Solidaridad global como nuevo principio de la ética

Las acciones de unos afectan a otros

Solidaridad global principio ética
Solidaridad © Pexels. Julia Larson

La doctora María Elisabeth de los Ríos Uriarte, profesora e investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac de México, ofrece a los lectores de Exaudi su artículo titulado “Solidaridad global”, entendida como nuevo principio de la ética.

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Si fue el neoliberalismo capitalista o el exceso de vigilancia comunista, si el virus fue creado en un laboratorio o un salto de la naturaleza animal a la esencia humana, no lo sabemos y de poco importa para discutir sobre un principio que ha cobrado fuerza en este tiempo de pandemia y que, algunos, ya se atreven a encumbrarlo como parte del corpus de principios éticos y bioéticos que deben regir la conducta humana en su intervención en las ciencias de la vida y de la salud que es el principio de solidaridad global.

El principio de solidaridad, por su parte, no es novedoso, ya se encuentra postulado, definido y practicado en diversas instituciones y planes educativos en niveles básicos y avanzados; hunde sus raíces en la Doctrina Social Cristiana pero no queda circunscrito al cristianismo y ha sido retomado y revitalizado en la última encíclica del Papa Francisco Fratelli Tutti, donde se extiende a todas las naciones y credos religiosos a modo de amistad social que invita a la acción permanente de acogida y hermandad de todos los seres humanos.

En esta pandemia, de inicio al día de hoy, seguimos cuestionando cuál debe ser el papel que tengamos unos con otros desde lo local hasta lo global y hemos ido comprobado que la mejor medida de protección personal es el otro que tengo frente a mi: si él se cuida me cuida y si yo me cuido lo cuido. Aunque sonara a trabalenguas inicialmente, las acciones de unos afectan a otros y lo que pasa en un extremo del planeta, ya lo comprobamos, afecta el otro polo. Como afirmaba el Pontífice actual en su encíclica Laudato Sí’: “Todo está interconectado”.


En este sentido vale la pena acompañar el principio de solidaridad con el apellido global pues la pandemia no ha conocido de fronteras y, por ende, nuestras acciones para combatirla, tampoco debieran hacerlo.

Es cierto que unos países han sido más golpeados que otros por el virus, bien sea por condiciones endémicas bien por decisiones políticas pero ninguno ha permanecido ajeno a los contagios y a las muertes, es por ello que, las estrategias diseñadas para hacerle frente a la pandemia deben tener por fundamento el cuidado de todos los seres humanos y no solamente de nuestros connacionales.

Pero la solidaridad global debe tener en cuenta no sólo la común responsabilidad de unos países con otros sino la consideración extra de las desigualdades existentes entre países, sabiendo que de ella nace, irrenunciablemente, una mayor responsabilidad de los países más desarrollados a los países menos desarrollados y aquí es donde el principio se hace más relevante pues implica planear recursos con una mirada subsidiaria pero no paternalista y que esas medidas no provengan de planes y decisiones políticas y politizadas que encubran intereses económicos o de poder sino del entendimiento de los lazos fraternos entre nacionales que hermanan más en el dolor que en el gozo y más en la necesidad que en la abundancia.

La solidaridad global es el principio que dictará límites a esta pandemia en la medida en que se comprenda que recursos como las vacunas, las desarrolladas y las que están en proceso de desarrollo son un bien común que debe ser compartido. Nadie debiera beneficiarse de las vacunas que son necesarias en este momento de nuestra historia, tampoco basta ni bastará en un futuro donar cientos de vacunas a países con menor poder adquisitivo si no se les dota de las estructuras necesarias para que sean ellos mismos quienes logren desarrollar ese recurso.

Es así que la solidaridad global como nuevo principio de la ética debe dotarse de al menos dos características: una mirada que abarque más allá de las propias fronteras pero sin descuidarlas y una sensibilidad que se afecte por las necesidades de otros y se mueva a la acción no acaparadora ni voraz, tampoco utópica o totalitaria, sino fraterna, real, práctica y continua que haga propias las necesidades ajenas y entienda que nadie se salvará solo de esta crisis, la única manera de salvarnos es con los demás.