los escándalos. Los mandamientos de la ley de Dios, son base para un excelente cristianismo. Si vas a la Iglesia, vive como hijo, como hermano, da siempre testimonio.

Hay que pensar en un proyecto de vida, hacia la santidad.  El mundo moderno no ofrece espacios para una vida santa, agradable a Dios, útil para la sociedad. Es un mundo controvertido en sus ideas, en sus planteamientos éticos y morales, en sus comportamientos.

El proyecto de vida para un santo puede ser: Quien no se reconoce pecador no logra el objetivo de la santidad. La vanidad y el orgullo, lesionan fuertemente el camino hacia la santidad. Sentirse satisfecho de sí mismo, se puede convertir como una piedra en el zapato, para lograr una vida en santidad.

La doblez, la mentira y la falsedad se oponen a una personalidad santa. La tristeza y la ingratitud, no son signos de santidad. La mediocridad, te conformas con lo poco, no llegarás a ser santo. Las críticas y las habladurías no son medio para la santidad. (Papa Francisco. Gaudete et exsultate).

El apóstol san Pablo propone la caridad como un medio efectivo para lograr una vida sana y santa: que tiene en cuenta a los demás, que purifica el pensamiento, que orienta la razón, que se centra en lo justo: “La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta (1 Corintios 13,4-7). La caridad es la mayor de las virtudes, (cfr. 1 Corintios 13,13).

Jesucristo, el mejor ejemplo de santidad para la vida cotidiana

El Evangelio según san Mateo ofrece la oportunidad a todos los que somos creyentes y bautizados de encontrar el camino práctico y correcto, para llevar una vida agradable a los ojos de Dios. Una vida santa: Aquella persona que hace lo que le agrada a su Señor.

Inicia en el capítulo 5 y se extiende hasta el capítulo séptimo. (Mateo 5,1—7,29).  El primer camino del Evangelio son las bienaventuranzas. Jesucristo define quién puede ser una persona bienaventurada: Los pobres en el espíritu, los justos, los misericordiosos, los limpios de corazón, etc. (5, 1-12)-

El segundo camino, es el nuevo estilo de vida propuesto por el Salvador del Mundo: “El que cumpla la ley de Dios será grande (5,19)”. “Aquel que se encolerice contra su hermano, será reo” (5,21). “No jurar en modo alguno. (5,34). No a la ley, ojo por ojo y diente por diente” (5,38). “Amar a los enemigos y orar por los que nos persiguen. (5, 43). Sean perfectos, como es perfecto el Padre celestial” (5,48).

La imitación de Cristo, nos permite llegar a ser santos. Se hace posible por la presencia en nosotros del Espíritu Santo, quien es el alma de la multiforme santidad de la Iglesia y de cada cristiano. Es el Espíritu Santo quien nos mueve interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas (cfr. Marcos 12, 30), y a amarnos los unos a los otros como Cristo nos ha amado (cfr. Juan 13, 34).