Santa María Madre de Dios: Reflexión de Mons. Enrique Díaz

Belén

Santa María Madre de Dios © Cathopic

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo, Domingo, 1 de enero de 2023 titulado: “Santa María Madre de Dios”.

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Números 6, 22-27: “Invocarán mi nombre y yo los bendeciré”

Salmo 66: “Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos”

Gálatas 4, 4-7: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer”

San Lucas 2, 16-21: “Encontraron a María, a José y al niño. Al cumplirse los ocho días, le pusieron el nombre de Jesús”.

El mes de diciembre estuvo teñido de sangre. Sangre derramada por la imprudencia e irresponsabilidad; sangre derramada por las prisas y el alcohol, pero más grave, sangre derramada con premeditación, alevosía y una crueldad inexplicable. Hay crímenes que parecen brotar de un odio incontenible. Y a nivel internacional nos hemos visto sacudidos por la guera en Ucranía y tantos lugares convulcionados por la violencia. En el recuento de un noticiero  se atreven a opinar: “¿Son hombres o son bestias? La vida salvaje de los animales encuentra su explicación en la sobrevivencia, en la lucha por el territorio y en saciar su hambre… pero esos actos criminales van mucho más allá: es matar por matar, o por ideología o por ambición. Es  manifestar un desprecio total por la vida y por el hermano. Es llevar mucho más lejos la ley de la selva.  Son guerras sin sentido, ni razones”. Los comentarios, no siempre imparciales, siguen desgranando trágicas narraciones ante la indiferencia de muchos. Continúan las guerras falsamente justificadas, la terrible hambruna que azota gran parte de nuestro planeta, la  polarización del país, la violencia familiar y el dolor y la crucifixión de una humanidad humillada en millones de hermanos de nuestras sociedades en frontera. ¿Qué pasa en el corazón del hombre?


Olvidado por unos y despreciado por otros, queda el Belén con su propuesta de vida, su ofrecimiento de reconciliación y el único camino que nos conducirá a la verdadera paz. Lo que sucedió “en aquel tiempo”, parece estar sucediendo ahora: Cristo continúa su encarnación en medio de los pobres y despreciados, mientras el mundo continúa su camino de ignorancia y desprecio.  Este primer día del año nos ofrece la pausa y el respiro necesarios para tomar aliento e iniciar con decisión el nuevo año.  Se nos presenta este nuevo día como momento de gracia y bendición, descubrimos el paso del Señor en el año que se ha ido y suplicamos su bendición para el nuevo año que comienza. La imagen de Belén trae nuevas esperanzas y oportunidades para la construcción de un nuevo mundo posible. Jesús, el verdadero Príncipe de la Paz, con su vida y amor desarma y construye, ilumina y descubre nuevos caminos para la paz. Y todo esto lo podemos hacer de la mano, con el ejemplo y bajo el cuidado de María, la pequeña, la sencilla, la que escucha la palabra, la madre de Jesús.

 ¿Qué me deja el año que termina? Miro hacia atrás y contemplo la sucesión de los días como en un torbellino, y me detengo a revisar qué viví como importante, qué huecos y vacíos han quedado, cuántas cosas realicé que me trajeron alegría, cuántas cosas se quedaron en el baúl de las buenas intenciones… Hubo momentos de soledad, de dolor y sufrimiento, es cierto; pero también hubo momentos de comprensión, de cariño, de trabajo, de éxitos y de alegrías… Es la vida vivida a plenitud, es la vida regalo de Dios. Me duelen las ausencias de los seres queridos que se han ido y han dejado recuerdos llenos de nostalgia y vacíos imposibles de llenar; me duelen las enfermedades propias y ajenas que  prueban nuestra fe y nuestra fortaleza, que minan nuestras seguridades y que nos hacen comprender lo frágiles que somos. Me duele la violencia, el hambre, la muerte y la corrupción. Pero al mirar cada día y cada instante, descubro con sorpresa y agradecimiento la presencia incondicional de Jesús. Hay momentos que me he olvidado de Él, pero Él nunca se ha olvidado de mí; hay momentos que mi actuar no fue conforme a su pensamiento, pero Él nunca me abandonó. Siempre he sentido su presencia cercana, discreta e incondicional. Como en Belén, en silencio, en medio de la violencia sigue ofreciendo su propuesta de paz.  Para mí, este momento es un instante de gracia y un regalo de su amor.

A l inicio del año  encuentro una bendición. Moisés transmite a Aarón la forma en que todo israelita debe iniciar todas sus obras, con el recuerdo y la experiencia de la presencia de Dios en sus vidas: “El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz”.  Es el acontecimiento más grande para todos los hombres: contemplarse en el rostro misericordioso de Dios. Es el inicio de una verdadera paz: descubrirse hermanos y bendecidos por el mismo Padre. Es convertirnos en bendición para los demás y manifestar el rostro de Dios en nuestras vidas al mismo tiempo que descubrimos en ellos el rostro de Dios. Esta bendición tiene su plenitud en el pasaje evangélico. El texto termina con el relato de la circuncisión. Es un rito que expresa las raíces judías de Jesús, el entronque con las promesas de los profetas del Antiguo Testamento. Jesús nació bajo la Ley, pero vino a rescatar a los que estaban bajo la Ley, para convertirles en hijos de adopción. Todos hemos sido rescatados por Jesús, pues Él es nuestro hermano. Ahora ya podemos llamar a Dios «¡Abbá!», Padre. Confieso que es la mejor noticia que podía recibir: Dios es mi padre, que me quiere, me mima, me perdona, está pendiente de mí, me guía por el buen camino. ¿Por qué temer, si Dios me acompaña siempre?

Y esta noticia y bendición es el mejor camino que tenemos para romper con la escalada de violencia. Como propone el Papa Francisco para este día en la jornada mundial de la paz  tenemos que decir “no a la violencia”. Ante el Covid nos propone: “podemos decir que la mayor lección que nos deja en herencia el COVID-19 es la conciencia de que todos nos necesitamos; de que nuestro mayor tesoro, aunque también el más frágil, es la fraternidad humana, fundada en nuestra filiación divina común, y de que nadie puede salvarse solo. Por tanto, es urgente que busquemos y promovamos juntos los valores universales que trazan el camino de esta fraternidad humana. También hemos aprendido que la fe depositada en el progreso, la tecnología y los efectos de la globalización no sólo ha sido excesiva, sino que se ha convertido en una intoxicación individualista e idolátrica, comprometiendo la deseada garantía de justicia, armonía y paz   El nombre que recibe el Niño-Dios indica cuál es su misión; en aquel tiempo no se le ponía el nombre por casualidad o porque le gustase mucho al padre. Jesús significa «Dios salva», es decir Dios está a favor nuestro. La religión del miedo o de la agresión no es cristiana, sólo es verdadera la religión del amor, de la esperanza y de la fraternidad. Si Dios nos ama, si ha dado a  su hijo su rostro de amor, si Jesús se ha hecho hombre por mí pero también por mi hermano, si nos viene a salvar a todos ¿por qué continuar agrediéndonos y luchando? ¿Por qué no romper la cadena de violencia con el amor?

Hoy, al inicio del año, renovemos la bendición que nos ofrece Dios nuestro Padre en su Hijo Jesús. Comprometámonos en serio en la construcción de un mundo sin violencia. Revisemos nuestros espacios y desterremos toda violencia familiar, institucional y discriminatoria. Si Jesús se ha hecho  hombre por nosotros es seguro que se puede construir un mundo diferente, con su amor, con su palabra y a su estilo. María, la pequeña y fiel, supo escuchar las palabras y hacerlas vida. Sigamos su ejemplo y desde lo cotidiano construyamos un mundo mejor.

«María, Virgen de la espera y del cumplimiento, que conservas el secreto de la Navidad, haznos capaces de reconocer en el Niño que estrechas en tus brazos al Salvador anunciado, que trae a todos la esperanza y la paz». Amén