Secularismo y catequesis

El avance del secularismo

Un reciente artículo publicado en el periódico digital “El Debate” plantea la cuestión sobre si Francia puede terminar siendo una nación islámica. Los datos que utiliza provienen del informe Inmigrantes y descendientes de inmigrantes del Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos (INSEE por sus siglas en francés). Del análisis se concluyen algunas evidencias que deberían hacernos reflexionar. Entre otras, las siguientes:

  • La evolución demográfica apunta a que el islam pasará a ser la religión más numerosa del planeta dentro de 35 años.
  • La educación religiosa de los padres es significativamente más importante para los musulmanes que para otras comunidades, incluida la católica.
  • Las familias cristianas transmiten menos su religión que las musulmanas y las judías, lo que configura el paisaje religioso a largo plazo.

¿En qué creen los padres católicos?

Los estudios sociológicos son necesariamente parciales, por cuanto que la dimensión de la fe supera lo estrictamente cuantitativo; pero la realidad que se desprende de los números debería ayudarnos a plantear preguntas que van más al fondo que las apariencias. Por ejemplo: las familias que se confiesan católicas, ¿lo son realmente?, ¿creen lo que se dice en el Símbolo de la fe?, ¿conocen los artículos del Credo?

La incoherencia de vida pone de manifiesto una profunda ignorancia del contenido de la fe y de su función en el plano existencial. Si la ola del secularismo ha podido más con estas familias que con las musulmanas y las judías, ¿no será que la comunidad en la que se insertan ha sido incapaz de transmitir el esplendor de la verdad que da sentido a la vida?

Lo cierto es que muchos padres de familia que recibieron educación católica dejaron de practicar “de hecho”; aunque luego, por motivos de tradición, nostalgia, inercia o deseo de eficacia lleven a sus hijos a colegios con ideario católico y los apunten a la catequesis. Esos niños crecen en un entorno curioso, porque por fuerza han de que concluir que o sus padres son malos o en el colegio les engañan: así se siembra la semilla del cinismo.

La escuela del “buenismo”

Puesto que no hay nadie lo bastante malvado como para desear un daño a los niños, abundan las propuestas de formación en valores. Los hay para todos los gustos: desde los más progresistas -entre los que está la educación en la ideología de género y su intento de ingeniería social- hasta los tradicionales, que contemplan la formación de la juventud desde la perspectiva de los clásicos. El gran problema de los mejores proyectos es que, al configurar la educación desde un ideal humano en el que la fe tiene poca relevancia, la racionalidad del discurso pierde tanta fuerza que acaba por desaparecer. Chesterton dio en la diana hace un siglo cuando, en “El hombre eterno” (The everlasting man) afirmaba:


«Si elimináis lo sobrenatural, no encontraréis lo natural, sino lo antinatural; lo antinatural que tiene algo de la fealdad de una caricatura.»

Chesterton acertó a describir con precisión un fenómeno que hoy tiene gran actualidad. En las familias donde se reza poco o nada, donde Dios queda relegado a una esquina y apenas es mencionado, la formación del carácter, de la personalidad, de las virtudes y de las aspiraciones vitales se rebaja a objetivos despojados de pasión y de todo atisbo de heroísmo. Crece así una generación de personas con la consistencia interior de un flan incapaz de resistir a las presiones del ambiente.

Catequesis familiar

A propósito de todo lo dicho, parece claro que sólo se podrá atajar la increencia con la implicación de las familias cristianas. ¿Qué hay que hacer cuando los padres son víctimas de la ignorancia y de la indiferencia? Es muy oportuna la sugerencia del papa Francisco en Amoris Laeticia, donde dice (número 287) “Es de gran ayuda la catequesis familiar, como método eficaz para formar a los jóvenes padres de familia y hacer que tomen conciencia de su misión de evangelizadores de su propia familia”.

Pienso que la fe sólo se puede transmitir eficazmente a los niños en el seno de la familia. Son excepcionales los casos en que los niños son capaces de mantener sus creencias sin el apoyo familiar. Sin embargo, mi impresión es que las parroquias (y colegios) apenas plantean batalla para devolver el protagonismo a los padres, que delegan sus responsabilidades y así tranquilizan sus conciencias. No sugiero que “nieguen” a los padres la catequesis de sus hijos si ellos no colaboran; pero sí que, al menos, insistan, recuerden y organicen la actividad para que todos los que desearían aprender, e implicarse de verdad, lo puedan hacer.

Desde el proyecto #BeCaT (https://becat.online) se ofrece apoyo con materiales didácticos online a los que desean empezar o continuar este camino. Es necesario convencerse de que la nueva evangelización, como la de los primeros siglos, se ha de dirigir a los adultos, padres y madres de familia, y a los mismos catequistas: ya está bien de asimilar la idea de catequesis a caricaturas infantiles y a juegos de niños; no podemos seguir engañándonos.