Reflexión de Mons. Enrique Díaz: Cielos nuevos y tierra nueva
V Domingo de Pascua

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este domingo, 18 de mayo de 2025, titulado: “Cielos nuevos y tierra nueva”.
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Hechos de los Apóstoles 14, 21-27: “Contaban a la comunidad lo que había hecho Dios por medio de ellos”
Salmo 144: “Bendeciré al Señor eternamente. Aleluya”
Apocalipsis 21, 1-5: “Descendía del Cielo, la ciudad santa, la nueva Jerusalén”
San Juan 13, 31-33. 34-35: “Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros”
El Apocalipsis hoy nos presenta una visión ideal del mundo que esperamos. Aunque muchos se refieren a este libro como catastrófico, su objetivo pretende dar esperanza, pero una esperanza real, que supere los graves problemas que enfrenta la comunidad: persecución, deserciones, divisiones, pobrezas y dificultades. Todo lo narra con símbolos e imágenes. Y en el texto que nos presenta este domingo, nos lanza a mirar hacia el futuro, proponiéndonos la imagen de un cielo nuevo y una tierra nueva. Es la esperanza maravillosa que podemos enarbolar frente a los pesimistas y profetas de la muerte y del desaliento que amenazan con una destrucción inexorable del mundo y ridiculizan la posibilidad de construir un mundo mejor. ¿Sueños de niños? Las propuestas del Apocalipsis están firmemente basadas en las promesas de la Nueva Alianza que Cristo ha sellado con su pasión y su triunfo sobre la muerte.
El Evangelio nos propone las bases para construir. Cuando Cristo se despide entrega a los discípulos su testamento espiritual: el gran mandato del amor como signo visible de la adhesión a Él y la vivencia real y afectiva de la fraternidad. Es la forma de construir de Jesús y es la forma en que quiere construyan sus discípulos. El mundo identificará de qué comunidad se trata si los discípulos guardan entre sí este mandato del amor. Jesús rescata la Ley, pero le pone como medio de cumplimiento el amor. Quien ama, cumple todos los demás preceptos de la Ley. Quizás la comunidad primitiva hubiera discutido cuál sería su distintivo propio e inequívoco. Para eso apelan a las palabras mismas de Jesús. En un mundo cargado de egoísmo, de envidias, rencores y odios, la comunidad está llamada a dar testimonio de otra realidad completamente nueva y distinta: el testimonio del amor. Allí están las bases sobre las que se puede construir una nueva sociedad. Mientras no vivamos el amor, ninguna ley podrá cambiar la sociedad.
Cuando nuestros políticos hacen propuestas que parecen novedosas, siempre se quedan cortos porque no está en la base el amor y el respeto mutuo. No es el amor romántico y dulzón de los novios adolescentes. Es el verdadero compromiso de entrega a los demás en la medida en que lo propone Jesús. Así como él amó. Amar hasta dar la vida. Es el amor de pareja que sabe superar las naturales diferencias; es el amor de padres que no crían hijos para después pasarles la factura en cuidados de ancianidad; es el amor al prójimo donde se tiene en cuenta a todos y cada uno y no se miran las propias conveniencias. Así, sí se podrá construir una ciudad nueva. Así podremos ilusionarnos en construir el Reino que Jesús propone y por el cual dio la vida.
Desgraciadamente los cristianos nos quedamos cortos. Tenemos un gran programa, pero poco lo realizamos. Una de las principales causas por las que tantos cristianos abandonan la Iglesia radica justamente en la falta de un testimonio mucho más abierto y decidido respecto al amor. Con mucha frecuencia nuestras comunidades son verdaderos campos de batalla donde nos enfrentamos unos contra otros; donde no reconocemos en el otro la imagen de Dios. Y eso afecta a la fe y a la buena voluntad de muchos creyentes.
Y no se pretende que en nuestras comunidades no haya discusiones o no se dé espacio a la diferencia. Es precisamente lo que hace grande a una comunidad, que es capaz de amar a los diferentes, capaz de integrar y sabe superar el conflicto. Es capaz de crear un ambiente de discernimiento, de acrisolamiento de la fe y de las convicciones más profundas respecto al Evangelio. En el conflicto –llevado en términos de respeto y amor cristiano mutuo- aprendemos justamente el valor de la tolerancia, del respeto a la diversidad, y el mejoramiento de nuestra manera de entender y practicar el amor. Del conflicto, así entendido, es posible hacer el espacio para construir y crecer. Para ello hacen falta la fe, la apertura al cambio y, sobre todo, la disposición de ser llenados por la fuerza viva de Jesús. Sólo en esa medida nuestra vida humana y cristiana va adquiriendo cada vez mayor sentido y va convirtiéndose en testimonio auténtico de evangelización.
¿Seremos capaces de construir a partir de nuestras diferencias? ¿Podremos proponernos una sociedad ideal donde todos sean respetados en sus derechos, en su individualidad y en el crecimiento de todos? Y, además, si seguimos el estilo de Jesús, cuidaremos de un modo muy especial a todos los menos favorecidos, los más pobres, los más necesitados. Porque a veces parece que se gobierna solo para favorecer a los más poderosos o con miedo a disgustarlos. Y cuando se hacen propuestas se está más atento a destruir y ridiculizar al adversario, que a ofrecer soluciones que entusiasmen y contagien a los ciudadanos en la construcción de una comunidad mejor.
Cada uno de nosotros, como cristianos, hoy nos tenemos que cuestionar nuestra actitud frente a la construcción el Reino. Aunque el Apocalipsis dice: “Vi que descendía del cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia”, de ninguna manera nos propone la pasividad e indiferencia como camino del futuro. Al contrario, una vez constatadas las dificultades y problemas, tanto internos como externos, nos lanza a que, confiando en Cristo resucitado, pongamos todo nuestro empeño en buscar ese mundo donde “ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos porque ya todo lo antiguo terminó”. Ciertamente la paz es un regalo de Dios, pero implica el trabajo intenso y confiado del hombre. La Ciudad Santa es empeño y don. Se requiere para construirla oración y sudor en el esfuerzo.
¿Cómo vivimos el mandamiento del amor entre nosotros? ¿Cómo damos testimonio de este amor en la familia, en el trabajo, en la construcción de la sociedad? ¿Cómo estamos construyendo esa “nueva ciudad”, esa nueva sociedad?
Señor, tú que nos has enseñado que en el amor al prójimo se sintetiza toda tu vida y tu doctrina, enséñanos a superar nuestros egoísmos y nuestro individualismo, para construir “los cielos nuevos y la tierra” en medio de nosotros, prenda de la verdadera Jerusalén celestial. Amén.
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