¿Son malos o son tontos?
Entre la falta de entendimiento y la intención de dañar: La delgada línea en la comunicación actual

Recuerdo que en el Seminario nos preguntábamos si ciertas personas eran tontas o, simplemente, malas. Uno decía «no puede ser que sean tan malos», y el otro contestaba «no puede ser que sean tan tontos». Ahora, tristemente, dudo de las dos cosas. Cuando estudiaba Psiquiatría, en la carrera, se entendía como Oligofrenia a la enfermedad causada por un coeficiente intelectual muy bajo. El DSM V lo llama, en su nueva edición: Trastorno por discapacidad intelectual, lo que viene siendo el significado de «tonto». Lo que ocurre es que en este artículo no me refiero a la enfermedad como tal, sino a aquél que no hace uso de sus capacidades por desidia, a aquél que no tiene interés por aprender, que sí, hay muchos. Y no sólo eso, también a aquéllos que pretenden hacer daño o servir a ideologías, o quizás, agradar al mundo. El Evangelio que leeremos este sábado lo dice claramente: Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra (Jn. 15, 18-20). El que quiera agradar a este mundo, no lleva el camino de Cristo. Se ha equivocado.
¿Cómo podemos evangelizar a personas que no distinguen lo concreto de lo abstracto? ¿Cómo aclarar los términos de una homilía cuando no hay capacidad para alcanzar la diferencia básica, ni siquiera en profesionales periodistas, altos cargos eclesiásticos o políticos de renombre? Porque quiero pensar que los que no han entendido a Don Juan Antonio Reig, hasta el punto que el obispado de Alcalá ha tenido que emitir un comunicado al respecto, no serán tan malos de saber lo que quiere decir, pero tergiversarlo a conciencia. Pero si no son tan malos, ¿puede ser que sean tan tontos?
Vamos por partes. Chesterton decía que nos meterían en la cárcel por decir que el pasto es verde: «Venimos del infinito amor de Dios, que nos ha dado la vida a través de nuestros padres y esto asegura tu origen, ¡no eres un fracaso! Ni desde el origen. También para los niños que nacen con discapacidad física o intelectual o psíquica, esto ya es herencia del pecado y del desorden de la naturaleza. Pero han sido llamados por Dios y tienen también como nosotros todo el fundamento de nuestra existencia en Dios». Estas palabras fueron dichas por el obispo emérito de Alcalá hace pocos días en una homilía, en Alba de Tormes.
Demos un paso más: TODAS LAS ENFERMEDADES, incluso la muerte, son causa del pecado. Herencia del pecado original. Lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica. ¿Tendremos que cambiar el Catecismo para agradar al mundo, o a los tontos? En el número 400 podemos leer: La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3,7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3,16). La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn 3,17.19). A causa del hombre, la creación es sometida «a la servidumbre de la corrupción» (Rm 8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el hombre «volverá al polvo del que fue formado» (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf. Rm 5,12). Comprendemos que para las personas que se han quejado de las palabras de Reig, este párrafo puede ser oscuro y difícil. Dicho en un lenguaje comprensible para párvulos, este párrafo dice que la enfermedad y la muerte, así como el machismo y todas las lacras de la sociedad humana, SON CONSECUENCIA DEL PECADO.
Todas las verdades comprendidas en este fragmento no se pueden explicar en tres minutos de homilía, pero hay que seguirlas diciendo. ¿Que nos pueden entender mal? Es posible. Pero me cuesta creer que algún clérigo no lo entienda. Han dicho que no puede defenderse que sea «herencia» del pecado ninguna discapacidad. Y volvemos a explicar el castellano. La herencia no sólo se refiere al dinero o bienes que recibo de mis padres cuando éstos mueren. También puede referirse, genéricamente, por analogía, a todo lo que recibo de mis mayores: la cultura, las tradiciones, las fiestas de mi pueblo. En ese sentido decimos que el mal del mundo (y la discapacidad también) es «herencia» del pecado original. Pero claro, si hemos de descender a explicar lo que significan las palabras sucede que algunos deberían volver al colegio, antes de emitir juicios de valor.
Don Juan Antonio se ha disculpado por el mal entendido, pero me pregunto, ¿no seríamos todos los que tendríamos que disculparnos por ser cortos? ¿No es culpa de la sociedad entera que haya periodistas, políticos, clérigos y demás, que no sepan distinguir lo concreto de lo abstracto, que no sepan entender un ejemplo, por analogía? No estamos hablando de Filosofía en cursos de doctorado, estamos hablando del sentido común, del significado de palabras en castellano. Estamos hablando de que no es lo mismo ser tonto que ser malo. Y si te ha molestado este escrito, pregúntate por qué… y, por supuesto, como Reig, yo también lo siento. «Estudiad y sabréis cosas», nos decían en la Facultad, pero claro, hace veinte años, cuando no nos ofendíamos por todo.
Puede ser que no me hayas comprendido del todo, quizás he querido decir demasiadas cosas en pocas líneas, disculpa por ello, pero lo más normal es que este escrito no te sea necesario, porque lo que digo es evidente. Lo difícil empieza cuando es necesario explicar lo evidente. Sin embargo, puedo contestarte a cualquier duda que me plantees, lo haré con gusto. Sólo decirte que cuidado con los medios de comunicación, cuidado con todo lo que se recibe, muchas veces se malinterpreta queriendo porque no, no son tan tontos. Hazme caso.
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