Sinodalidad, fe y Vaticano II sin ideologizaciones

El Concilio, la brújula y guía de la fe en nuestro tiempo histórico

Vaticano © Pexels. Konstantinos Porikis

Agustín Ortega, doctor en Humanidades y Teología y colaborador de Exaudi, ofrece este artículo titulado “Sinodalidad, fe y Vaticano II sin ideologizaciones” en este momento en el que se conmemora el 60º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II.

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Como es más que sabido y analizado, vivimos tiempos de crisis y confusión, de ideologías e ideologización, tanto en el mundo de la sociedad como en el de la fe e Iglesia, que tratan de ser colonizadas por estas ideologizaciones de lo real. Tal como nos muestra el Papa Francisco, son los antiguos errores doctrinales, el gnosticismo y el pelagianismo con sus derivas ideológicas actuales: como ese conservadurismo integrista (tradicionalismo fundamentalista), burgués o neoliberal-capitalista; y un supuesto progresismo relativista, ese relativismo con su laicismo y sectarismo anti-religioso, privatizador de la fe, un comunismo colectivista, estatalista y totalitario. Unos y otros, imponiendo sus ideologías de forma dominadora, tergiversan la fe, pretenden manipular e instrumentalizar a la Iglesia, para que todo se ajuste a sus intereses ideológicos, a su afán de riqueza-ser rico y poder.

Por todo ello, van rechazando o manipulando el Concilio Vaticano II que, como nos enseñan los papas e Iglesia, es la brújula y guía de la fe en nuestro tiempo histórico, el acontecimiento más significativo e importante de la historia de la Iglesia actual. Un Concilio, que como imponen dichas ideologías, es desconocido, es sesgado y retorcido en su misma letra y espíritu. Ciertamente, como nos transmiten los papas como Francisco, el Vaticano II en Lumen gentium (LG) nos muestra a la fe e Iglesia habitada por el Misterio del Dios Trinitario, constituida por el Amor del Padre e Hijo Eterno, Jesucristo, en el Espíritu (LG 1-5).

Es la fe e Iglesia, en el seguimiento de Jesús, al servicio de la misión del Reino de Dios que nos regala la vida, el amor fraterno, la paz, la salvación liberadora e integral que realiza la justicia con los pobres de la tierra, con las víctimas de la historia y excluidos (LG 8). Asumiendo toda esta conversión misionera y pastoral, es una fe e Iglesia en salida hacia las periferias, Iglesia pobre y crucificada, perseguida por el Reino de vida y su justicia, en la opción por los pobres, las víctimas y los crucificados por el mal e injusticia. Frente al pecado de mundo e historia, con su egoísmo e ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia que van en contra de la vida humana y de fe.

Una fe e Iglesia, comunidad sinodal, en la diversidad de ministerios como el ordenado con los Obispos presididos por el de Roma (el Papa, sucesor de Pedro) y carismas, como es la vida religiosa, los movimientos eclesiales, etc. al servicio del Pueblo de Dios y los fieles laicos para su vocación (misión) específica (LG 9-11). Esto es, la identidad más propia del laicado con su índole secular: ejercer la constitutiva caridad política, en la gestión y transformación más directa e inmediata del mundo y sus relaciones, estructuras sociales de pecado, sistemas económicos y políticos perversos…; para que así se vayan ajustando al Reino de Dios (LG 31). Una Iglesia en misión sostenida por la oración y la liturgia con los sacramentos, como la eucaristía, que nos regalan su Gracia liberadora y amorosa para la militancia por este Reinado de Cristo con su justicia.

La Iglesia, pueblo de Dios y sacramento de comunión, con esa constitutiva sinodalidad e identidad bautismal donde todos sus miembros, en la diversidad de ministerios y carismas, ejercen la participación y corresponsabilidad para servir a la misión evangelizadora y pastoral. Esta sinodalidad se ha de ejercer siempre en comunión con la Iglesia universal, con el sucesor de Pedro, el Papa junto a los Obispos; con esa fidelidad a la Revelación como nos transmite la tradición y magisterio de la Iglesia en su transmisión del kerygma, de las verdades de la fe y moral. Tal como nos enseña el Vaticano II en Dei verbum (DV 8-10) y recientemente ha recordado Francisco en su Carta al pueblo de Dios que peregrina en Alemania (2019).

“Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe…. Así como la organicidad entre las virtudes impide excluir alguna de ellas del ideal cristiano, ninguna verdad es negada. No hay que mutilar la integralidad del mensaje del Evangelio. Es más, cada verdad se comprende mejor si se la pone en relación con la armoniosa totalidad del mensaje cristiano, y en ese contexto todas las verdades tienen su importancia y se iluminan unas a otras” (Papa Francisco, Evangelii gaudium 36-39).


Siguiendo la gramática de la Encarnación del Verbo, el Vaticano II en Gaudium et spes (GS) visibiliza una fe e Iglesia encarnada en la realidad, inculturada en el dialogo y encuentro con los otros, asumiendo todo lo bueno y verdadero de las culturas, otras Iglesias y religiones. Al mismo tiempo que anuncia y transmite la salvación universal e integral, que nos trae el Dios encarnado en Jesús Crucificado-Resucitado, por el Reino, y su Pascua que nos libera integralmente (GS 22). La misión de la Iglesia supone, pues, de forma inherente toda esta inculturación de la fe, el ecumenismo, el dialogo y encuentro interreligioso. Junto a la predicación (proclamación) y comunicación de la verdad salvífica del Dios revelado en Cristo, es la búsqueda común de la fraternidad solidaria universal, la paz mundial, la defensa de la vida en todas sus fases y dimensiones o formas, la trascendencia de la familia, la justicia global con los pobres y la ecología integral. En definitiva, la civilización del amor (GS 32).

La tradición y magisterio de la Iglesia, con el Vaticano II, nos trasmite toda esta espiritualidad y moral con su doctrina social, que se enraíza en la caridad transformadora de la sociedad y del mundo en oposición al pecado, a todo mal e injusticia. Es la ley natural y moral, esa antropología integral, que respeta la naturaleza humana en todas sus dimensiones con esos principios y valores firmes e innegociables, como son la inviolable vida y dignidad sagrada de todo ser humano (GS 27).

Una bioética y justicia global en la opción por los pobres, las víctimas y la fragilidad que promueve el cuidado de la vida en todo su desarrollo global e integral: desde el inicio con la concepción-fecundación, hasta la muerte natural, el bien común más universal, los derechos humanos, la paz y ecología integral; que protege al matrimonio y a la familia, santuario de la vida y del amor fiel, fecundo y solidario del hombre con la mujer, escuela de virtudes éticas y sociabilidad que se compromete por la verdad, la belleza y la bondad en las relaciones justas con la opción por los pobres (GS 51-52).

Frente a las ideologías burguesas, neoliberales, capitalistas y comunistas colectivistas, esta enseñanza moral y social (DSI) integra la libertad con la justicia, la participación (gestión) democrática con la igualdad social, la comunión y la diversidad de ideas. Antepone el destino universal de los bienes, la equidad en el reparto de los recursos, a la propiedad que siempre tiene un carácter personal y (a la vez) social, solidario para toda la humanidad.  Y es que la riqueza-ser rico va en contra la fe y la honradez moral, ya que se opone a la justicia social de los bienes destinado por Dios a todos, es contrario a la virtud clave de la pobreza evangélica y solidaria, al ser de la Iglesia pobre con los pobres (GS 69).

Es decir, desde el Dios revelado en Cristo pobre-crucificado, el amor (caridad) y comunión fraterna de vida, bienes y acción por la justicia con los pobres de la tierra. En contra de los falsos dioses del dinero, la codicia, el poseer y el tener que se ponen sobre el ser persona fraterna, solidaria y militante por el Reino. La DSI defiende el principio del trabajo decente, la vida y dignidad trascendente del trabajador con sus derechos como es un salario justo para toda persona o familia, que tiene la prioridad sobre el capital, los medios de producción, el lucro y la ganancia.

En esta línea, el Vaticano II enmarca la economía y el mercado en la ética, para que se encuentren regulados por la moral social y la comunidad política al servicio de la persona, de las necesidades de los pueblos, de una democracia real y ética con el desarrollo humano, sostenible e integral; con una empresa que se convierta en una comunidad humana y moral, en la que los trabajadores son sujetos de esta vida y marcha empresarial (GS 67-68). Es un desarrollo social, ecológico, cultural, educativo y humano que se enraíza en estos valores y principios del protagonismo de la persona en sus procesos socioculturales, pedagógicos, morales y espirituales. Posibilitando, en esta dirección, la convivencia fraterna, la solidaridad y la paz con el desarme mundial, en contra del mal e injusticia de las guerras y las armas (GS 81-82).

En conclusión, la fe y su magisterio con el Concilio Vaticano II nos enseñan esta clara identidad, misión y sinodalidad católica basada en los pilares del amor apasionado (comunión= con Dios en Jesús, con su Iglesia católica y con los otros, con los pueblos y los pobres. Una coherencia y fidelidad entusiasmante por Cristo, por la Iglesia, todo el pueblo de Dios con los laicos y los pobres como sujetos de la misión, de su promoción integral que nos libera de toda estas ideologías y sectarismos excluyentes. Cuyo modelo es María, madre de Dios y de la Iglesia, mujer humilde, pobre y liberadora que nos lleva a Cristo y su Reino de vida plena-eterna, hacia la tierra nueva y los cielos nuevos (LG 63-64).