Unidad, ejemplaridad y compromiso profético: el llamado del Papa León XIV al clero de Roma
En un encuentro con sacerdotes, diáconos y seminaristas, el Papa León XIV destaca la importancia de la comunión, la vida ejemplar y la valentía para enfrentar los desafíos actuales desde una perspectiva evangélica

El jueves 12 de junio de 2025, el Papa León XIV se reunió con el clero de la Diócesis de Roma en el Aula Pablo VI, en un encuentro marcado por la cercanía y la fraternidad. En su discurso, el Pontífice dirigió un mensaje profundo y alentador a sacerdotes, diáconos y seminaristas, subrayando tres pilares fundamentales para el ministerio en la ciudad eterna: la unidad, la ejemplaridad y el compromiso profético.
El Santo Padre agradeció la entrega y generosidad diaria de quienes sirven en la Iglesia local, reconociendo el esfuerzo silencioso que muchas veces implica el ministerio sacerdotal. Además, destacó la particularidad de la Diócesis de Roma, donde convergen presbíteros de todo el mundo, enriqueciendo la vida pastoral con una auténtica universalidad y la acogida mutua.
La comunión como base del ministerio
Uno de los puntos centrales del discurso fue la invitación a vivir en comunión auténtica, reflejando el deseo de Jesús en la oración sacerdotal de “que sean uno” (Jn 17,21). El Papa recordó que la fraternidad presbiteral debe fundamentarse en una vida espiritual sólida y en el encuentro constante con la Palabra de Dios, frente a una cultura que a menudo favorece el aislamiento y el individualismo.
Este espíritu de unidad se traduce en la corresponsabilidad dentro de la diócesis, donde, a pesar de los diversos carismas y servicios, todos trabajan juntos bajo una misma misión: ser un solo cuerpo en Cristo.
La ejemplaridad como testimonio creíble
León XIV hizo un llamado a la transparencia y autenticidad en la vida sacerdotal, recordando la importancia de ser “sacerdotes creíbles y ejemplares”. Reconoció los límites humanos, pero insistió en que la gracia recibida debe inspirar una vida humilde, lejos de la mediocridad, y llena de fidelidad al ministerio confiado.
Esta llamada a la santidad y coherencia es un antídoto frente a las tentaciones de un mundo que distrae y puede alejar de la vocación profunda, animando a los sacerdotes a mantener viva la pasión del encuentro con Cristo que los impulsó a su entrega.
Un compromiso profético frente a los retos de hoy
Finalmente, el Papa dirigió la atención hacia los desafíos sociales y pastorales actuales. Violencia, pobreza, marginación y las emergencias que afectan incluso a la ciudad de Roma exigen una respuesta evangélica valiente y comprometida.
León XIV recordó ejemplos inspiradores de sacerdotes santos que supieron conjugar la pasión por la historia y la justicia con el anuncio del Evangelio, como don Primo Mazzolari, don Lorenzo Milani y don Luigi Di Liegro, alentando a sus hermanos en el ministerio a seguir sembrando semillas de santidad y esperanza en medio de las dificultades.
El Papa concluyó asegurando su cercanía y afecto, invitando a todos a orar y a fortalecerse en la unidad, la ejemplaridad y el compromiso profético para servir mejor a la Iglesia y al mundo de hoy.
Texto completo:
DISCURSO DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
AL CLERO DE LA DIÓCESIS DE ROMA
Aula Pablo VI
Jueves, 12 de junio de 2025
¡Quiero pedir un fuerte aplauso para todos ustedes que están aquí y para todos los sacerdotes y diáconos de Roma!
Queridísimos presbíteros y diáconos que ejercen su servicio en la Diócesis de Roma, queridísimos seminaristas, ¡los saludo a todos con cariño y amistad!
Agradezco a Su Eminencia, el Cardenal Vicario, por las palabras de saludo y por la presentación que ha hecho, contando un poco sobre vuestra presencia en esta ciudad.
He deseado encontrarme con ustedes para conocerlos de cerca y para comenzar a caminar junto a ustedes. Les doy gracias por su vida entregada al servicio del Reino, por sus fatigas cotidianas, por tanta generosidad en el ejercicio del ministerio, por todo aquello que viven en el silencio y que, a veces, está acompañado de sufrimiento o de incomprensión. Realizan diferentes servicios, pero todos son preciosos ante los ojos de Dios y para la realización de su proyecto.
La Diócesis de Roma preside en la caridad y en la comunión, y puede cumplir esta misión gracias a cada uno de ustedes, en el vínculo de gracia con el Obispo y en la fecunda corresponsabilidad con todo el pueblo de Dios. La nuestra es una Diócesis realmente particular, porque muchos sacerdotes llegan de diferentes partes del mundo, especialmente por motivos de estudio; y esto implica que también la vida pastoral —pienso sobre todo en las parroquias— esté marcada por esta universalidad y por la acogida recíproca que ello conlleva.
Precisamente a partir de esta mirada universal que Roma ofrece, quisiera compartir cordialmente con ustedes algunas reflexiones.
La primera nota, que me está particularmente en el corazón, es la de la unidad y la comunión. En la oración llamada “sacerdotal”, como sabemos, Jesús pidió al Padre que los suyos sean una sola cosa (cf. Jn 17,20-23). El Señor sabe bien que solo unidos a Él y unidos entre nosotros podemos dar fruto y ofrecer al mundo un testimonio creíble. La comunión presbiteral aquí en Roma es favorecida por el hecho de que por antigua tradición se suele vivir juntos, en las rectorías como en los colegios o en otras residencias. El presbítero está llamado a ser el hombre de la comunión, porque él primero la vive y la alimenta continuamente. Sabemos que esta comunión hoy está obstaculizada por un clima cultural que favorece el aislamiento o la autoreferencialidad. Ninguno de nosotros está exento de estas trampas que amenazan la solidez de nuestra vida espiritual y la fuerza de nuestro ministerio.
Pero debemos vigilar porque, además del contexto cultural, la comunión y la fraternidad entre nosotros encuentran también algunos obstáculos, por así decirlo “internos”, que afectan la vida eclesial de la Diócesis, las relaciones interpersonales, y también lo que habita en el corazón, especialmente ese sentimiento de cansancio que llega porque hemos vivido fatigas particulares, porque no nos hemos sentido comprendidos y escuchados, o por otros motivos. Yo quisiera ayudarles, caminar con ustedes, para que cada uno recupere serenidad en su ministerio; pero precisamente por esto les pido un impulso en la fraternidad presbiteral, que hunde sus raíces en una sólida vida espiritual, en el encuentro con el Señor y en la escucha de su Palabra. Alimentados por esta savia, logramos vivir relaciones de amistad, compitiendo en estimarnos mutuamente (cf. Rm 12,10); sentimos la necesidad del otro para crecer y para alimentar la misma tensión eclesial.
La comunión debe traducirse también en el compromiso en esta Diócesis; con carismas diferentes, con caminos formativos distintos y también con servicios diferentes, pero único debe ser el esfuerzo para sostenerla. A todos les pido prestar atención al camino pastoral de esta Iglesia que es local pero, a causa de quien la guía, es también universal. Caminar juntos es siempre garantía de fidelidad al Evangelio; juntos y en armonía, tratando de enriquecer a la Iglesia con el propio carisma pero teniendo en el corazón ser el único cuerpo del que Cristo es la Cabeza.
La segunda nota que deseo entregarles es la de la ejemplaridad. Con ocasión de las ordenaciones sacerdotales del pasado 31 de mayo, en la homilía recordé la importancia de la transparencia de la vida, basándome en las palabras de San Pablo que dice a los ancianos de Éfeso: «Sabéis cómo me he comportado» (Hch 20,18). Se los pido con corazón de padre y pastor: ¡comprometámonos todos a ser sacerdotes creíbles y ejemplares! Somos conscientes de los límites de nuestra naturaleza y el Señor nos conoce en profundidad; pero hemos recibido una gracia extraordinaria, se nos ha confiado un tesoro precioso del cual somos ministros, servidores. Y al siervo se le pide fidelidad. Ninguno de nosotros está exento de las sugestiones del mundo y la ciudad, con sus mil propuestas, podría también alejarnos del deseo de una vida santa, induciendo un nivelamiento hacia abajo donde se pierden los valores profundos de ser presbíteros. Déjense todavía atraer por la llamada del Maestro, para sentir y vivir el amor de la primera hora, aquel que los impulsó a hacer elecciones fuertes y renuncias valientes. Si juntos intentamos ser ejemplares dentro de una vida humilde, entonces podremos expresar la fuerza renovadora del Evangelio para todo hombre y toda mujer.
Una última nota que deseo entregarles es la de la mirada a los desafíos de nuestro tiempo en clave profética. Estamos preocupados y dolidos por todo lo que sucede cada día en el mundo: nos hieren las violencias que generan muerte, nos interpelan las desigualdades, las pobrezas, tantas formas de marginación social, el sufrimiento difundido que adquiere los rasgos de un malestar que ya no perdona a nadie. Y estas realidades no ocurren solo en otro lugar, lejos de nosotros, sino que afectan también a nuestra ciudad de Roma, marcada por múltiples formas de pobreza y por graves emergencias como la habitacional. Una ciudad en la que, como notaba el Papa Francisco, a la “gran belleza” y al encanto del arte debe corresponder también «el simple decoro y la normal funcionalidad en los lugares y en las situaciones de la vida ordinaria, cotidiana. Porque una ciudad más habitable para sus ciudadanos es también más acogedora para todos» (Homilía en las Vísperas con Te Deum, 31 de diciembre de 2023).
El Señor ha querido precisamente a nosotros en este tiempo lleno de desafíos que, a veces, nos parecen más grandes que nuestras fuerzas. A estos desafíos estamos llamados a abrazarlos, a interpretarlos evangélicamente, a vivirlos como ocasiones de testimonio. ¡No huyamos delante de ellos! El compromiso pastoral, como el del estudio, se conviertan para todos en una escuela para aprender a construir el Reino de Dios en el hoy de una historia compleja y estimulante. En tiempos recientes hemos tenido el ejemplo de santos sacerdotes que supieron conjugar la pasión por la historia con el anuncio del Evangelio, como don Primo Mazzolari y don Lorenzo Milani, profetas de paz y justicia. Y aquí en Roma tuvimos a don Luigi Di Liegro que, ante tantas pobrezas, dio la vida para buscar caminos de justicia y promoción humana. Bebamos de la fuerza de estos ejemplos para continuar sembrando semillas de santidad en nuestra ciudad.
Queridísimos, les aseguro mi cercanía, mi afecto y mi disponibilidad para caminar con ustedes. Encomendemos al Señor nuestra vida sacerdotal y pidámosle crecer en unidad, ejemplaridad y compromiso profético para servir a nuestro tiempo. Que nos acompañe el ferviente llamado de San Agustín que dijo: «Amen esta Iglesia, permanezcan en esta Iglesia, sean esta Iglesia. Amen al buen Pastor, al Esposo bellísimo, que no engaña a nadie y no quiere que ninguno se pierda. Recen también por las ovejas descarriadas: que también ellas vengan, que también ellas reconozcan, que también ellas amen, para que haya un solo redil y un solo pastor» (Discurso 138, 10). ¡Gracias!
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