Santidad, misión y lo social para una fe madura

Una misión y fe adulta, madura, formada, creíble, coherente y fiel que testimoniará la alegría, verdad y belleza del Evangelio

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Agustín Ortega, doctor en Humanidades y Teología y colaborador de Exaudi, ofrece este artículo titulado “Santidad, misión y lo social para una fe madura” .

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En la línea de la alegría del Evangelio, subrayada desde san Pablo- pasando por santa Teresa de Jesús o Don Bosco- hasta llegar el Papa Francisco, “en el fondo (como decía León Bloy) en la vida “existe una sola tristeza, la de no ser santos” (Gaudete et exsultate, 34). El Vaticano II enseña con claridad que la fe consiste en la vocación (llamada) universal, para todos, a la santidad: es lo más importante en la vida y misión de la iglesia, lo que nos va a dando la verdadera felicidad, gozo, sentido y trascendencia. La santidad es la vida teologal, que acoge la Gracia de Dios Padre y del Espíritu tal como se revela en el Hijo, Cristo Crucificado-Resucitado y su Reino, mediante la experiencia de la fe siguiendo a Jesús, en la esperanza de la salvación liberadora e integral, realizada por la caridad. Efectivamente, ser santos es recibir la Gracia del Amor de Dios, como se nos comunica de forma especial en la oración y en los sacramentos, singularmente en la Eucaristía, amando al prójimo (a los otros), con esa verdadera caridad que busca el bien común más universal de toda la humanidad, más allá de toda barrera y frontera.

La Sagrada Escritura y Tradición de la Iglesia, junto con el magisterio de los papas, nos enseñan que el amor a Dios y a todo ser humano, imagen e hijo de Dios, son inseparables. La caridad va unida indisolublemente a la lucha por la paz, por la justicia con los pobres de la tierra, que son presencia (sacramento) real de Cristo pobre-crucificado, y por este bien común para ir instaurando la civilización del amor. La misión, la fe y caridad tienen este constitutivo carácter social con la diakonía, el servicio del amor fraterno, la difusión del Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres (oprimidos, excluidos, victimas…); e ir así transformando y renovando la cultura, el mundo y la historia con sus formas de pensar, sus relaciones, estructuras e instituciones de todo tipo. La esencia de esta vida teologal, con esta caridad fraterna, contiene esa inherente dimensión social, civil y pública de la fe. Como nos enseñan la Iglesia junto a las papas, es la tan importante e imprescindible caridad política e institucional. Un amor efectivo, inteligente y liberador que pretende fomentar esta civilización del amor u orden de la caridad, la globalización de la solidaridad, de la paz, del bien común y la ecología integral, que va las raíces y causas de los males e injusticias.

Lo social y ético (moral) están, pues, en el corazón de esta vida teologal de la Gracia que, acogida desde esa fe y vivida en esperanza por la caridad, supone e impregna toda la naturaleza, la realidad y el mundo para que se vaya realizando este Reino de Dios y su justicia. Es la mística que conforma a la Iglesia, sacramento de unión con Dios y unidad de toda la humanidad, ícono de la solidaridad del Dios Trinidad, que es entraña y principio (modelo) de la vida social e Iglesia, siguiendo a Jesús pobre-crucificado en el Espíritu. Esto es, la auténtica santidad y caridad: fiel a Cristo humilde-resucitado, a la iglesia y a los pobres, como Iglesia pobre en comunión de vida, de bienes y de acción solidaria por la justicia con los pobres. Por tanto, el camino de salvación en esta santidad del amor y justicia que nos libera del pecado (personal y socio -estructural), de todo mal e injusticia.

El Dios encarnado y pobre-crucificado, revelando en Jesús, nos dona una auténtica experiencia salvífica y liberación integral de la maldad, del egoísmo con sus idolatrías de la riqueza-ser rico, del poder y de la violencia. Esta vida de santidad, mística y profecía, alimentada por la Palabra de Dios y los sacramentos junto a la oración, anuncia y testimonia realmente la fe, configurándose con la Pascua de Jesús pobre y crucificado-resucitado. Liberándonos así de estos falsos dioses del individualismo posesivo e insolidario, del hedonismo y del tener que niegan el ser de la fe, de la persona y de la comunidad fraterna. Frente a esa fe desencarnada y cristianismo burgués, tibio y mediocre.


Vida mística, profética y escatológica que vive esperando en el Cristo Pascual, salvados ya en fe y esperanza, con esa tensión que suspira y anhela que venga ya de nuevo el Señor Jesús con su Reino, la vida plena y eterna, testimoniada en toda esta existencia de santidad, pobreza y militancia solidaria por la justicia con los pobres. En todo ello tenemos como tesoro a difundir, llevándola a la vida y práctica en el mundo e historia, la guía de la tradición y enseñanza social de la Iglesia (DSI) con el legado de los padres (por ejemplo) con un san Agustín, los doctores como son un santo Tomás de Aquino o san Alfonso (M.L.) y santos; con el magisterio de los papas, conferencias episcopales u otros organismos eclesiales.

La DSI es un elemento muy necesario e integrante y transversal, que no puede faltar, en la acción misionera, evangelizadora, catequética, educativa, teológica, de formación en general, de caridad, de promoción y desarrollo humano e integral…. Por eso, debe estar presente y ser muy significativa en toda pastoral, testimonio y compromiso que ha de realizar la Iglesia. Esta pastoral y acción social está conformada por unas claves, principios o valores que concretan (hacen real) toda esta vida y compromiso de la santidad.

Como es el cuidado (protección) de la vida y la familia, con ese amor fiel y fecundo del hombre con la mujer e hijos, en todas sus fases (desde la concepción), dimensiones y formas como muestra la ecología integral junto a la bioética global. En oposición a la destrucción de toda vida, de esa casa común que es el planeta, de la creación. La opción por los pobres como sujetos de la misión y de su promoción liberadora e integral, los empobrecidos y pueblos como protagonistas de esa autogestión transformadora de la realidad social, cultural, política, económica e histórica. El mercado y la economía deben ser controlados de forma ética por esta comunidad política, por los pobres, los pueblos y los estados. Y guiados por los principios del bien común, la solidaridad, la justicia social y el destino universal de los bienes, prioritarios con respecto a la propiedad que no es un derecho absoluto e intocable, como nos enseñan los padres y la DSI con los papas.

La propiedad tiene una intrínseca función solidaria y social, para que los bienes creados por Dios cumplan su plan, llegando a toda la humanidad y asegurando esta vida digna. En ese sentido el trabajo, la vida y dignidad del trabajador con sus derechos como es un salario justo, está antes que el capital, que la propiedad, el beneficio, la productividad, la competitividad, etc. Un trabajo con una economía y empresa del don, cooperativa, social y solidaria donde todos los trabajadores sean los dueños y sujetos protagonistas de toda esta vida, propiedad y gestión económica-empresarial.

El mercado con sus finanzas-bancas han de servir a las necesidades y economías reales del trabajo, de los pobres, de las personas y pueblos, con un sistema comercial justo e intercambio equitativo de productos, con una banca ética. Un sistema financiero, basado en la solidaridad y la justicia social. Frente al mal (pecado) muy grave de la especulación financiera y de la usura. La bolsa o fondos de pensión e inversión y demás productos bursátiles, que especulan con todos los bienes como (por ejemplo) los alimentos, causando más hambre y pobreza. Esos créditos, hipotecas e intereses usureros, abusivos e injustos que endeudan y arruinan a los países, a las familias y a los pobres. En esta dirección, los caminos auténticos para la paz son la justicia, el desarrollo solidario, la ecología integral, el bien común con condiciones de vida digna, el desarme mundial y personal, cimentados en el amor fraterno, el perdón y la reconciliación. En contra del mal de las guerras, de las armas y de toda violencia.

Toda esta santidad y misión con la DSI que efectúa la caridad política, enraizada en la espiritualidad-mística, tiene en los laicos (inmensa mayoría del pueblo de Dios y bautizados) un sujeto eclesial vital e imprescindible. La espiritualidad y misión propia del laicado es ejercer de forma más directa esta caridad política, su vocación especifica es la transformación más inmediata del mundo y sus realidades sociales e históricas, como es la actividad económica y política o cultural, para que se vayan ajustando al Reino de Dios. Es por ello que los carismas o ministerios, como los ordenados, están al servicio de este pueblo de Dios, santo, seglar y militante para que realicen esta caridad política, transformadora y liberadora de toda la humanidad y mundo con su esfera pública, social, educativa, laboral, financiera….Todo lo dicho hasta aquí, si lo vivimos y ponemos en práctica, ciertamente dará lugar a una misión y fe adulta, madura, formada, creíble, coherente y fiel que testimoniará la alegría, verdad y belleza del Evangelio de Jesús.