San Cirilo de Jerusalén: Reflexión del padre Joaquín Mestre

Comentario del padre Joaquín Mestre

San Cirilo de Jerusalén
San Cirilo de Jerusalén © Vidassantas.blogspot.com

El padre Joaquín Mestre, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, España, y experto en las Sagradas Escrituras, comparte con los lectores de Exaudi su comentario sobre san Cirilo de Jerusalén, obispo y doctor de la Iglesia, fiesta celebrada hoy 18 de marzo de 2021.

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Entrega pastoral y defensa de la fe

El valor de su entrega pastoral y de su defensa de la fe frente a los arrianos fue reconocido por el concilio de Constantinopla. Sus catequesis constituyen probablemente el mejor testimonio de cómo en los siglos III y IV se formaba a los catecúmenos. La imprecisión del vocabulario teológico de la época, que estaba en elaboración, y el talante conciliador propio de Cirilo, condujeron a algunos a dudar de su ortodoxia.

No obstante, la Iglesia de Oriente y la de Occidente mantuvieron una admiración constante hacia su síntesis catequética. En 1882 el Papa León XIII lo proclamó doctor de la Iglesia por la ejemplaridad de su vida, por su defensa de la fe y por el reconocido valor e influjo de su enseñanza.

Biografía de san Cirilo de Jerusalén

San Cirilo de Jerusalén nació en torno al año 315 en Jerusalén o o en algún lugar cercano. Tan solo dos años antes, en 313, los cristianos habían dejado de ser perseguidos y habían visto cómo el poder imperial reconocía su libertad de culto. El cristianismo, que era una religión minoritaria abrazada por poco más del cinco por ciento de la población del imperio romano, pasó a disfrutar del favor del emperador Constantino.

Durante la infancia y juventud de Cirilo la ciudad de Jerusalén fue escenario de una intervención arqueológica de suma importancia para los cristianos. Los romanos, para sofocar las revueltas de los judíos, habían arrasado Jerusalén en dos ocasiones, y habían edificado sobre sus ruinas una ciudad, Aelia Capitolina, en la que apenas quedaba rastro de la historia de Jesús. Constantino mandó derribar el templo de Venus que el emperador Adriano había hecho edificar sobre el Gólgota, y bajo sus cimientos se descubrió también una zona de canteras y un sepulcro que se identificó con el de Cristo. Bajo la pala de los excavadores, por toda la ciudad empezaron a emerger los lugares de la vida de Jesús. Constantino impulsó la construcción de un magnífico edificio con una basílica sobre el Gólgota y una rotonda al estilo del Panteón de Agripa sobre el Santo Sepulcro.

Cirilo tenía unos veinte años cuando la Basílica del Santo Sepulcro fue inaugurada, en una época en que los cristianos redescubrían la importancia de los lugares de sus orígenes, y la ciudad de Jerusalén se convertía en meta de numerosas peregrinaciones de cristianos procedentes de todas partes.

La Iglesia crecía sin cesar numéricamente y se volvía aún más imperiosa la necesidad de instruir adecuadamente a quienes querían ser cristianos. Con el cese de las persecuciones, y habiéndose convertido en una religión con la que el emperador simpatizaba, debía hacerse un discernimiento cuidadoso de las motivaciones de los que llamaban a las puertas de la Iglesia. Además: ni siquiera las persecuciones habían preservado al cristianismo del germen de la división. Se estaba aún aprendiendo a hablar de Dios, de la Trinidad, de Jesús, del Espíritu Santo, y las discusiones teológicas, alentadas con frecuencia por intereses mundanos, derivaron en enfrentamientos a veces muy violentos.


Cirilo fue ordenado sacerdote y obispo de Jerusalén en ese contexto cristiano tan lleno de vida y, al mismo tiempo, de fragilidad. Por ello desde el principio la catequesis y la edificación de la comunidad cristiana ocuparon el centro de su existencia. La gran obra de Cirilo que la historia nos ha legado es un conjunto de catequesis destinadas a preparar y consolidar el inicio de la vida cristiana. San Cirilo de Jerusalén expuso la mayoría de ellas en la Basílica del Santo Sepulcro.

Al carácter central que Jerusalén ocupa en la geografía del cristianismo, puesto que en ella acontecieron la pasión, muerte y resurrección de Cristo, corresponde la centralidad temática de las catequesis de Cirilo: los artículos del Credo y la naturaleza del Bautismo, Confirmación y Eucaristía, corazón del cristianismo. Había que incidir en los asuntos más importantes porque los recién llegados a la Iglesia procedían de tradiciones religiosas con mucho relativismo y era necesario evitar adhesiones paganas a la doctrina cristiana.

La excelencia de su empeño en la formación cristiana fue acompañada por la serenidad con que Cirilo afrontó las persecuciones, no ya a causa de leyes imperiales, sino en el seno mismo de la Iglesia. Fue depuesto de su tarea como obispo de Jerusalén y enviado al exilio en tres ocasiones, obra de un sínodo de su misma diócesis, del obispo arriano que le ordenó e incluso del emperador. Ninguna calumnia le impidió ayudar a los pobres incluso vendiendo costosos ornamentos litúrgicos para comprar alimentos. Ningún exilio amargó su carácter ni le condujo a hacer concesiones en materias doctrinales.

Murió como obispo de Jerusalén en marzo del 386, cinco años después de haber participado en el concilio de Constantinopla donde se asentó el credo que hoy seguimos recitando como formulación de nuestra fe.

El valor de su entrega pastoral y de su defensa de la fe frente a los arrianos fue reconocido por el concilio de Constantinopla. Sus catequesis constituyen probablemente el mejor testimonio de cómo en los siglos III y IV se formaba a los catecúmenos. La imprecisión del vocabulario teológico de la época, que estaba en elaboración, y el talante conciliador propio de san Cirilo de Jerusalén, condujeron a algunos a dudar de su ortodoxia.

No obstante, la Iglesia de Oriente y de Occidente mantuvo una admiración constante hacia su síntesis catequética. En 1882 el Papa León XIII lo proclamó doctor de la Iglesia por la ejemplaridad de su vida, por su defensa de la fe, y por el reconocido valor e influjo de su enseñanza.

El recuerdo de su vida nos invita a no desalentarnos ante las disensiones que también hoy hay en el seno de la Iglesia; a no ceder a los cantos de sirena de un buenismo doctrinal que promete paz a cambio de verdad; a conocer más profundamente nuestra fe para poder exponerla de un modo más sencillo y profundo; a devolver a la formación cristiana básica el lugar neurálgico que le corresponde para poder ofrecer a todos adecuadamente vida que brota de la Palabra de Dios y de los Sacramentos.