¿Por qué son tan miedosos? ¿Todavía no tienen Fe?

Una reflexión sobre el miedo

(C) Pexels
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Si seguiste la bendición Urbi et Orbi que el Papa dio el 26 de marzo de este año entonces el título de este artículo seguro te parece conocido. Si no, mas adelante te platico un poco de esto (pero te recomiendo que la busques y la veas, vale muchísimo la pena). Hoy te comparto mi reflexión sobre el miedo. Sé que a veces nos da la impresión de que todo lo malo que podría pasar está pasando, y no sólo en el mundo si no en nuestras vidas.

Recuerdo el día en que el Papa impartió esta bendición. Te platico que yo me encontraba en casa en cuarentena e incapacitada por una cuestión de salud que me tenía preocupada. Estaba en reposo total, no podía hacer mucho. Ni siquiera salir y ver a mi familia o amigos, como comprenderás y tal vez podrás identificarte conmigo. Las palabras de Dios por medio del Papa y la presencia de Jesús sacramentado fueron para mí como alimento, era Dios hablándome.

Las palabras del Papa Francisco en la ceremonia de la bendición de la que te platico están basadas en Mc 4, 35-41.

¿Por qué tienes miedo?

Todo esto me llevó a reflexionar ¿Por qué tememos? ¿Por qué experimentamos miedo? Sé que es una reacción natural y hasta necesaria para nuestra supervivencia, pero Dios, en diferentes ocasiones nos manda a no temer, entonces si Él lo pide, es posible. Para mí como cristiana era extremadamente difícil pues desde pequeña he sido un cúmulo de miedos. Desde los más sencillos como las arañas y las inyecciones, los más comunes como perderte o ser olvidada en el super y miedos raros, hasta llegar a los más profundos; los que te quitan el sueño y te hacen llorar, cada quien tendrá los propios.

Entonces el miedo natural, el que nos indica que debemos alejarnos del peligro se convierte a veces en algo que nos invade y dirige nuestras acciones. El miedo que Dios no desea, que nos invita a no tener, es aquel que nos mortifica, nos paraliza, nos aísla y nos hace cobardes.

Ese miedo es producto de sentir que no estás bajo el cuidado de nadie, te asegura que Dios no está velando por ti, que está dormido o se ha olvidado de los anhelos de tu corazón. Te hace dirigir tu mirada a lo que está mal, a la maldad en el mundo y luego te dice que no puedes hacer nada o por el contrario te lleva a pensar que todo depende de ti, de mi y/o los otros. Que las personas, la salud, la conservación del mundo y de tu vida son sólo tu responsabilidad y no hay una red que te sostendrá si caes, pero ¿sabes? ¡Si la hay!

¿Acaso no confías?

Imaginemos por un momento que somos trapecistas. En la vida en muchas ocasiones deberemos dejar la seguridad de la plataforma, tomar riesgos y saltar. Sólo podremos hacerlo con libertad cuando sabemos que alguien nos sostendrá, que seremos atrapados y estaremos a salvo. Confía en el receptor.

¿Todavía no tienes fe?

Por la pregunta que Jesús lanza a sus discípulos pareciera que el miedo se contrapone con la fe, pero no es así. En este relato los discípulos estaban asustados, había un tormenta. Parecía que se hundían, pero ellos no dejaron de creer en Jesús, pues le invocaron. La pregunta “¿Aún no tenéis fe?” Surge de la forma en que lo hacen ¿No te importa que perezcamos? Sus más cercanos le dicen: “no te importamos, pensamos que nos dejarías morir”. Nosotros somos también sus más cercanos y cada vez que caemos en desesperación, que nos consume el miedo es como si pensáramos “es que no te importa” “me estoy ahogando. ¿No te importa lo que sufro, lo que temo, lo que lloro, lo que vivo?” Imagina lo que fue para Jesús, para Dios escuchar esto.

¡Si! Es precisamente a Él a quien le importamos más que a nadie, esto nos enseña que no es tanto creer que Dios existe, sino ir hacia Él, confiar en Él, en quien trae serenidad a nuestras tormentas, Él que nos invita a soltar.


A veces parece que está dormido

Mientras la tormenta asustaba a los discípulos, Jesús dormía. Dios como buen Padre nos acompaña siempre, pero también nos enseña a ser valientes. Como cuando estamos aprendiendo a caminar o a andar en bicicleta. Nuestro papá o mamá nos sueltan por un instante para probar la fuerza de nuestras piernas, para desarrollar nuestras habilidades. No se han ido, no lo harán, siguen ahí pendientes, alerta, y si hubiera un problema nos tomarán de nuevo de la mano.

Así imagino a Dios. Por eso nuestra fe y valor no debería depender de “qué tan bien va nuestra vida o de la falta de problemas, de qué tan calmado esté el mar o si hay tormenta”. Como decía San Agustín: “No temas ser atribulado, como si Dios no estuviese contigo. Ten fe y Dios estará contigo en la tribulación”. Yo no sé, nadie sabe lo que va a pasar mañana, pero sé que Dios prometió estar conmigo y contigo todos los días de nuestra vida.

Entonces despertó. Se encaró con el viento… y siguió una gran calma (Mc 4, 39)

Soy educadora, me dedico a trabajar con niños pequeños y en mi salón hay un cuento titulado “De verdad que no podía”. La primera vez que lo leí a mis alumnos me conmovió pues trata de un niño y su mamá.

Comienza diciendo que el niño no puede dormir porque tiene miedo a un mosquito. La mamá lo soluciona fabricándole una pijama anti mosquitos, un casco y espada. El niño la llama varias veces más, cada vez con un miedo nuevo y cada vez la mamá lo soluciona fabricando herramientas, escribiendo cartas y recados. El niño estaba lleno de miedos que no lo dejaban descansar y sin importar lo que su mamá hiciera sus miedos no se iban. Al final Mark, el niño de la historia, confiesa “¡Es que tengo miedo de todo!” Me sentí tan identificada, “es que sigo teniendo miedo” dice a su mamá. Ella regresa, se sienta junto a la cama de su hijo y le dice que no se movería de su lado, es entonces que el niño se queda dormido.

Si, sigo teniendo miedo

Me recordó el trabajo que Dios hace con nosotros. Nos da herramientas para ser valientes. Su palabra, la oración, la asistencia, el ejemplo de los santos, nuestro bautismo y a veces le decimos como Mark “es que sigo teniendo miedo”. Es hasta que experimentamos su presencia a nuestro lado que podemos descansar.

Espero que como a mí, estas palabras te sirvan y recuerdes que Dios camina a tu lado, y así, confiando nuestra vida y la vida de los que amamos a Él podamos vivir libres y felices, así como Él quiere.

“Mas tu Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: (Mt 28, 5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf.1 P 5,7)

Dinorah Hernández