El fin de la vida humana: Reflexión a partir de ‘Samaritanus Bonus’

Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe

Reflexión Samaritanus Bonus
Cuidado de enfermos © Cathopic. Carlos Daniel.

La doctora María Elisabeth de los Ríos Uriarte, profesora e investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac de México, ofrece a los lectores de Exaudi su artículo “El fin de la vida humana: Reflexión a partir de ‘Samaritanus Bonus’”. Samaritanus Bonus es la  carta elaborada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 2020 y comprende reflexiones, lineamientos y criterios para un actuar ético y apegado a la doctrina eclesial y al magisterio de la Iglesia en los temas referentes a “las personas en fases críticas y terminales de la vida”.

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Los últimos acontecimientos mundiales en países como España y Perú apuntan a una cultura del descarte y de la inmediatez en donde la vida se valora únicamente en función de su utilidad y placer y no en su relación con un sentido trascendental y profundo que promueva y defienda su intrínseca dignidad.

En un escenario tan desalentador como el que llevamos más de un año viviendo donde la muerte parece estar, cada vez más cercana e incluso tocando en nuestra puerta, es común que resuenen ideas que versen sobre ese fin de la vida tan temido por todos y que se trate de adelantarlo o eliminarlo con peticiones como la eutanasia y el suicidio asistido.

Cuando se analizan bien estas acciones lo que brinca a primera vista es que, en realidad, no son prácticas que eliminen el dolor y el sufrimiento, que parten de una noción utilitarista y que, a menudo se confunden entre sí.

Conviene por ende, aclarar primero la diferencia entre eutanasia y suicidio asistido. Mientras que la primera consiste en que, preferentemente un médico o profesional sanitario coloque ciertas sustancias o deje de realizar determinadas acciones que provoquen la muerte directa del enfermo, el suicidio asistido consiste en que sea el mismo enfermo que lo ha solicitado el que, ayudado por alguien más, ponga fin a su vida sea mediante la ingesta de alguna sustancia o de medicamentos que paralicen su corazón y le provoquen la muerte.

Aunque sutil, la diferencia esencial radica en que en la eutanasia es alguien más quien provoca la muerte y en el suicidio asistido es la misma persona que lo ha solicitado tras haber sido auxiliada previamente por otra. En ambos casos se incluyen a terceros que cometen actos no éticos y que, incluso, pueden verse procesados jurídicamente.

Ahora bien, se cree que la eutanasia aliviará los sufrimientos y dolores de los pacientes terminales o con diagnósticos irrecuperables, sin embargo, hoy por hoy se ha comprobado también que los cuidados paliativos hacen ese trabajo con excelencia y logran controlar los signos y síntomas con éxito. Si esto es así ¿por qué empeñarse en aprobar la eutanasia o el suicidio asistido?

En muchas ocasiones, lo que hay detrás de peticiones de este tipo es una profunda pérdida del sentido de vida a menudo propiciada por la soledad del enfermo, la falta de empatía de sus familiares o médicos, sentimientos de angustia, miedo, incertidumbre, un dolor incontrolable, etc. De tal manera que, cuando se atienden estas emociones, las peticiones de eutanasia suelen disminuir.

Es por lo anterior que decimos que existen más alternativas a la eutanasia y que éstas tienen que ver con brindar el máximo confort físico, psicológico y espiritual a la persona enferma y acompañar su doloroso tránsito en el umbral de su muerte. En este sentido, los cuidados paliativos que atienden estos panoramas de forma integral son la alternativa ética para la eutanasia.

Acompañar a la persona y, particularmente, al enfermo terminal con una mirada compasiva y amorosa son, hoy, tareas urgentes que nos deben interpelar como personas y como católicos. Para ello, si bien en el magisterio de la Iglesia se encuentran numerosas exhortaciones y pronunciamientos a este proceso de acompañamiento del enfermo, la carta Samaritanus Bonus elaborada por la Congregación para la Doctrina de la Fe el 14 de julio de 2020 y publicada el 22 de septiembre del mismo año comprende reflexiones, lineamientos y criterios para un actuar ético y apegado a la doctrina eclesial y al magisterio de la Iglesia en los temas referentes a “las personas en fases críticas y terminales de la vida” y constituye un compendio de enseñanzas éticas y bioéticas que invita a hacernos “próximos” al enfermo sufriente y ser capaces de transmitirle el Amor del Padre que lo abraza desde nosotros.

Resaltando las actitudes, sobre todo, de la empatía y de la compasión se puede evitar que la relación médico-paciente se reduzca meramente al plano tecnológico así como que la muerte y el dolor sean criterios de determinación del valor de la vida humana.

En este documento se nos invita a adoptar la mirada contemplativa del samaritano que se compadece y pone atención en el dolor del otro y no permanece indiferente si no que se acerca, cura, atiende y cuida. Compadecerse significa entonces reconocer el valor sagrado de la vida fundado en la inviolabilidad de la dignidad humana y reconocerlo como el primer bien ya que es la condición de posibilidad y disfrute de otros bienes.

Por lo anterior, no se puede ni es aceptable atentar contra la vida de alguien más ni si quiera si éste lo solicita; acceder a la eutanasia no es reconocer la autonomía del individuo si no desconocer el valor de su libertad y el valor de su vida negándole ámbitos y posibilidades de relación y apertura al sentido de la existencia.

La carta también menciona algunos obstáculos que no permiten un buen entendimiento del valor de la vida humana como el uso equívoco del concepto de “muerte digna” en contraste con el de “calidad de vida” en donde el segundo se entiende en el contexto utilitarista de posibilidades económicas y productivas, el disfrute de la belleza y del placer, el deleite de la vida, etc reduciendo la vida sólo a sus facetas “aceptables” y creyendo que, cuando éstas no son asequibles se debe poner fin a la primera, 2)  la errónea comprensión de la noción de compasión que alude e invita a acabar con una vida cuando el sufrimiento parece insoportable, así, se es compasivo ayudando a morir a otros cuando debiera ser un acogiendo y acompañando al enfermo y 3) un individualismo creciente en donde veo a los otros como amenaza para mi libertad y que conduce a la soledad que, en muchos casos, subyacen a las peticiones de eutanasia y suicidio asistido.

De igual modo, la carta aborda once temas cruciales sobre los dilemas éticos al final de la vida para proponer una postura ética y bioética frente a ellos.


1.- Prohibición de la eutanasia y del suicidio asistido. La vida, la autonomía, la capacidad de decisión y la calidad de vida no se encuentran en la misma jerarquía y, por ende, no deben valorarse por igual así que la decisión de la eutanasia no debe provenir de la elección de un valor por encima del otro si no de su valoración intrínseca que lo hace un acto malo en todo momento y circunstancia; por ende, la cooperación formal o material con este acto es igualmente mala y considerada como pecado grave. Lo anterior se recrudece en el suicidio asistido donde, además, se involucra a otra persona en el acto ilícito y grave de atentar contra un ser humano. Ambas, eutanasia y suicidio asistido, siempre serán elecciones incorrectas.

Lo mismo sucede cuando se promulgan leyes a favor de la eutanasia que cooperan al primer acto gravemente malo.

2.- La obligación moral de evitar el ensañamiento terapéutico: Tutelar la dignidad del morir implica tanto el evitar la anticipación de la muerte provocada como su retraso mediante el ensañamiento terapéutico.

Así pues, es lícito, ante la inminencia de la muerte, tomar la decisión de renunciar a las medidas o tratamientos que buscan prolongar la vida y no brindan un beneficio real para el paciente; sin embargo, no es lícito suspender las medidas necesarias y benéficas para éste.

3.- Los cuidados básicos: el deber de alimentación e hidratación: Se tiene el deber de continuar la asistencia al enfermo con las medidas que conserven sus funciones fisiológicas, a saber, la alimentación y la hidratación, siempre que sean benéficas y no comporten más riesgos que beneficios. Suspenderlas, cuando ayudan a mantener la vida del enfermo es un acto intrínsecamente malo que conlleva la muerte del paciente.

4.- Los cuidados paliativos: los enfermos en etapa terminal tienen diversas necesidades que van desde la asistencia y alivio del dolor, hasta necesidades emotivas y psicológicas que deben ser solícitamente atendidas. Para ello, los cuidados paliativos surgen como respuesta para atender estas necesidades pero no deben ser confundidos con la asistencia para la muerte ni como la suspensión de la alimentación e hidratación como medidas de soporte para el paciente.

Los cuidados paliativos son, entonces, la expresión más auténtica de la acción humana y cristiana del cuidado.

5.- El papel de la familia y los hospices: se resalta el papel central de la familia en el acompañamiento del enfermo así como de los hospices como lugar de apoyo y seguimiento tanto para el enfermo como para su familia.

6.- El acompañamiento y cuidado en la edad prenatal y pediátrica: se confirma que el valor de los niños y de los neonatos es igual que el de los adultos y, por ende, merece tener el mayor respeto y la mayor protección.

7.- Terapias analgésicas y supresión de la conciencia: se admite como lícita la supresión de la conciencia para aliviar el dolor cuando no existan otras alternativas o las que hay se hayan comprobado como ineficientes pero se recomienda que sea siempre con el consentimiento de la persona o si ésta ya no puede otorgarlo, la familia podrá hacerlo.   La intención de los fármacos y de quien los administra debe ser siempre el alivio del dolor y nunca la muerte del paciente.

8.- El estado vegetativo y el estado de mínima conciencia: no hay razón alguna para pensar que una persona que se encuentre en estado vegetativo o en estado de mínima conciencia ya no sean personas y menos aún, ya no posean su dignidad intrínseca. Se promueve el cuidado y acompañamiento de estas personas incluida su alimentación e hidratación siempre que produzcan un beneficio y no representen un mayor riesgo.

9.- La objeción de conciencia de los agentes sanitarios y de las instituciones sanitarias católicas: se constituye como un deber de los agentes sanitarios rechazar cualquier cooperación formal o material con las peticiones de eutanasia o suicidio asistido así como con su ejecución. No existe un derecho ni a la eutanasia ni al suicidio asistido pero sí uno a conservar, cuidar y proteger la vida humana, por ende, el derecho a la objeción de conciencia debe promoverse y reconocerse. En caso de no reconocerse legalmente, se tiene el deber de desobedecer aquellas leyes que se consideren contrarias al valor de la vida.

10.- Acompañamiento pastoral y apoyo de los sacramentos: en este último apartado se reflexiona sobre la importancia de acompañar a las personas en su fase terminal aún cuando éstas solicitan la eutanasia.

El acompañamiento debe fundarse en las actitudes del Buen Samaritano: atención, escucha comprensión, compasión, discreción y evitar otras contrarias como la indiferencia, la apatía, el prejuicio, el miedo a involucrarse y encerrarse en las propias preocupaciones.

11.- El discernimiento pastoral para quien pide la eutanasia o el suicidio asistido: el apoyo sacramental debe advertir que el sacramento de la reconciliación y absolución de los pecados no puede administrarse cuando no existe el verdadero arrepentimiento y el propósito de enmienda; no obstante, el acompañamiento pastoral puede y debe estar dispuesto siempre a la administración de estos sacramentos si el enfermo presenta el firme propósito de erradicar su decisión, aún cuando ésta haya sido ya plasmada en algún documento.

En conclusión, la carta aporta reflexiones valiosas para afrontar, de manera ética y acorde con los principios del magisterio de la Iglesia, los dilemas bioéticos del final de la vida humana y confirma, una vez más, el valor sagrado y superior de la vida humana y de la dignidad de la persona.